Tribuna:

Crisis en el cine

Se habla mucho de la crisis del cine y, sin embargo, es raro el ciudadano que no se sabe de memoria la lista de los actores de moda, e incluso el nombre de varios directores extranjeros. Entonces, si ahora hay más afición que nunca, ¿por qué va menos gente al cine? ¿Es culpa del vídeo? No, en absoluto. En todo caso, el vídeo crea mercado.La razón es completamente ajena al séptimo arte: las salas están vacías porque se folla más bajo techo y a deshora. Los cines son sólo eso, salas de proyección y no centros de acogida de enamorados en celo.

El gran éxito de las salas gigantescas era con...

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Se habla mucho de la crisis del cine y, sin embargo, es raro el ciudadano que no se sabe de memoria la lista de los actores de moda, e incluso el nombre de varios directores extranjeros. Entonces, si ahora hay más afición que nunca, ¿por qué va menos gente al cine? ¿Es culpa del vídeo? No, en absoluto. En todo caso, el vídeo crea mercado.La razón es completamente ajena al séptimo arte: las salas están vacías porque se folla más bajo techo y a deshora. Los cines son sólo eso, salas de proyección y no centros de acogida de enamorados en celo.

El gran éxito de las salas gigantescas era consecuencia de que las parejas podían ir a un espacio cubierto, a oscuras y permanecer allí durante horas sin cometer por ello un suicidio social.

Los cines de sesión continua eran un jadeo intermitente donde nadie sabía qué se proyectaba. Cualquier intento de aproximación a la historia de la pantalla era una pérdida de tiempo y de sensaciones irreversibles.

Las colas eran un hervidero de impaciencia, de deseo contenido, de manos temblorosas al darle el dinero a la taquillera, que siempre estaba con las agujas de tricotar en la mano y de mala leche.

Los acomodadores tenían más suerte. Se quedaban pegados a la puerta, junto a la última fila, "la de los mancos", y desde allí se convertían en testigos privilegiados del espectáculo más lujurioso que se daba en la ciudad.

Era la impunidad de la oscuridad la que convertía el cine en negocio.

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Las manos, ese forcejeo eterno que, aunque superado una y otra semana, volvía en cada nueva sesión de cine. Esa oposición por miedo al escándalo y no por falta de ganas. Siempre un "nos van a oír", y nunca un "no seas cerdo, Mariano".

Las chicas, que suelen ser más escandalosas en la cosa del sexo, y resoplan con más fuerza, y jadean, y hacen cosas raras, no eran partidarias de colaborar en la banda sonora de la película y comenzaban la sesión de cine con una discreta resistencia.

Tiempos en los que la sala se llenaba de atrás hacia delante. Justo lo contrario de lo que ocurre ahora, donde, en la mayoría de los cines, sobra la parte posterior del patio- de butacas, siempre vacía.

Ahora, el espectador de cine sólo va a ver la película. Esta selección natural es la que está acabando con las salas. Al tener un uso exclusivo, no dan para más. Sin embargo, la crisis económica y el incremento de los precios de las viviendas pueden reconvertir los, cines en centros de recreo integral donde los novios, bajo el rumor de una acción trepidante pero lejana, encuentren de nuevo ese espacio de intimidad que el mundo les niega.

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