Tribuna:

La guerra y la noche

Lo escribió Elie Wiesel en El Alba: "La guerra es como la noche. Lo cubre todo". Un año de guerra en Bosnia-Herzegovina: 200.000 muertos civiles, dos millones de expulsados, 20.000 mujeres violadas, todo un tejido social y económico destruido. Una herencia de odios que no se disipará en muchos años.La guerra lo cubrió todo. La tiniebla interior se apoderó de hombres y mujeres corrientes. En menos de un año, les ha transformado en terroristas, asesinos, violadores, incendiarios, torturadores. Nunca lo imaginaron. Nunca se vieron a sí mismos en tales papeles. Pero, de modo imperceptible, ...

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Lo escribió Elie Wiesel en El Alba: "La guerra es como la noche. Lo cubre todo". Un año de guerra en Bosnia-Herzegovina: 200.000 muertos civiles, dos millones de expulsados, 20.000 mujeres violadas, todo un tejido social y económico destruido. Una herencia de odios que no se disipará en muchos años.La guerra lo cubrió todo. La tiniebla interior se apoderó de hombres y mujeres corrientes. En menos de un año, les ha transformado en terroristas, asesinos, violadores, incendiarios, torturadores. Nunca lo imaginaron. Nunca se vieron a sí mismos en tales papeles. Pero, de modo imperceptible, como el crepúsculo deja paso a la noche, se convirtieron en portadores de muerte y destrucción para sus vecinos, sus amigos, sus parientes.

Este conflicto nos ha cubierto también a nosotros, europeos de una generación que nunca contempló tan de cerca la violencia total que es la guerra. Hasta hoy, la hemos visto de lejos. En Corea, en Malaisia, en Vietnam, en Argelia, en Biafra, en Suráfrica, en Angola. Y en tantas otras partes, donde formaba parte de una herencia colonial ante la que nos tomábamos el lujo de sentirnos espectadores comprometidos, pero distantes en la misma crítica.

Esta vez no pudimos poner distancia de por medio: ni física, ni mental. Modos culturales, niveles económicos, intercambios con la Europa rica del centro y del norte a través de la emigración y del turismo. Nos vimos reflejados en víctimas y verdugos, en sus rasgos físicos, en sus modos de vestir. De vivir y de morir.

Sentirnos vulnerables

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Por ello, esta guerra nos ha hecho sentimos vulnerables. Como potenciales víctimas del asesinato, la violación o la deportación. Pero también como potenciales ejecutores: podemos convertirnos en asesinos uniformados, en violadores, en guardianes de campos de concentración.

El efecto tenebroso de esta guerra ha oscurecido también perspectivas colectivas. En unos meses, se ha derrumbado la confianza en un orden político-jurídico europeo que aspiraba a desterrar en este continente las guerras de fronteras, de etnias o de religión. La inhibición europea ha arruinado por bastante tiempo las expectativas sobre el papel internacional de la CSCE, de la CE o del Consejo de Europa.

Y es que toda la retórica se esfuma cuando falta la voluntad de controlar los dos grandes factores de riesgo. En lo ideológico, el aliento incesante al nacional-estatismo de quienes dominan un Estado y de quienes lo añoran. En lo económico, la promoción desde estos Estados de un activísimo tráfico de armas. Mientras nacional-estatismo y nacional-armamentismo sigan tan campantes, no se aligerará la vergüenza moral que sentimos hoy muchos europeos. Y la guerra, como la noche, seguirá cubriéndonos a todos.

Josep M. Vallès es catedrático de Ciencia Política y de la Administración y rector de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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