Tribuna:La mirilla

Fin de semana en el 'híper'

Los nuevos tiempos parecen imponer novedosas ofertas de ocio. De todas ellas hay muchos reportajes e incluso libros -auténticos tratados-: el parapente, el puenting o los juegos de la guerra en Pelayos de la Presa.Pero la gente tiene otras aficiones, como la de ir al hipermercado. Sus adeptos se camuflan entre clientes que hacen su compra por necesidad, pero el espectáculo es al menos tan interesante -o tedioso- como seguir una carrera de bólidos teledirigidos.

La entrada es gratuita; y el horario, continuado, de jornada completa sábados y domingos. Se trata de lugares idóneos pa...

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Los nuevos tiempos parecen imponer novedosas ofertas de ocio. De todas ellas hay muchos reportajes e incluso libros -auténticos tratados-: el parapente, el puenting o los juegos de la guerra en Pelayos de la Presa.Pero la gente tiene otras aficiones, como la de ir al hipermercado. Sus adeptos se camuflan entre clientes que hacen su compra por necesidad, pero el espectáculo es al menos tan interesante -o tedioso- como seguir una carrera de bólidos teledirigidos.

La entrada es gratuita; y el horario, continuado, de jornada completa sábados y domingos. Se trata de lugares idóneos para disfrutar de la confusión que produce la multitud en días de lluvia y que eluden los solitarios, los amantes de la naturaleza y los que odian a los niños. Porque el día elegido por los aficionados a este noble entretenimiento suele caer en sábado o domingo, cuando los colegios están cerrados y los honrados padres de familia no saben qué hacer con sus retoños, aparte de sacarlos de casa.

Allí estará fiel a la cita el honrado padre que ha dejado la corbata en el armario y aparece lustrosamente uniformado con vaqueros y camisa a cuadros modelo leñador. Llega empujando un carro y rodeado de sus dos hijos mayores y una esposa que luce chándal y tacones.

Dos horas más tarde, a él ya se le ha quitado la cara de beatífica ociosidad y le habrá dado un bofetón a uno de sus vástagos, habrá tenido una bronca sorda con su esposa, que se empeña en ponerse a la cola de la pescadería antes de hacerse con la oferta del Cola-cao, se habrá dejado los dedos en la maquinita que sella las bolsas de la fruta y habrá protagonizado un pequeño altercado con una señora que ha aparcado un carro justo delante de la estantería de zapatos infantiles.

Nunca he comprendido por qué la gente se pelea tanto en los hipermercados los fines de semana.

El éxito de estos establecimientos es tan extraordinario que sólo en Madrid -región- se proyectan otros once y me cuesta creer que la razón resida en que haya pocos comercios donde comprar el arroz y las cervezas. Al madrileño no le asusta la multitud. Al contrario. Es su elemento natural.

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Hay quien sostiene que, junto a aquellos miles de ciudadanos que hacen parapente, leen, ligan o juegan a la guerra en Pelayos, hay otros, que también se cuentan por millares, que no saben en qué narices ocupar su tiempo libre. Quizá haya algo de cierto en ello. Quizá muchos de los que hoy vuelvan al trabajo, descansados y algo vacíos, tengan la secreta sospecha de que, una vez más, no supieron administrar su ración semanal de libertad.

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