Cartas al director

Tribulaciones de un profesor

Nada más llegar a casa desde el instituto, me almuerzo con la noticia de que nuestros representantes en el Parlamento no juegan limpio con la democracia e incurren en trampas y triquiñuelas a la hora de votar unas enmiendas a la Ley de Reforma Laboral.¡La moral se me cae a los pies! No puedo evitar recordar que hace pocos días tuve un serio conflicto con un grupo de alumnos (votantes en las próximas elecciones generales) del que soy tutor y profesor de Etica. Sucedió que, por dimisión de la anterior delegada (no es cierto que aquí no dimite nadie), hubimos de proceder a la elección de un nuevo...

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Nada más llegar a casa desde el instituto, me almuerzo con la noticia de que nuestros representantes en el Parlamento no juegan limpio con la democracia e incurren en trampas y triquiñuelas a la hora de votar unas enmiendas a la Ley de Reforma Laboral.¡La moral se me cae a los pies! No puedo evitar recordar que hace pocos días tuve un serio conflicto con un grupo de alumnos (votantes en las próximas elecciones generales) del que soy tutor y profesor de Etica. Sucedió que, por dimisión de la anterior delegada (no es cierto que aquí no dimite nadie), hubimos de proceder a la elección de un nuevo delegado de curso. Al hacer el cómputo advertimos que el número de votos emitidos era superior al del alumnado que compone el curso. Ante tal hecho -superado o, al menos, contenido el lógico desánimo y enfado- no cabía sino reflexionar, hacer autocrítica y buscar las razones por las que el respeto a las normas democráticas es un valor que no debe tomarse a broma. En resumen, intentamos convencernos (esto es: darnos razones) de que con la democracia no se juega, y menos de forma tramposa. Sin duda fue un incidente desagradable, pero -me aseguran los alumnos y así quiero creerlo- no estéril: aprendimos a tomarnos más en serio la democracia y sus normas.

Cuando mañana vuelva al instituto desearé con todas mis fuerzas que mis alumnos no hayan oído la noticia, que prestaran más atención al reconfortante plato de comida que a la perturbadora pantalla del televisor. Si no ha sido así, seguir dando clases de Ética me resultará un tormento insufrible; a cada momento me asaltará el temor a que, mientras canto en clase las excelencias de la democracia, mis alumnos se pregunten sobre mi persona: "¿Cómo se puede ser tan ingenuo a su edad?", o "¿tan pronto le llega la demencia senil a los profesores?", o, peor aún, "¿tendrá éste parte en el negocio?". ¡Deprimente!

Quiero felicitar a los señores parlamentarios (¿llegaremos a saber quiénes?) por su altísima cualificación pedagógica: en una actuación de pocos minutos han conseguido dejar una idea perfectamente clara; yo, aun siendo docente, no estoy seguro de conseguirlo ni en años. En mi disculpa, aclaro que la idea que yo pretendo enseñar es exactamente la contraría que ellos han ejemplificado con su proceder y que como hasta los más tontos sabemos- es más fácil dinamitar que construir.-

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