Tribuna:

Mayo del 94 y el pensamiento de izquierdas

Si una de las causas de la pérdida electoral socialista son los casos de corrupción, no se debería pasar apresuradamente la página del mayo del 94. Merece la pena reflexionar y extraer algunas lecciones.Para empezar, hemos estado tan sumidos en lo ocurrido en España que podemos subestimar el fenómeno general: desde mediados de la década de los años ochenta, los escándalos públicos han afectado con frecuencia a numerosos países. Se han sucedido en Alemania, Grecia y Francia, en Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Italia y España, en Brasil y Venezuela. ¿Por qué ha ocurrido todo esto? Yo apuntar...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Si una de las causas de la pérdida electoral socialista son los casos de corrupción, no se debería pasar apresuradamente la página del mayo del 94. Merece la pena reflexionar y extraer algunas lecciones.Para empezar, hemos estado tan sumidos en lo ocurrido en España que podemos subestimar el fenómeno general: desde mediados de la década de los años ochenta, los escándalos públicos han afectado con frecuencia a numerosos países. Se han sucedido en Alemania, Grecia y Francia, en Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Italia y España, en Brasil y Venezuela. ¿Por qué ha ocurrido todo esto? Yo apuntaría tres grandes causas de fondo.

1. Vivimos una época de transición total, similar a la que precedió al Renacimiento o la Ilustración. Como las anteriores, esta época de transición no tiene referentes. Pero, a diferencia de otros periodos de cambio, hoy tenemos un enorme arsenal de nuevos instrumentos para la prosperidad. El problema, en resumen, es que esta sociedad de transición tiene un potencial enorme, pero no lo domina porque se ha quedado huérfana de valores para encauzarlo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El fenómeno que mejor ejemplifica este dilema es la ascensión, tan efímera como vertiginosa en los años ochenta, de los tiburones financieros y el yuppismo. Una orientación de política económica tan aparentemente irrelevante como la decisión de dejar los tipos de interés fluctuantes, centrando la atención en una estricta oferta monetaria (un camino que siguieron a pies juntillas todos los países tras la pauta de Reagan), fue la base de la "burbuja financiera", la concentración de fabulosos recursos en los mercados financieros y los grandes beneficios amasados en un abrir y cerrar de ojos. Esta pauta se agotó en Europa con el comienzo de la crisis económica, pero sus efectos sociales han durado un poco más.

En efecto, los tiburones financieros y los yuppies, los beneficios fáciles y el hiperconsumo se convirtieron en los nuevos símbolos de moda en todas las sociedades desarrolladas, España incluida.

Los valores y las expectativas de promoción social instantánea, generados por estos nuevos grupos ascendentes, salpicaron también a la política, una esfera que, como veremos, se encuentra hoy especialmente debilitada.

El pensamiento de izquierdas, y más específicamente el pensamiento socialdemócrata o socialista, debería de reflexionar en tomo a esa época y sus excesos. En primer lugar, habría que desmitificar el reinado mágico de los expertos económicos. La complejidad creciente de la economía estuvo en la base del error de delegar sistemáticamente la política económica en manos de la técnica. ¿El resultado?: que la lucha contra la inflación mediante un uso dogmático de recetas de carácter monetario se convirtió en todos los países desarrollados en el objetivo casi exclusivo de la política económica, abriendo así la puerta a la locura colectiva propiciada por la "burbuja financiera".

Aprender la lección, en este caso, significa relativizar la excelencia del rigor de las recetas técnicas, y para ello nada mejor que incrementar el sentido reformador en las acciones económicas. Cierto que el pensamiento europeo de tradición socialdemócrata ha de continuar ofreciendo opciones realistas y viables, manteniendo ahí sus fronteras respecto a otras versiones testimoniales de la izquierda. Pero, para no perderse en el camino, debe recuperar sentido crítico frente al sistema económico tal y como se presenta hoy. Así, será probablemente necesario actualizar la crítica socialdemócrata a la economía de mercado, hasta ahora constreñida a los aspectos injustos de distribución de la renta.

En una economía mundializada y de trabajo flexible y escaso, ¿no habría que construir una crítica de fondo, con tanta entidad como la que hace 40 años sentó las bases del Estado del bienestar, frente al desgobierno actual del sistema económico y ecológico internacional o frente a los nuevos problemas de desigualdad de oportunidades de trabajo?

2. En segundo lugar, si la esfera de la política ha llegado a convivir con los efímeros protagonistas del beneficio especulativo es porque presenta flancos muy débiles a la hora de reclutar y establecer mecanismos de control sobre sus miembros.

El aumento de los escándalos públicos, conectados con la política en una multitud de países, es el ejemplo más palmario de que la versión tradicional de la política democrática ha entrado en una crisis profunda, víctima de una triple dolencia: en primer lugar, por una utilización abusiva de los sistemas de cooptación como modo de reclutamiento de los responsables políticos, con lo que éstos tienden a formar oligarquías contra las que se debilitan los mecanismos de control. En segundo lugar, por su opacidad, que es insoportable e incomprensible en una sociedad de la información como la actual. Por último, por seguir prisionera del principio maquiavélico de que el fin justifica los medios, cuando esta concepción de la política ya no tiene mucho que hacer, sujeta como está hoy al escrutinio de la opinión pública.

Los casos de financiación irregular de los partidos políticos ilustran este último punto. Hoy ya no se pueden utilizar medios irregulares de financiación para alcanzar objetivos políticos por muy encomiables que éstos sean: los medios utilizados son una parte esencial del mensaje, y si no son legítimos, privarán de legitimidad a los mismos fines que se persiguen. La descarnada "razón de Estado" está muriendo hoy, asaeteada por el ojo omnipresente de la opinión pública.

Estas enfermedades mortales de la política tradicional se acentúan en países como España, donde la cultura del clientelismo es aún dominante en toda la sociedad. En tales casos, la observancia de la legalidad no está fortalecida por convicciones morales, las deficiencias de los sistemas de reclutamiento en el interior de los partidos, la opacidad de la política aumentan por las complicidades mutuas e, incluso, las "catarsis" de manos limpias pueden desembocar en vendettas al más puro estilo de la Inquisición de antaño.

Todo ello aconseja acometer una reflexión bastante radical acerca de la izquierda y el poder: la conquista democrática del poder para usarlo en contra de las dominaciones injustas, que era el abecé del ideario de izquierdas, no se justifica ya en sí misma. Si importante es el "para qué", es crucial el "de qué modo" se utiliza el poder democrático: hay que ejercerlo de un modo nuevo, sin plegarse a pautas predemocráticas de uso del poder incrustadas durante siglos en los países de cultura clientelista. Hoy, la crisis de la versión tradicional de la política, cuyo hueco puede ser llenado por nuevas amenazas muy directas, como el "fascismo dulce", las opciones antisistema o el racismo, es un argumento decisivo para colocar definitivamente la democracia representativa y sus valores morales en el epicentro de cualquier proyecto de la izquierda.

3. La tercera gran causa que explica el impacto de los escándalos públicos en la actualidad se refiere a los medios de comunicación. Éstos han transformado la política en un escenario transparente, y no hay nada ni nadie que pueda escapar a su escrutinio. Habermas dice que la opinión pública tiene una función de legitimación (o deslegitimación) de la política, y en tal medida es un elemento insustituible del régimen democrático.

Sin embargo, los medios de comunicación se han hiperdesarrollado y modernizado tanto que, de elemento complementario, pueden pasar a convertirse en el más poderoso brazo en la lucha por el poder, acentuando la maldita opacidad de la política. Pero, además, pueden llegar a erigirse en competidores directos frente a las opciones políticas. El éxito de Berlusconi en las pasadas elecciones generales italianas, reforzado en las europeas, ejemplifica este triunfo de la mediática sobre la política democrática.

Esto, indudablemente, abre una nueva página al pensamiento de izquierdas, para el que los problemas a resolver se acumulan. Como antes se decía, al hilo de los escándalos públicos hay que desarrollar una nueva ética democrática que, por fin, dé a luz una nueva versión de la política: este reto, aunque importante, está ya señalizado, con hitos que van desde Aristóteles hasta Raw1s. Sin embargo, la relación entre ética y mediática es un campo inédito, prehistoria de un pensamiento que habrá que construir. En una sociedad en la que nos informamos y comulgamos en la opinión pública más veces que las que comemos cada día, este campo no puede permanecer sin acotamientos éticos por mucho más tiempo: he aquí una "nueva frontera" para la izquierda.

Haciendo recuento de lo dicho: en esta sociedad en transición es preciso esbozar nuevos, horizontes reformadores ante una nueva economía, es imperativo construir una nueva ética de la opinión pública, y estamos asistiendo, como telón de fondo, al entierro de un modo de entender la política. Por más que algunos lo auguren, es harto improbable que, en tal época, el pensamiento de izquierdas se quede perplejo y enmudezca. Más lógico será que evolucione, con todas las sacudidas necesarias.

es profesor de Entorno Público del Instituto de Empresa.

Archivado En