Tribuna:

El Gran Israel y la 'libanización'

Se ha dicho y repetido una y otra vez: los palestinos negocian entre la espada y la pared. Otorgar a los israelíes nuevas concesiones sería suicida. Romper las negociaciones, también. Es cierto que Israel tiene un margen de maniobras más amplio. De todas formas, los retos a los que se enfrenta este Estado de 20.235 kilómetros cuadrados podrían ser dramáticos. El más grave de todos ellos es la libanización. Este riesgo se desprende tanto del mito de Eretz-Israel (el Gran Israel) como de la demografía.En 1990, año en que llegaron 200.000 judíos soviéticos, Isaac Shamir, primer ministro de...

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Se ha dicho y repetido una y otra vez: los palestinos negocian entre la espada y la pared. Otorgar a los israelíes nuevas concesiones sería suicida. Romper las negociaciones, también. Es cierto que Israel tiene un margen de maniobras más amplio. De todas formas, los retos a los que se enfrenta este Estado de 20.235 kilómetros cuadrados podrían ser dramáticos. El más grave de todos ellos es la libanización. Este riesgo se desprende tanto del mito de Eretz-Israel (el Gran Israel) como de la demografía.En 1990, año en que llegaron 200.000 judíos soviéticos, Isaac Shamir, primer ministro del Likud, afirmaba: "La gran inmigración no es posible más que en un gran Israel". Durante los 15 años que estuvo en el poder (1977-1992), este partido de derechas practicó de hecho la anexión abierta o rampante de los territorios ocupados durante la Guerra de los Seis Días, en 1967. Así, Jerusalén fue unificada por la anexión de la parte árabe y proclamada capital eterna. Los altos del Golán sirio (1.150 kilómetros cuadrados) fueron anexionados por el Parlamento en 1981. En Cisjordania, (5.879 kilómetros cuadrados, la mitad de la superficie de Líbano), el 53% de las tierras fue confiscado, y en Gaza (362 kilómetros cuadrados), alrededor del 40%.

El Likud pudo practicar esta política aprovechando una cierta pasividad de los palestinos. La Intifada que se viene desarrollando desde 1987 modificó los datos políticos del problema y desmintió la fórmula atribuida a los primeros ministros sionistas: "Un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo". Subrayó asimismo la importancia de la cuestión demográfica.

En efecto, hasta 1967, el Estado hebreo era relativamente homogéneo: los 460.000 no judíos no representaban más que el 15% de la población, frente al casi 20% actual. Según las estadísticas publicadas por Israel, en mayo de 1992 son más de 900.000: 700.000 musulmanes, 130.000 cristianos y 85.000 drusos. En Cisjordania son 900.000, y en Gaza, 800.000, o sea, en total 2.600.000 árabes, frente a 4.200.000 israelíes judíos. De mantener la ocupación, Israel se convertiría cada vez menos en un Estado judío y cada vez más- en un Estado binacional en el que los árabes podrían llegar a ser mayoría.

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Hay que saber también que el índice de fecundidad de las mujeres musulmanas (en los territorios ocupados y en Israel) es del 5,26%, frente al 2,87% de las mujeres judías. La alia, inmigración de los judíos a Israel, puede frenar esta tendencia, pero no invertirla. Cuando se piensa en la bomba & relojería que constituye la franja de Gaza (véase EL PAÍS, de 19 de mayo) se comprende que el primer ministro Isaac Rabin afirmara a principios de este año: "A veces espero que desaparezca en el mar...".

Para Israel, la antigua Unión Soviética representa actualmente la única reserva humana importante con 2,5 millones de judíos, de los cuales alrededor de un millón son candidatos a la emigración. Lo malo es que cuando se les presenta la opción, prefieren marcharse a Estados Unidos o a otros países occidentales. Es la razón por la que en 1988 Washington aceptó, a instancia de las autoridades israelíes, hacer más severas las condiciones de admisión.

Entre 1989 y 1991 llegaron a Israel, pues, unos 400.000 judíos de la antigua Unión Soviética. Se calcula que cerca del 50% de ellos tiene una formación profesional elevada (médicos, ingenieros, informáticos, investigadores ... ). En teoría, es una formidable riqueza para Israel. En la práctica, su inserción está resultando más dificil de lo previsto, en contra de lo que quiso hacer creer el Likud al referirse a la bastante rápida asimilación de la afluencia de judíos del Magreb durante los años sesenta. Estos sefardíes pudieron integrarse gracias al desarrollo de los sectores textil y alimentario, que no exigían un elevado nivel de cualificación y permitieron reducir las importaciones.

Hoy, por el contrario, el paro azota al 15% de la población y la inserción de la materia gris rusa en la economía costará muy caro antes de llegar a ser, eso sí, muy rentable. Las autoridades israelíes lo saben bien, ya que una veintena de multinacionales están ya instaladas en el país, como Motorola y su competidor National Semi Conductors, que ha concebido unos ingenios informáticos de 100 millones de instrucciones por segundo (MIPS). El reciclaje de los judíos rusos requerirá mucho más que los 200 millones de dólares actualmente invertidos por las multinacionales, e incluso que los 10.000 millones en préstamos destinados a facilitar su asentamiento (acogida, alojamiento, enseñanza del hebreo) que EE UU avalará a Rabin, pero que negó a Shamir.

Las multinacionales estarían dispuestas a consentir esfuerzos importantes con la condición de que el contexto político y el clima psicológico sean favorables. Ahora bien, el Gobierno laborista ha heredado del Likud dos obstáculos: el crecimiento masivo de las colonias judías en los territorios ocupados y la Intifada. En efecto, el Likud fomentó los asentamientos: cerca de 150 colonias, con un total de 100. 000 personas, existen actualmente en CisJordania y en Gaza, y 120.000 israelíes judíos se han instalado en Jerusalén este.

Al igual que las tierras, el agua también ha sido confiscada: de 720 pozos explotados por los árabes, 431 han sido cerrados, de manera que los palestinos tienen que conformarse con 20 millones de metros cúbicos de agua, mientras que Israel saca de Cisjordania 320 millones de metros cúbicos, tanto come, la que saca del lago Galilea, su principal reserva. Estos factores figuran entre las causas de la Intifada, así como la llegada masiva (le los judíos rusos, que suscitó entre los palestinos el temor a ser deportados (Ariel Sharon dejó caer esta amenaza) a otros países árabes o a ver cómo su territorio se reducía aún más en favor de los colonos judíos (¡Shamir quería que llegaran a ser 300.000!).

Deplorando la política corta de miras de la derecha, Bernard Avishai publicó en The Wall Street Journal Europe del 1 de octubre de 1991 un artículo titulado Israel derrocha sus mejores recursos. Es por razones económicas, demográficas, estratégicas, culturales y diplomáticas (las presiones de Estados Unidos) por lo que Isaac Rabin se esfuerza, a diferencia de Shamir, en hacer que las negociaciones con los palestinos lleguen a buen término, a fin de preservar la seguridad y también el alma de Israel. Esto supone una modificación del statu quo vigente desde 1967. Pero todo cambio inquieta y magnifica los peligros hasta que se establezca un nuevo equilibrio.

El riesgo de libanización es real. Rabin lo sabe. Lo ha visto a través de los múltiples enfrentamientos que sacuden su país y los territorios ocupados, es decir, el Gran Israel. Enfrentamientos entre integristas del Hamas, hostiles a las negociaciones, y la OLP; entre colonos judíos y palestinos, todos intranquilos por su futuro. Tensiones en Israel, incluso entre sefardíes instalados desde hace mucho y askenazíes rusos recién llegados, ya que los primeros ven con malos ojos las ventajas concedidas a los segundos para retenerlos.

El Gobierno de Rabin es consciente de las ventajas que puede aportar la paz y teme que, a fuerza de esperar en un contexto dificil, los 400.000 judíos acaben por verse tentados a unirse a los 600.000 yordim (los que han vuelto a bajar) que, con el paso de los años, se han ido a buscar en países lejanos esa tierra prometida que, con gran decepción por su parte, no encontraron en Israel.

Paul Balta es director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente de la Universidad de la Sorbona, en París.

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