Tribuna:

Dentro de 20 años y un día

A Aznar le preguntaron el jueves en Vitoria su opinión sobre si habría que indultar a Amedo, y respondió que debía contestar González, "que es quien tiene toda la información sobre los GAL". En realidad, después del libro de Miralles y Arques y del juicio de Amedo, de los GAL se sabe bastante. Entre lo que se ignora figura todavía, sin embargo, el razonamiento político en virtud del cual alguien decidió poner en funcionamiento el invento. Pero supongamos que han pasado 20 años y que un estudiante noruego prepara una tesis sobre ese asunto. Tras hablar con los testigos y leer los periódicos de ...

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A Aznar le preguntaron el jueves en Vitoria su opinión sobre si habría que indultar a Amedo, y respondió que debía contestar González, "que es quien tiene toda la información sobre los GAL". En realidad, después del libro de Miralles y Arques y del juicio de Amedo, de los GAL se sabe bastante. Entre lo que se ignora figura todavía, sin embargo, el razonamiento político en virtud del cual alguien decidió poner en funcionamiento el invento. Pero supongamos que han pasado 20 años y que un estudiante noruego prepara una tesis sobre ese asunto. Tras hablar con los testigos y leer los periódicos de la época, desarrollaría una hipótesis no muy diferente de ésta:Hacia 1983, y con ETA asesinando a razón de una víctima a la semana, alguien llega a la conclusión de que es imposible acabar con la violencia sin un acuerdo negociado. Pero también a la de que los terroristas no aceptarán una negociación realista (cese de las armas a cambio de indultos), si no se modifica la percepción de la realidad que tienen sus jefes. Éstos planteaban por entonces una negociación con el Ejército, y limitando su oferta a una tregua temporal a cambio de reivindicaciones políticas como la autodeterminación, la integración de Navarra en Euskadi, etcétera.

Alguien del departamento X recuerda entonces que existe desde hace años un plan consistente en responder a cada atentado mortal de ETA con otro contra algún miembro de la organización terrorista en el santuario francés. El plan, congelado durante algún tiempo, se pone en marcha inmediatamente después del fracaso de un intento policial de secuestrar e interrogar a un dirigente del sector de ETA que mantenía secuestrado al capitán Martín Barrios (al que asesinaría poco después).

Mucha gente compartía entonces el planteamiento de fondo (tanta como 15 años atrás aplaudía los primeros atentados de ETA), y lo habría dado por bueno de haber funcionado. No por haber resultado eficaz habría dejado de ser una empresa criminal, pero si fracasó no fue sólo por el estilo chapucero con que fue llevada a la práctica. El error fue también político. Los estrategas de la cosa no comprendieron que el anhelo máximo de los terroristas era precisamente conseguir que el poder establecido imitase sus métodos ilegales hasta igualarse con ellos en falta de legitimidad. Si no se llega a parar el experimento a tiempo lo habrían conseguido, dando verosimilitud a la idea de un empate que sólo la negociación política resolvería. El resultado habría sido el opuesto al pretendido: alentar atentados cada vez más sangrientos a fin de provocar una respuesta cada vez más incontrolada que vaciase de toda legitimidad al Estado. Hubo, pues, además de crimen y chapuza, error político, del que nadie respondió nunca. Todo el mundo sabe ahora eso. Pero no todos lo dijeron en 1983, comprobaría el estudiante noruego.

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