Editorial:

La mejor opción

FELIPE GONZÁLEZ ha hecho lo único que podía, para ser consecuente con el resultado de la comisión ejecutiva del PSOE del pasado sábado. La crisis interna de los socialistas ha arrancado al presidente lo que la recesión económica no pudo: adelantar la celebración de las elecciones generales al 6 de junio próximo. Si un político como González, tan propenso a prolongar Gobiernos y a apurar al máximo mandatos parlamentarios, se ha inclinado finalmente por esa opción es porque, sin duda, se ha convencido de que la de agotar la legislatura era inviable. Obviamente, ha tenido que negar que la crisis ...

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FELIPE GONZÁLEZ ha hecho lo único que podía, para ser consecuente con el resultado de la comisión ejecutiva del PSOE del pasado sábado. La crisis interna de los socialistas ha arrancado al presidente lo que la recesión económica no pudo: adelantar la celebración de las elecciones generales al 6 de junio próximo. Si un político como González, tan propenso a prolongar Gobiernos y a apurar al máximo mandatos parlamentarios, se ha inclinado finalmente por esa opción es porque, sin duda, se ha convencido de que la de agotar la legislatura era inviable. Obviamente, ha tenido que negar que la crisis de su partido haya sido determinante en la decisión, pero es difícil que sin la primera -sin el riesgo de estallido interno por el caso Filesa- sea comprensible en su totalidad el cambio presidencial sobrevenido en este punto.Llegar hasta el final de la legislatura ha sido el mensaje transmitido tozudamente por el presidente del Gobierno desde el momento en que los síntomas de la recesión económica el acentuado acercamiento electoral entre el PSOE y el PP plantearon como verosímil la hipótesis del adelanto electoral. Las razones esgrimidas desde el terreno económico para ese adelanto, fundamentalmente la de acabar con la incertidumbre, no eran del todo convincentes; si un Gobierno con mayoría absoluta no es capaz de generar confianza en los agentes económicos y sociales, es dudoso que lo consiga uno de precaria mayoría simple o de azarosa coalición, como pronostican los sondeos. Es verdad que la actual incertidumbre no es el marco idóneo para la recuperación de la economía, pero no lo es menos que las previsiones electorales amenazan con traer mayor confusión. Sin una mayoría sólida, los esfuerzos para salir de una recesión profunda serían todavía menos fructíferos que ahora.

No son, pues, en primer lugar, las razones vinculadas con la coyuntura las que han inducido a González a adelantar los comicios. Hasta ayer mismo se barajaba la hipótesis de que en el tiempo que queda de legislatura las expectativas electorales del PSOE se recuperarían y que la economía ofrecería sus primeros síntomas de reactivación. Por contra, el adelanto de las elecciones se basaba en la creencia de que las cosas sólo podrían irle a peor al partido de González y que la economía no remontaría hasta el último trimestre. ¿Qué ha ocurrido para que el presidente abandone la tesis optimista por la pesimista y considere que más vale una victoria modesta en la mano que arriesgarse a un triunfo más arrollador volando?

González ha justificado su decisión por el clima de crispación que se ha instalado en el debate político, claramente volcado hacia las futuras elecciones, y que dificulta la acción del Gobierno. Tal clima existe. Sólo hay que ver cómo, sobreexcitada por la posibilidad del triunfo, la derecha -entendiendo por tal no sólo al partido de Aznar, sino a la opinión conservadora en general- ha soltado el freno y se atreve a cosas que hasta hace poco no osaba manifestar: antiguos censores franquistas que claman contra "la dictadura felipista"; líderes patronales que hablan de "década perdida", después de haber sacado buena tajada -seguramente merecida- de la política económica del Gobierno; predicadores que desde sus púlpitos incitan a echar como sea a los socialistas y que proclaman que ello es un deber tan acuciante que, incluso, ¡la izquierda tiene que votar a la derecha!

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Pero si este clima ha sido posible, si la oposición conservadora se ha crecido hasta el punto de que IU le ha tenido que salir al paso asustada de determinados planteamientos catastrofistas, es porque en gran medida la imagen de división en la cúpula dirigente del PSOE lo ha propiciado. De modo que tal división ha pasado a convertirse en un factor de riesgo que debilita la estabilidad institucional. De ahí que más que las decisiones del Ejecutivo, por controvertidas que éstas puedan ser, lo que ha creado verdadera inquietud en la sociedad civil sean las confrontaciones del PSOE. Cuando el aparato de Ferraz decidió dar a conocer la carta en la que Benegas ponía a disposición de González su cargo en el partido, la peseta se resintió en los mercados y la Bolsa acentuó su tendencia bajista. Se comprende que esa sociedad haya reaccionado con alivio ante el adelanto de las elecciones.

Felipe González, un político que ha dado muestras en distintas ocasiones de poner por delante de la opción partidaria -legítima- las exigencias de estabilidad del país, no podía permitir que la situación de la economía corriera el riesgo de deteriorarse aún más en los próximos meses por la batalla desencadenada en el partido del Gobierno. Una batalla que, a pesar de los resultados de la última ejecutiva del PSOE, sigue prendida con alfileres. De ahí que la solución haya sido la convocatoria anticipada de elecciones para que sean los ciudadanos los que decidan qué opción de gobierno va a tener su confianza en el futuro.

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