Tribuna:

Un dios inactivo

En el caso de Japón, el argumento de la historia está contenido en la leyenda. Recordemos ésta. El primer emperador japonés; Jimmu, descendía de Ninigi, nieto a su vez de Amaterasu, diosa del sol, que había sido enviado por ella a la tierra. Anteriormente, Amaterasu había permanecido recluida en una cueva, asustada por su hermano, el perturbador Susanoo, y los dioses tuvieron que recurrir a una estratagema para que reapareciera la luz con Amaterasu fuera de la caverna. Otra leyenda relacionada con. el poder imperial nos muestra al impasible emperador Keiko enfrentado con su violento hijo, Yama...

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En el caso de Japón, el argumento de la historia está contenido en la leyenda. Recordemos ésta. El primer emperador japonés; Jimmu, descendía de Ninigi, nieto a su vez de Amaterasu, diosa del sol, que había sido enviado por ella a la tierra. Anteriormente, Amaterasu había permanecido recluida en una cueva, asustada por su hermano, el perturbador Susanoo, y los dioses tuvieron que recurrir a una estratagema para que reapareciera la luz con Amaterasu fuera de la caverna. Otra leyenda relacionada con. el poder imperial nos muestra al impasible emperador Keiko enfrentado con su violento hijo, Yamato Takeru, que sacrifica su vida en la realización de guerras de conquista. En ambos casos, la legitimidad del poder imperial se vincula con personajes pasivos, que encuentran el contrapunto de otros cargados de violencia y perturbación, a fin de cuenta positivas.La definición político-religiosa de la figura imperial fue muy temprana en Japón, corriendo a cargo del regente Shotoku, que en el año 604 promulga la famosa Ordenanza de los 17 artículos. En el texto se encuentra ya la articulación entre sintoísmo (definición del carácter divino del emperador, encuadrado como Kami en lo sobrenatural), budismo (como fe religiosa y creencia filosófica moral) y confucionismo (en cuanto principio de ordenación armónica de la sociedad) que en lo sucesivo caracterizará al desarrollo histórico japonés. A modo de clave de bóveda del sistema, la institución del tenno, el emperador celeste, fundamento de toda obediencia, adaptando la concepción del poder imperial que había sido acuñada en China ocho siglos antes, desde los tiempos de la dinastía Han. "Recibid con respeto las órdenes del soberano; el emperador es el cielo, los súbditos la tierra". "Por eso" concluye Shotoku, "escuchad respetuosamente las órdenes de vuestro soberano: de otro modo corréis a vuestra propia ruina".

El papel del tenno consiste en garantizar el buen funcionamiento del orden cósmico, tanto en lo que concierne al tiempo natural (de ahí su papel anual poniendo simbólicamente en marcha el ciclo de la producción agraria) como en las relaciones de tipo administrativo y político. Ministros y burocracia asumirán la responsabilidad de la actuación positiva. El tenno es como la estrella polar que arroja luz y produce la armonía en él firmamento. En el Estado de vocación centralizadora de los siglos VII a IX, el emperador no actúa, salvo en todo caso para promover la religión, en este caso el budismo, en tendido como llave para el bienestar del reino, y ello supone el riesgo de que un monje conspira dor tratase sin éxito de usurpar la dignidad imperial. Pero lo que cuenta es el progresivo debilita miento del poder: en los siglos IX y X, el tenno se convertirá en figura nominal, ligada exclusiva mente a los rituales, siendo ejercido de poder hereditariamente por una familia de regentes, los Fujiwara. Más tarde, para ejercer una intervención en el Gobierno, los emperadores tendrán que re tirarse como monjes. Es el insei,el gobierno del claustro prueba de que la dignidad imperial, se había identificado con una pasividad rota sólo excepcionalmente.

El predominio definitivo logrado frente a la Corte por la casta militar, a fines del siglo XII, consumará esa tendencia. Desde 1192 a 1868, es el bakufu, el gobierno de la tienda, donde la dualidad entre el poder efectivo, militar, del shogun (o, a veces, del que a su vez actúa en nombre del shogun) y el ritual del tenno, se materializa en la existencia de dos capitales. No faltarán episodios degradantes, como el que recoge la huida del emperador vestido de mujer para esquivar a la soldadesca del jefe guerrero. Nunca una monarquía de origen divino tuvo menor peso político.

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A partir de 1868, con la revolución Meiji, la función política del emperador japonés se recupera y parece aproximarse a la de un monarca constitucional europeo. La supresión del bakufu, de la regencia shogunal, del poder feudal de los daimyos y de la casta militar de los samurais, va unida a la promesa de asambleas deliberantes y a un impulso decisivo desde el Estado a una educación generalizada. Aun conservando el carácter sagrado de la persona imperial, la Constitución de 11 de febrero de 1889 ,hace del tenno una figura activa, con amplias atribuciones ejecutivas y legislativas. En principio, la modernización parecía llevar al establecimiento de una monarquía parlamentaria.

No fue así. Conviene recordar que en la base de la restauración del poder imperial había estado una reacción xenófoba agresiva.

La petición de los años sesenta, sonno-joi, honrad al emperador y expulsad a los bárbaros, implicaba que la apertura al exterior, la renovación técnica y económica, tenía como único propósito lograr esa expulsión. Japón debía convertirse en un país rico con un ejército fuerte, y el propio emperador intervendrá para precisar el contenido autoritario de esa reforma en sus mandamientos a los soldados y marinos, de un lado, y sobre la educación, de otro todo japonés debía estar dispuesto a servir incondicionalmente al Estado y a obedecer a su emperador. La mentalidad militarista no desapareció con samurais y daimyos, siendo inyectada a toda la sociedad, con el apoyo de un capitalismo fuertemente concentrado en un grupo de familias. Desde muy pronto, el país iniciará una política expansiva hacia su entorno, reflejada en treinta años de guerras para el periodo 1868-1945.

Paradójicamente, ello supuso una reaparición de la dualidad del poder, con una afirmación de la hegemonía militar, heredera del bakufu, aunque ahora desplegada al tiempo que se enfatizaba la fidelidad absoluta al emperador. Tal será la tragedia de la era Shova, el reinado de Hiro Hito, un personaje lúcido y capaz que desde su llegada al trono, en 1926, se encuentra en la imposibilidad de contener el ascenso de un militarismo ultranacionalista apoyado en los grandes poderes económicos. Sabemos que Hiro Hito no participó del entusiasmo imperialista desarrollado en su nombre, contra China primero, y Estados Unidos más tarde, pero su impotencia quedó reflejada en decisiones que pudo haber rehusado, tales como la designación del general Tojo como primer ministro. Acepta la disolución de todos los partidos políticos en 1940. Montado en un caballo blanco, recibe durante una hora la aclamación de la multitud por la toma de Singapur. Entre tan to, la conquista japonesa se tiñe de genocidio, con los 200.000 chinos asesinados en el "incidente" de Nankin, el 28% de prisioneros muertos en sus campos de concentración, por un 4% en los alemanes, y sin olvidar el millón y medio de japoneses muertos en la guerra en su nombre. A pesar, de sus reservas de conciencia, sólo dos bombas atómicas le ha cen asumir su papel y "soportar lo insoportable" capitulando ante los aliados.

Con la derrota, el emperador renuncia explícitamente a su carácter divino. Se mantendrá, no obstante, como emblema de la dignidad de la nación vencida, regresando a la vieja función de foco de una armonía que sólo la institución imperial sabe conservar. En la nueva Constitución, el emperador no es jefe de Estado, sino "símbolo del Estado". Hiro Hito se lo ha ganado ante McArthur al reivindicar para sí la responsabilidad de los crímenes cometidos por su ejército. Por espacio de más de cuatro décadas mantendrá esa función, con un prestigio creciente, conforme se alejaba el recuerdo de la guerra. La intervención imperial en la vida política es de nuevo mínima, como lo será la de su hijo Aki Hito cuando acceda al trono, en 1989. El expansionismo japonés se apoya ahora en el desarrollo industrial. Pero Aki Hito no olvida, en las ceremonias de entronización, cumplir con el rito del diálogo sagrado con su antepasada la diosa Amaterasu.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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