Vacaciones con tacto

Niños sordociegos conviven en Pontevedra en un campamento de verano de la ONCE

Gennet no conoce el sonido y en sus 13 años de vida nunca ha podido ver un río, ni el sol ni una flor. Pero los ha representado a su manera en un cuadro: el río, con alubias y gravilla; el sol, con un trozo de algodón; y las flores, con papeles enrollados. Gennet es ciega y sorda, pero le gusta pasear sola por los jardines del colegio Santiago Apóstol, de Pontevedra.Los jardines por los que pasea Gennet arrimándose cuidadosamente a la pared son como el patio de un colegio cualquiera: gritos, carreras, carcajadas... y también travesuras. "Nadie en el mundo es normal, todos tenemos algo diferent...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Gennet no conoce el sonido y en sus 13 años de vida nunca ha podido ver un río, ni el sol ni una flor. Pero los ha representado a su manera en un cuadro: el río, con alubias y gravilla; el sol, con un trozo de algodón; y las flores, con papeles enrollados. Gennet es ciega y sorda, pero le gusta pasear sola por los jardines del colegio Santiago Apóstol, de Pontevedra.Los jardines por los que pasea Gennet arrimándose cuidadosamente a la pared son como el patio de un colegio cualquiera: gritos, carreras, carcajadas... y también travesuras. "Nadie en el mundo es normal, todos tenemos algo diferente", insiste el responsable del grupo, Emilio González, siempre alerta para abatir los prejuicios de la gente corriente sobre quienes padecen alguna deficiencia. Emilio y otras 23 personas más (pedagogos, psicólogos, intérpretes de lenguaje dactilológico, asistentes sociales y enfermeras) se han encargado del cuidado de 82 niños de entre 4 y 17 años que han pasado 11 días de veraneo, hasta este fin de semana, en el colegio que la ONCE posee en Pontevedra. Se trata de un grupo de integración: el 20% son videntes y el resto chavales con alguna deficiencia asociada a la ceguera.

Por primera vez se han incluido en el viaje a ocho de los 15 niños sordociegos que acuden a la residencia de la ONCE en Madrid.

La estancia es una mezcla de ocio y actividades pedagógicas. Han ido a la playa, donde, causaron expectación con el cordón de seguridad que los monitores instalaban en el mar; han conocido una fábrica de leche; han podido tocar un helicóptero y hasta han visitado un parque de bomberos, que entusiasmó a Ana, una rubia diminuta, de 12 años, sordociega y con cara de pilla. En el colegio han recibido instrucciones sobre las tareas cotidianas, como el aseo o la comida.

Lo concreto y lo abstracto

Al principio, Elena Fernández y Paqui González, las dos guías intérpretes de los niños sordociegos, temían que surgiesen problemas de integración. Mientras son la novedad todos se suelen volcar con estos chavales, pero a los pocos días acaban cansándose de ellos. Esta vez no ha ocurrido así. "Los demás niños han aprendido rápidamente su lenguaje y han acabado hablando sin dificultades entre ellos", relatan las monitoras.Los sordociegos se comunican a través del tacto, mediante un código de signos conocido como lenguaje dactilológico. Así, cuando a Gennet se le acerca. un recién llegado, responde tocándole. "Es su manera de mirarte", advierten las intérpretes. Con ellas, la niña habla a toda prisa y de vez en cuando incluso las corrige. También ha aprendido a decir su nombre y su edad.

Enseñar a un sordociego es una tarea paciente, aunque a Paqui González asegura que a los siete años pueden aprender perfectamente a comunicarse con los demás. Después pasan a estudiar la lectura en sistema braille. Como todos los seres humanos, empiezan por examinar las cosas particulares para aprender sus rasgos esenciales y a partir de ellos elaborar conceptos. Les enseñan, poniendo por caso, la palabra mesa y les hacen tocar varias, con características diferentes. Al cabo de un tiempo, los niños aprenden que aunque una sea de metal y otra de madera, ambas responden al mismo concepto de mesa.

"Este proceso no es muy problemático", comenta Elena Fernández. "Lo más difícil viene después, cuando les tienes que explicar cosas más abstractas, como qué significan eternidad o libertad. Entonces hay que tratar de ponerles ejemplos concretos hasta que acaban captando el concepto. A veces eso cuesta mucho trabajo". Entre los ocho niños desplazados a Pontevedra, os hay que aún no han alcanzado ese nivel de abstracción. Pero

Gennet, por ejemplo, sabe perfectamente qué es un periódico y cuál es la función del periodista. "Desde las sombras, el mundo es muy diferente", apunta Emilio González. "Con los niños ciegos hay que trabajar sobre todo a nivel cerebral. Ellos pueden tener sus conceptos, pero a veces no se corresponden mucho con la realidad".

Sobre la firma

Archivado En