Tribuna:

La herencia del pasado

Poco a poco, Argelia está pasando de un sistema sociocultural a otro. Todo indica que el nuevo equipo que ocupa el Poder en Argel pretende, de manera lenta pero segura, un acuerdo con los islamistas. Habrá quien condene esa salida, pero también quien se felicite por ella. No obstante, sería muy grave que esta negociación, y los acuerdos que de ella se deriven, no atañera más que a las. relaciones entre militares e islamistas, y excluyera a las fuerzas democráticas. Inevitablemente habría que considerarlo un acuerdo emponzoñado entre dos adversarios que, al no poder destruirse, deciden gobernar...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Poco a poco, Argelia está pasando de un sistema sociocultural a otro. Todo indica que el nuevo equipo que ocupa el Poder en Argel pretende, de manera lenta pero segura, un acuerdo con los islamistas. Habrá quien condene esa salida, pero también quien se felicite por ella. No obstante, sería muy grave que esta negociación, y los acuerdos que de ella se deriven, no atañera más que a las. relaciones entre militares e islamistas, y excluyera a las fuerzas democráticas. Inevitablemente habría que considerarlo un acuerdo emponzoñado entre dos adversarios que, al no poder destruirse, deciden gobernar juntos.En efecto, si hubiera que definir en pocas palabras lo que se ha producido en estos tres o cuatro últimos años en ese país, bastaría con decir, simplificando pero sin faltar a la verdad, que los militares, amos del poder desde 1965 y tras haber sumido a este país en una situación socioeconómica catastrófica, están cambiando de élite civil para seguir gobernando. Ayer, para asegurarse el poder, utilizaban a los sectores nacionalistas, más o menos afines al socialismo y francófonos. Hoy se ponen de parte de las nuevas categorías sociales surgidas de las grandes transformaciones que ha vivido Argelia durante estos últimos 20 años, y que recurren a un islam zafio, intolerante y falsamente igualitario para acceder al poder y fundamentar su legitimidad.

Para que este cambio sea ineludible, militares e islamistas han tomado a la sociedad como rehén. Y ella espera, impotente, el veredicto. Serán sobre todo las mujeres y las élites intelectuales las que paguen. Víctimas expiatorias, en realidad no se enfrentan al dilema de dimitir o someterse, sino más bien al de elegir entre la huida o el fracaso social. En efecto, el asunto dista mucho de poderse reducir a una mera sumisión a la nueva vulgata ideológica -el islam integrista- para seguir tirando tranquilamente en esa sociedad.

Si únicamente se tratara de eso, gran parte de la élite occidentalizada apoyaría al poder y encontraría en esa religión ideologizada un complemento espiritual que santificaría su posición social. Pero, en realidad, el proceso en curso es bastante más profundo: se trata de un movimiento sociológico de gran envergadura en el que las clases más pobres, los más jóvenes y los más marginados del sistema social son utilizados como temible pretexto por unas élites surgidas de la nueva clase media que quiere apoderarse no sólo del poder político, sino también y sobre todo del poder social. "Quitaos de ahí, que allá vamos", parecen gritar.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Estas élites intermediarias, que constituyen la espina dorsal del movimiento islamista, son producto del excepcional crecimiento demográfico de los últimos 30 años, de la arabización islamización del sistema educativo (desde la enseñanza p rimaria hasta la superior) y, en su aspecto radicalmente contestatario, de la incapacidad del sistema económico para integrarlas. Esto no significa, evidentemente, que el país esté dividido en arabófonos integristas y francófonos laicos. De hecho, arcaísmo y modernismo coexisten en ambos bandos.

.Pero lo que sí es cierto es que el sistema educativo argelino de los últimos 30 años ha puesto todo su empeño en fabricar arabófonos a los que no ha proporcionado ninguna salida social seria, mientras que, para llevar a cabo el "desarrollo", se ha apoyado en los francófonos, con fama de modernistas, a los que, a su vez, controlaba. Un sistema desdoblado culturalmente que cuanto más reivindicaba su carácter árabe e islámico, menos lo valoraba socialmente a la hora de contratar gente.

Los francófonos y, en general, los laicos se verán desbordados por las consecuencias del acuerdo entre militares e islamistas. Es evidente que la aristocracia militar no moverá ni un dedo para defenderlos, al menos mientras el movimiento social de fondo no cuestione sus privilegios. Por otra parte., ¿acaso, antes de ser ilegalizados, no proclamaron los islamistas en más de una ocasión su respeto por el "glorioso Ejército nacional"? Ante esta situación, muchos intentarán -e intentan ya- expatriarse.Y Europa sigue siendo para la mayoría el punto de referencia. Es adonde quieren, y querrán, venir. En Europa, la prensa se ha hecho eco de la situación; parece que las autoridades políticas también se toman en serio el asunto. Pero nada sería más deplorable que enfocar este drama como si se tratara de una tara vergonzosa ligada, a un pasado inconfesable. Hay que prevenir a la opinión pública, tanto contra el fantasma de las decenas de millares de boat-peoples procedentes de Argelia que huyen del islamismo, como contra el alivio cobarde de no tener que inmiscuirse en este asunto.

Hay que tener la valentía de asumir este pasado. Constituye una herencia de la historia de Europa. Y prepararse para acoger a los que huyen, sin introducir, también aquí, un apartheid de la nacionalidad: acoger no sólo a los de doble nacionalidad, sino también a los que, sean francófonos o arabófonos, están acosados y no pueden seguir viviendo en un sistema dominado por el Ejército y el islam. La salida de estas personas, a menudo altos cargos muy válidos, supondrá una pérdida considerable para Argelia. Y por eso sería absolutamente nefasto proclamar urbi et orbi que se les abran las puertas de par en par. Además de ser una violenta injerencia en los asuntos internos argelinos, tendría sobre todo un "efecto de reclamo" devastador.

Si Europa quiere evitar un masivo desplazamiento de la población, debe incidir en las causas y, por consiguiente, hacer lo imposible por ayudar económicamente a Argelia. Pero esta actuación en profundidad no exime de un deber de solidaridad con aquellos que son perseguidos por sus opiniones, por su modo de vida o por el idioma que hablan.

Hay que proteger asimismo a la comunidad argelina que vive en Europa de las amenazas y las intinúdaciones de los islamistas; es evidente que éstos van a continuar con su proselitismo. Y la mejor protección es garantizar una condición jurídica a los recién llegados, para impedir que sean vulnerables atoda clase de manipulaciones. Sería una honra para Europa no plegarse demasiado a la nueva filosofía que preside los derechos de asilo. y acoger a estos refugiados.

No pueden pasarse las relaciones entre Europa y Argelia por el tamiz de los acuerdo! europeos de Schengen. Demasiada pasión, demasiada historia común hacen de ambas un espacio en el que la identidad, el destino y la esperanza están, para bien o para mal, muy lejos de desligarse.Sarni Naïr es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Lausana y acaba de publicar Lettre á Charles Pasqua, de la part de ceux qui ne sont pas bien nés, editado en Francia por Seuil.

Sobre la firma

Archivado En