Un 'referéndum' sobre Rafsanyani

El porcentaje de votación es la única duda sobre la reelección hoy del presidente iraní

Cuando los iraníes acudan hoy a las urnas, lo que harán será dar más tiempo al hombre que les prometió hace cuatro años bienestar económico y mejores relaciones con el mundo moderno. Ambos objetivos, pilares de la campaña que llevó al poder a Alí Akbar Hachemí Rafsanyani en 1989, siguen confinados al papel. Estas presidenciales (o, mejor dicho, la reelección asegurada de Rafsanyani) son más bien un referéndum de la filosofía pragmática que le ha ayudado a demostrar que el conflicto entre la moderación y el fanatismo, contrariamente a los deseos de los numerosos enemigos del régimen, no amenaza...

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Cuando los iraníes acudan hoy a las urnas, lo que harán será dar más tiempo al hombre que les prometió hace cuatro años bienestar económico y mejores relaciones con el mundo moderno. Ambos objetivos, pilares de la campaña que llevó al poder a Alí Akbar Hachemí Rafsanyani en 1989, siguen confinados al papel. Estas presidenciales (o, mejor dicho, la reelección asegurada de Rafsanyani) son más bien un referéndum de la filosofía pragmática que le ha ayudado a demostrar que el conflicto entre la moderación y el fanatismo, contrariamente a los deseos de los numerosos enemigos del régimen, no amenaza la revolución islámica.

Rafsanyani ha estado sonriendo menos de lo usual en los últimos tiempos. En sus pocas apariciones en televisión, lo que los iraníes han visto es a un presidente-candidato evidentemente preocupado por el futuro. Su último discurso estuvo claramente dirigido a disipar el descontento popular con su gestión. "Hace cuatro años, cuando me hice cargo de la presidencia, os advertí que el proceso de recuperación iba a demandar diez", les recordó en un pasaje con nítido timbre de justificación.Sus críticos, por supuesto, sostienen que al paso que van las cosas en Irán y el resto del mundo, incluso aquel plazo suena como una quimera. La recesión económica global y la nueva cruzada antiiraní capitaneada, otra vez, por Estados Unidos están destinadas a magnificar los obstáculos que paralizan los planes de Teherán.

Con todo, incluso los más decepcionados por el incumplimiento de promesas viejas van a votar por Rafsanyani principalmente porque en el espectro político no existe otra opción seria. Oficialmente, Rafsanyani compite con tres candidatos, pero ello es un mero formalismo que da un cierto cariz, pluralista al ejercicio de hoy. El dato más importante lo ofrecerá el índice de concurrencia, porque la pregunta que flota actualmente en Irán es en qué medida Rafsanyani es hoy capaz de movilizar al electorado de alrededor de 30 millones de iraníes.

Las predicciones señalan que, a pesar de su fracaso en el plano económico y el diplomático, su magnetismo sigue intacto. Al fin y al cabo, Rafsanyani es ampliamente considerado como el más fiel ejecutor del testamento político del ayatolá; Jomeini, y es precisamente de allí de donde emana su incuestionable poder.

Un hecho que invariablemente se trae a colación, cuando los asesores más próximos del presidente quieren dar énfasis a las impecables credenciales de Rafsanyani, se remonta a las últimas horas de vida del padre fundador de la república islámica del Irán. Entre las cinco personas que vieron expirar al ayatolá Jomeini el 3 de junio de 1989 estaba Rafsanyani. Confidentes de la familia dicen que uno de los últimos actos de Jomeini fue susurrar unas frases al oído de Rafsanyani. Ese breve episodio daría más tarde a Rafsanyani el envidiable privilegio de convertirse en árbitro en la interpretación de pasajes ambiguos en el testamento escrito por el ayatolá.

Lo que quedaría luego demostrado es que ese breve contacto fue un premio a la lealtad de uno de los más preclaros discípulos de Jomeini.

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El éxito de Rafsanyani en impedir que las frecuentes críticas a su política moderada se escaparan del marco de debate filosófico se debe, en gran parte, a la gran habilidad que ha demostrado para conciliar los apasionados eslóganes de los militantes con las aspiraciones realistas de los moderados, más propensos a apoyar la modernización del país que a exportar la revolución al resto del mundo musulmán. Rafsanyani habla a dos audiencias -los liberales y conservadores del bazar y los revolucionarios-, y ha quedado demostrado que halla apoyo en ambas.

Alí Akbar Hachemí Rafsanyani tiene 58 años, una edad que permite suponer lógicamente que puede permanecer activo en la crucial escena política de la próxima década. Hijo de una familia acomodada de productores de pistacho en la región de Kerman, en el sureste del país, a los 14 años ingresó en la escuela teológica de Qom. Fue un paso decisivo. Allí estudió Jurisprudencia Islámica bajo el tutelaje del ayatolá Ruholá Jomeini y no tardó en abrazar la perspectiva revolucionaria de su maestro, contra la tendencia que prevalecía entonces en el establishment religioso de los shiíes de Irán. Fue allí donde se afianzó en Rafsanyani la convicción de que el verdadero poder popular nace del Corán, el odio hacia el despotismo del sha y la abjuración de la "corrupción occidental", y el peligro de contagio personificado por la corona.Experiencia militarRafsanyani conoció las sórdidas cárceles del sha y fue torturado por el SAVAK, la policía secreta entrenada por la CIA, después de su aparición en la escena política en 1963. Su paso por las fuerzas armadas le convirtió, tras la victoria de la revolución en 1979, en uno de los pocos líderes religiosos con experiencia militar. Jomeini le tuvo siempre a su lado.

Rafsanyani fue elegido presidente del Parlamento en 1981 y desde esa posición contribuyó a la cruenta purga de izquierdistas. En uno de los movimientos pendulares de la revolución que dieron ímpetu a las fuerzas militantes, Rafsanyani pasó brevemente a un segundo plano, pero aprovechó ese relativo paréntesis en su carrera política para ampliar considerablemente los poderes de la presidencia de la república. Fue una jugada maestra. Rafsanyani diseñó un cargo a su medida, y ahora, más que nunca, se apresta a utilizarlo para los ambiciosos objetivos de un país de 60 millones llamado a convertirse, tarde o temprano, en una potencia con un pie en Oriente Próximo y el otro en Asia central.

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