Cartas al director

Permiso de basuras

Acabo de pasar dos semanas de vacaciones en España, país que me gusta y hasta me fascina en muchos aspectos. Sin embargo, debo reconocer que para el turista extranjero que cruza España ciertas cosas resultan bastante desagradables y perjudican la imagen de paraíso turístico que tenía el país hasta hace poco. Tuve la oportunidad de cruzar Pasa a la página siguiente

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España de una punta a otra en bicicleta, y a pesar del encanto de los olivares, pinares y sierras, la fascinación pronto se desvanece al observar la contaminación que desfigura...

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Acabo de pasar dos semanas de vacaciones en España, país que me gusta y hasta me fascina en muchos aspectos. Sin embargo, debo reconocer que para el turista extranjero que cruza España ciertas cosas resultan bastante desagradables y perjudican la imagen de paraíso turístico que tenía el país hasta hace poco. Tuve la oportunidad de cruzar Pasa a la página siguiente

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España de una punta a otra en bicicleta, y a pesar del encanto de los olivares, pinares y sierras, la fascinación pronto se desvanece al observar la contaminación que desfigura las orillas de las carreteras. Recientemente, entre Albacete y Manzanares, a 30 por hora en mi bici, asqueado por tanta basura, me puse a hacer el censo detallado de la fauna heteróclita que alfombraba la cuneta: botellas y botes de agua, cerveza, coca-cola, bidones de aceite, paquetes de cigarrillos, plásticos, pañales de bebé, neumáticos, periódicos, embalajes y envases diversos... No quedaba un metro cuadrado de cuneta virgen de desechos automovilísticos. El español debe de considerar todo lo que sobresale de su coche y de su casa como el basurero público más grande del mundo. Hay más: en las afueras inmediatas de más de un pueblo encantador pude admirar con desolación basureros semipúblicos o semisalvajes sin controlar y sin asumir, pues nunca faltaba la pancarta: "Prohibido tirar basura", dicha basura parecía jugar con el aire como la hojarasca en otoño, ofreciendo un espectáculo bastante feo.

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Sin embargo, faltaba lo peor: en mayo tuve la mala suerte de subir en autobús a los lagos de Covadonga al día siguiente de la llegada de la Vuelta Ciclista... La subida se había convertido en un vertedero de lo más asqueroso; miles de domingueros habían abandonado en esta ascensión encantadora los desechos de su pic-nic dejando la mesa puesta, hasta llegué a adivinar más o menos cuántos hijos y abuelos tenía la familia que acababa de comer en tal trocito de hierba... Para decirlo todo: una porquería...-

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