Tribuna:

Paradojas húngaras

El magnífico edificio del Parlamento, que domina el panorama de Budapest desde la orilla del Danubio, dominará además durante las próximas semanas el panorama político del país. Sus inmensas escaleras, sus interminables pasillos y sus enormes salones se convertirán a partir de hoy en escenario de las complicadas negociaciones que deben dar como resultado la formación de un nuevo Gobierno.Resulta sin duda extraño que la formación de un Gobierno sea una tarea complicada tras unas elecciones que han dado a los vencedores la mayoría absoluta de los escaños. Pero ahí es precisamente donde está la p...

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El magnífico edificio del Parlamento, que domina el panorama de Budapest desde la orilla del Danubio, dominará además durante las próximas semanas el panorama político del país. Sus inmensas escaleras, sus interminables pasillos y sus enormes salones se convertirán a partir de hoy en escenario de las complicadas negociaciones que deben dar como resultado la formación de un nuevo Gobierno.Resulta sin duda extraño que la formación de un Gobierno sea una tarea complicada tras unas elecciones que han dado a los vencedores la mayoría absoluta de los escaños. Pero ahí es precisamente donde está la paradoja: con el 54% de los escaños los socialistas podrían formar rápidamente un Ejecutivo monocolor, ya que apenas quedan pendientes dos o tres leyes que afectan al marco institucional del Estado, cuya aprobación requiere los dos tercios de los votos. Podrían, pero no quieren. Y con una mayoría tan amplia es difícil hacer coaliciones.

El gran triunfador, Gyula Horn -el ministro de Exteriores del antiguo régimen que se atrevió a abrir la frontera a los alemanes orientales, haciendo posible la caída del muro de Berlín-, ya ha anunciado que está dispuesto a renunciar a la jefatura del Gobierno si su persona fuese el obstáculo para llegar a un acuerdo. "Queremos una coalición lo más amplia posible", afirmaba ayer.

La Alianza de los Demócratas Libres, un partido de centro-izquierda que agrupa a las principales figuras de la antigua oposición democrática y que será la segunda fuerza política en esta legislatura con el 18% de los escaños, es el candidato ideal para una coalición. Su presidente, Iván Peto, plantea objeciones para entrar en un Gobierno presidido por Horn, pero ya ha dado a entender que estaría dispuesto a llegar a un acuerdo si los socialistas encuentran otro candidato apropiado. La Federación de Jóvenes Demócratas (Fidesz), cuyo desplazamiento desde una especie de liberalismo verde contestatario y desenfadado hacia posturas más propias de la derecha tradicional les ha acarreado una sonada derrota, han reaccionado rápidamente al mensaje de Horn. "Hasta ahora no hemos recibido invitación", fue la respuesta del Fidesz en cuanto el líder socialista habló de una coalición amplia.

Las puertas, por ambos lados, están abiertas, y los pasillos deben de estar echando humo. El nombre que más se oye es el del socialista Lazslo Bekesi, que fue ministro de Finanzas en el Gobierno de transición de Nemeth y tiene fama de tecnócrata moderado. Mientras se ponen o no se ponen de acuerdo, los resultados de las elecciones del domingo confirman una tendencia que se manifiesta en toda la zona: la dureza de las reformas económicas, llevadas a cabo a veces sin excesiva sensibilidad social, está haciendo que en algunos países centroeuropeos la balanza se incline hacia la izquierda.

Los demócratas libres y los socialistas son tan partidarios como las fuerzas de la derecha de la integración de Hungría en las instituciones políticas, económicas y defensivas europeas. Apuestan también por el libre desarrollo del mercado, por la privatización y la entrada de capital extranjero. Lo que no comparten es la fe ciega en el mercado y su mano invisible. La euforia inicial que tantos votos le dio a la derecha se ha disipado: la restauración del capitalismo no siempre es una fiesta. O al menos no suele serlo para todos.

Pero este viaje de ida y vuelta, este desplazamiento de una parte del electorado hacia la izquierda, no se está produciendo en la misma medida en todos los países centroeuropeos. Sólo en aquellos en los que importantes sectores del antiguo régimen intentaron en serio la transformación democrática del sistema. Allí donde lo intentaron por su propia voluntad, antes de que los telones y los muros se vinieran abajo.

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