Editorial:

30 rebeldes

TREINTA PARLAMENTARIOS conservadores británicos están consiguiendo humillar al Gobierno conservador de John Major. Es más, le han puesto contra las cuerdas, obligándole a luchar por su supervivencia en cada mínimo detalle referente a la ratificación del Tratado de Maastricht. Anteayer, la derrota fue en tomo a un punto ciertamente menor de la unión europea: quién ostentará la representación británica en el Comité de las Regiones en Bruselas.La disyuntiva era sencilla: el Gobierno pretendía reservarse la designación de sus representantes en el comité, mientras que los laboristas, por un prurito...

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TREINTA PARLAMENTARIOS conservadores británicos están consiguiendo humillar al Gobierno conservador de John Major. Es más, le han puesto contra las cuerdas, obligándole a luchar por su supervivencia en cada mínimo detalle referente a la ratificación del Tratado de Maastricht. Anteayer, la derrota fue en tomo a un punto ciertamente menor de la unión europea: quién ostentará la representación británica en el Comité de las Regiones en Bruselas.La disyuntiva era sencilla: el Gobierno pretendía reservarse la designación de sus representantes en el comité, mientras que los laboristas, por un prurito democrático cuya corrección es indiscutible, querían que los delegados británicos fueran miembros elegidos de las corporaciones municipales, léase concejales. La enmienda fue ganada por la oposición por 314 votos contra 292. Considerando que el Gobierno conservador tiene la mayoría (exigua, pero mayoría de 11 escaños) en la Cámara de los Comunes, su derrota se debió a la rebelión de casi una treintena de diputados tories (26, que votaron en contra), a los que se añadieron 12 abstenciones y siete votos en blanco, también conservadores. Estos diputados euroescépticos se oponen radicalmente a la idea de la construcción europea tal y como se contempla en el Tratado de Maastricht. Consideran, cómo es sabido, que el camino señalado para las uniones política, económica y monetaria es escasamente democrático, fuerza a renunciar a parcelas sustanciales de soberanía y contradice el espíritu inicial más restrictivo con el que algunos, países, al menos el Reino Unido, se sumaron al Tratado de Roma.

La enmienda aprobada anteayer no afecta sustancialmente a la ratificación del Tratado de Maastricht por los Comunes. Sólo la retrasa, por cuanto las discusiones en tomo a ella pueden dilatar su votación durante algunas semanas o incluso hasta después del verano. El Gobierno de Major ha resultado así cogido en su propia trampa: por miedo a quedarse solo entre los que dudan sobre el futuro de la CE diseñado en Maastricht, anunció que aplazaría la ratificación en el Parlamento hasta después del segundo referéndum danés, que debe producirse el 18 de mayo y que, según las encuestas, esta vez se decantará por el sí Y el retraso con la incógnita danesa aún abierta ha dado alas a los euroescépticos, que con renovado furor buscan alianzas hasta con el diablo -en este caso, el ala izquierda del laborismo- para derrotar los propósitos de John Major, con absoluto desprecio por el liderazgo del premier, que se encuentra así en sus horas más bajas desde que en abril pasado consiguiera ser reelegido.

El problema principal de Major es que ahora se está viendo con claridad que la crisis de la dimisión de Margaret Thatcher fue cerrada en falso, que una parte pequeña pero vocinglera del Partido Conservador Considera que el sacrificio de la dama de hierro fue una traición y que su sustituto carece de la garra y los apoyos, indispensables para mantener la disciplina en su formación y la seguridad en el mando del Gobierno. El mero hecho de que uno de sus ministros principales, el secretario del Foreign, Office, Douglas Hurd, justificara la derrota de anteayer diciendo que "un tratado diferido es mejor que un tratado perdido" da idea de la debilidad del Ejecutivo.

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Es un Gobierno, en suma, que dirige un país no sólo angustiado por las dudas sobre cuál debe ser su destino en relación con la Europa unida, sino sumido en lana grave crisis moral e institucional. John Major se enfrenta con la necesidad de provocar una crisis de gobierno en la que cambie a sus ministros más desgastados; en cabeza de la lista figura el de Hacienda, Norman Lamont. La pregunta es saber si conseguirá así detener lo que empieza a parecer inevitable: su propia defunción política y la pérdida del poder por los conservadores.

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