Tribuna:

El desarrollo en América Latina, tarea inconclusa

América Latina ha adoptado en los últimos años una estrategia de desarrollo que tiene rasgos comunes en la gran mayoría de los países de la región. Es una estrategia en cuya conceptualización el Banco Interamericano de Desarrollo ha participado, y que está centrada en la modernización económica, social y política.Sobre la base de una mayor apertura externa, la nueva estrategia busca la modernización tecnológica y la reestructuración productiva, con el fin de estimular la competitividad internacional de las economías, la integración de los sectores sociales tradicionalmente excluidos, la modern...

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América Latina ha adoptado en los últimos años una estrategia de desarrollo que tiene rasgos comunes en la gran mayoría de los países de la región. Es una estrategia en cuya conceptualización el Banco Interamericano de Desarrollo ha participado, y que está centrada en la modernización económica, social y política.Sobre la base de una mayor apertura externa, la nueva estrategia busca la modernización tecnológica y la reestructuración productiva, con el fin de estimular la competitividad internacional de las economías, la integración de los sectores sociales tradicionalmente excluidos, la modernización del Estado y una asociación más estrecha entre éste y la sociedad civil. Ésta es la nueva etapa que deberá recorrer la región en los próximos años.

El crecimiento económico y la integración social son condiciones indispensables para la estabilidad política y la preservación de las instituciones democráticas. En América Latina se vivió durante decenios sobre la base de una exagerada fe en la autonomía de la política. Durante mucho tiempo prevaleció la noción de que se podía hacer política y acceder al poder gracias a ideologías atractivas o a programas de gobierno respaldados por el carisma o la habilidad de los dirigentes. En nuestros países, muchos programas de gobierno de corte populista fueron llevados a cabo a expensas de la estabilidad o del crecimiento, sin tomar en cuenta sus costos para las grandes mayorías. La historia, dentro y fuera de la región, nos ha enseñado que estos enfoques tienen sus límites.Creo sinceramente que puede ser una simplificación pensar que determinadas manifestaciones sociales son provocadas fundamentalmente por las nuevas estrategias de desarrollo que están siguiendo nuestros países, olvidando los pesados costos de los desajustes que les precedieron o las raíces ancestrales de la pobreza en nuestra América. Por el contrario, los grados de modernización económica, social y política impulsados por los cambios que vive América Latina estimulan la participación de la ciudadanía, particularmente la de los grupos tradicionalmente marginados. La historia enseña que procesos de reforma de esta naturaleza inspiran nuevas expectativas en la población y fortalecen su conciencia crítica frente a su situación de postergación.

Pero retroceder en el camino iniciado implicaría volver a los niveles de estancamiento, inflación e inestabilidad del pasado. En el desorden macroeconómico, en la inestabilidad y en el estancamiento no hay solución posible a la deuda social. Por el contrario, la situación se agrava. La experiencia de las economías desarrolladas nos enseña que es a partir de la buena administración donde se encuentran posibilidades reales de conciliar el progreso económico con la equidad social. En definitiva, se trata de construir una auténtica y sólida reforma social sobre los éxitos de las reformas económicas.

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El proceso de cambios en la región ha registrado logros importantes, no sólo en materia de estabilidad de precios, sino de crecimiento y modernización económica, y está generando una mayor y general preocupación por el apoyo a los sectores sociales postergados. El incremento del gasto social en los presupuestos nacionales así lo denota. La reforma social es, en definitiva, la otra cara de la medalla de la reforma económica. Esta relación es inherente a la propia naturaleza de la nueva estrategia y a la continuidad con que debe ser aplicada. Pero también se debe a la atenuación del componente ideológico de dicha estrategia y al mayor papel que el conocimiento y la experiencia tienen de ella, tanto en la región como en otros países exitosos en sus procesos de desarrollo. Un espíritu abierto y pragmático ha permitido dejar atrás ciertos fundamentalismos económicos. Este mismo espíritu debería prevalecer frente a nuevas aproximaciones dogmáticas como la que podría derivarse de una fe ciega en las potencialidades del mercado.

En efecto, uno de los rasgos distintivos de la nueva visión económica latinoamericana radica en la mayor confianza y uso de los mecanismos del mercado. Pero no debemos olvidar que los mercados funcionan dentro de un marco institucional y social definido, del cual depende su eficacia. Cuando cambian los elementos que interactúan en el mercado -los sistemas productivos, sus bases tecnológicas, las corrientes financieras o las características del capital humano-, el marco institucional que le apoya también debe cambiar. Pero estos cambios no son automáticos ni es posible esperar que se produzcan espontáneamente; requieren un esfuerzo deliberado del Estado y de la sociedad toda.

Durante los últimos años, mientras llevaba a cabo sus actividades ordinarias, el Banco Interamericano de Desarrollo ha estado auscultando las cambiantes realidades de los países y apoyando los posibles elementos de una nueva agenda para encarar las exigencias del desarrollo económico y social de la región. Algunos aspectos relevantes de esta nueva agenda son la modernización productiva y tecnológica para un crecimiento sustentable, la instrumentación de una reforma social que permita luchar eficazmente contra la pobreza, el fortalecimiento de la capacidad de acción del sector privado, la modernización del Estado y el fortalecimiento de la sociedad civil.

Para el banco, cuya misión es servir a la región, las nuevas realidades de América Latina y el Caribe implican grandes desafíos. El primero de ellos es reflexionar en forma profunda acerca del papel que la institución debe asumir y su capacidad para asumirlo.

El BID deberá seguir cooperando con las reformas estructurales que se están llevando a cabo en América Latina. Tiene que apoyar a los Gobiernos en la reforma social que están instrumentando, y profundizar al mismo tiempo su capacidad de diálogo con el sector público, el sector privado y la sociedad civil en cada país. Debe mejorar el impacto de sus préstamos y movilizar los capitales privados hacia la región, sumándolos a sus propios recursos. Necesita colaborar con los Gobiernos y la sociedad civil, a fin de mejorar la gestión del Estado en la formulación y administración de políticas públicas.

El banco se está preparando para fortalecer su capacidad de respuesta y asumir las responsabilidades que surgen de su nuevo aumento de capital. Consciente de los desafíos, pero también de su fortaleza institucional, el BID se prepara para ejecutar los mandatos recibidos de sus países miembros para acometer la tarea inconclusa del desarrollo económico y social de América Latina. Estoy seguro de que el banco sabrá estar a la altura de la confianza y de las expectativas depositadas en él.

Enrique V. Iglesias es presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

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