Cartas al director

Discriminación en el Camino de Santiago

A finales de octubre, desde Roncesvalles, emprendí el largo camino hasta Santiago de Compostela. Sufrí, como todo peregrino, la lluvia, el frío y el cansancio del camino; como fruto, recibí un gran enriquecimiento espiritual, y mis ojos se llenaron de la cultura y del paisaje de España.El último día llegué, antes del amanecer, al monte del Gozo, y las primeras luces me mostraron las agujas de la catedral. Por mi pobre vocabulario en español, no pude expresar a mis compañeros de viaje todo el sentimiento que me embargaba. Luego me sucedió la cosa más lamentable de los largos 750 kilómetros: mis...

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A finales de octubre, desde Roncesvalles, emprendí el largo camino hasta Santiago de Compostela. Sufrí, como todo peregrino, la lluvia, el frío y el cansancio del camino; como fruto, recibí un gran enriquecimiento espiritual, y mis ojos se llenaron de la cultura y del paisaje de España.El último día llegué, antes del amanecer, al monte del Gozo, y las primeras luces me mostraron las agujas de la catedral. Por mi pobre vocabulario en español, no pude expresar a mis compañeros de viaje todo el sentimiento que me embargaba. Luego me sucedió la cosa más lamentable de los largos 750 kilómetros: mis compañeros y yo fuimos a la Oficina de Acogida al Peregrino para obtener la compostelana -prueba de haber andado más de 100 kilómetros a pie por motivos espirituales, religiosos o culturales-religiosos-. Cuando me vio la señorita de la oficina me preguntó solamente a mí: "¿Es usted cristiano?. Contesté la verdad, que no, y la compostelana me fue negada.

Algunos de los peregrinos que había conocido no eran ni católicos, ni protestantes, y otros no creían en Dios. A éstos no se les preguntó nada, su aspecto les valió como "certificado de ser cristianos". Mi sinceridad tuvo como recompensa que mis esfuerzos no merecieron el pequeño reconocimiento de la compostelana; y que, posteriormente, en la misa de peregrinos, se leyera en voz alta los nombres de todos los que habían llegado esa mañana, excepto el mío. ¿No es esto una forma de discriminación y de desvirtuar el espíritu del Camino?

Ahora lo entiendo así: el Camino de Santiago acepta a los peregrinos sin ninguna distinción de raza, nación o credo; la Iglesia, no. La Iglesia discrimina por el credo, o, mejor dicho, discrimina por la sinceridad. La sinceridad, según creo, es limpieza de corazón; y Cristo, en el sermón, ha dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (San Mateo, 5, 8).

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