Cartas al director

La 'mili' del etnógrafo

Se oye hablar muy poco últimamente de la antropología social. "Claro, como apenas les quedan ya clientes...", se sonríe el lector cínico. Pues no, amigo mío, cada vez tenemos más clientes: unos 5.000 millones ya, creo. Lo que sí es cierto es que andamos los antropólogos algo. cabizbajos. No es sólo por la explosión demográfica o porque haya poco dinero. Es que al antropólogo con nómina se le pide hoy que lo sea todo en uno: académico, chupatintas, etnógrafo, guru y hasta sociólogo. Basta. Hay que descentralizar. Zapatero, a tus zapatos. Para empezar, urge crear una comunidad aut...

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Se oye hablar muy poco últimamente de la antropología social. "Claro, como apenas les quedan ya clientes...", se sonríe el lector cínico. Pues no, amigo mío, cada vez tenemos más clientes: unos 5.000 millones ya, creo. Lo que sí es cierto es que andamos los antropólogos algo. cabizbajos. No es sólo por la explosión demográfica o porque haya poco dinero. Es que al antropólogo con nómina se le pide hoy que lo sea todo en uno: académico, chupatintas, etnógrafo, guru y hasta sociólogo. Basta. Hay que descentralizar. Zapatero, a tus zapatos. Para empezar, urge crear una comunidad autónoma de etnógrafos. La labor del etnógrafo consistirá en llegar a conocer bien las vidas de un grupo reducido de personas -90 yuppies malayos, veintitantas vecinas londinenses, una docena de granjeros de Hokkaido- para volver y contárselo al antropólogo de biblioteca y a otros amigos de la cultura ajena. El etnógrafo autónomo deberá ser más artista (y más periodista) que científico; su obra, más Colmena de Cela que artículo del Scientific American. Que generalicen ellos, los antropólogos. Ambas tareas, tanto la minuciosa narración de una experiencia rara como la abstracción fundada, me parecen actividades indispensables y complementarias.

El etnógrafo de carrera ha de empezar temprano. En muchos casos habrá de enseñarse bien una o dos lenguas exóticas y pasar una larga temporada lejos de casa. Aún más importante, deberá aprender una cultura diferente a la suya. No hay duda de que cuanto antes se sumerja en el extraño medio, mayores serán las probabilidades de que regrese con unos ricos y prometedores apuntes de campo. Al mismo tiempo, tendrá que ser lo bastante maduro/a como para acometer una tarea llena de incertidumbres, obstáculos, aburrimiento y soledad, sin irse corriendo a la embajada al primer contratiempo. Quizá el segmento ideal sea gente de 18 a 25 años... con agallas.

Esto me da una idea. Ya que la etnografía europea está subdesarrollada, ¿por qué no darles a los jóvenes europeos con vocación de etnógrafo, y no de soldado, la oportunidad de pasar un año en otro país (europeo o extranjero) a condición de que vuelvan para contarlo? Así mataríamos dos pájaros de un tiro, pues saldría robustecida tanto la Unión Europea como la antropología. Seguro que a Bruselas le encanta la idea. A otros, igual...-

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