El ascenso de la disidencia antieuropea en Francia abre una crisis en la derecha

La derecha está desgarrándose en la recta final de la campaña fracesa. Todo parecía ir sobre ruedas para la Agrupación para la Republica (RPR), el partido del primer ministro Édouard Balladur: había pactado una lista común con la giscardiana Unión para la Democracia Francesa (UDF), el otro bloque de la coalición conservadora en el Gobierno, y las encuestas les pronosticaban una victoria cómoda el domingo. Pero en esto llegó Philippe de Vllliers, un giscardiano, ultraconservador contrario a Maastricht. Y su lista, La Otra Europa, subió en los sondeos. Los más recientes le auguran un 8% de los v...

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La derecha está desgarrándose en la recta final de la campaña fracesa. Todo parecía ir sobre ruedas para la Agrupación para la Republica (RPR), el partido del primer ministro Édouard Balladur: había pactado una lista común con la giscardiana Unión para la Democracia Francesa (UDF), el otro bloque de la coalición conservadora en el Gobierno, y las encuestas les pronosticaban una victoria cómoda el domingo. Pero en esto llegó Philippe de Vllliers, un giscardiano, ultraconservador contrario a Maastricht. Y su lista, La Otra Europa, subió en los sondeos. Los más recientes le auguran un 8% de los votos en las elecciones del domingo.

Philippe de Villiers presenta un programa no muy distinto al del ultraderechista Frente Nacional: rechazo a la Europa surgida del tratado de Maastricht, rechazo a los acuerdos comerciales del GATT, rechazo a la apertura de fronteras... Su candidatura de rechazo ha conseguido captar a los sectores más nacionalistas y reaccionarios del gaullismo, arrebatándoselos a la candidatura oficial, pactada y encabezada por el giscardiano Dominique Baudis.La lista de Baudis se lanzó a la campaña. arropada por unos sondeos que le pronosticaban el 40% de los votos. Ahora, los sondeos no le prometen más de 32%. El resto es para De Villiers.

El problema no es nuevo. Los gaullistas se saben divididos desde el dramático referéndum sobre Maastricht, en el que el sí se impuso por décimas. Lo nuevo es que habrá elecciones presidenciales en menos de un año, y que los principales candidatos in pectore son gaullistas: el primer ministro, Edouard Balladur, y el alcalde de París. y jefe del partido, Jacques Chirac. ¿Pueden arriesgarse a descalificar a una parte de sus militantes y electores, sabiendo que le serán necesarios en mayo? Obviamente, no.Equilibristas políticosLos líderes gaullistas tienen que practicar, por tanto, el difícil equilibrismo de apoyar una lista, la oficial, sin criticar directamente a la otra, la que roba votos a la primera. Es decir, tienen que ser proeuropeos y, a la vez, comprensivos con el antieuropeísmo.

La división interna produce mitines difícilmente climáticos. En Rennes, Chirac utilizó la siguiente fórmula para referirse a la alternativa planteada por De Villiers: "Algunos, aquí o allá, podrían verse tentados a votar por otra lista. En política, si uno la concibe seriamente, no es conveniente o razonable votar contra el propio campo, sea cual sea la razón". Balladur, en Puteaux, fue aún menos directo: "No es bueno alimentar las querellas del pasado", dijo, refiriéndose a Maastricht y al GATT, los dos grandes temas de De Villiers.

Los barones del partido aprovechan, a su vez, la disidencia de los antieuropeos para ganarse simpatías. Cada francés lleva un presidente dentro, y en la segunda fila del gaullismo hay tantas aspiraciones como en la primera. Charles Pasqua, ministro del Interior, sueña tanto como Chirac con vivir en el palacio del Elíseo, y ha apostado cautamente por el antieuropeísmo: "No hay por qué excluir [a los votantes de De Villiers] de nuestra mayoría", proclamó ayer.

Baudis, el centrista alcalde de Toulouse, es quien se lleva la peor parte en esta crisis. Pillado entre los dos fuegos del conservadurismo, tiene la obligación de obtener un buen resultado electoral, pero no puede enfrentarse directamente a su principal enemigo. "La nuestra es una lista de unidad, la suya es una lista de división", repite. Flaco mensaje para un electorado, el conservador, al que cada vez tienta más la reacción antieuropea.

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