Editorial:

Cortar por lo sano

EL PRIMER ministro italiano, el socialista Giuliano Amato, superó no sin dificultades la moción de censura que había interpuesto el líder del Partido Democrático de la Izquierda (PDS), Achille Occhetto. Para hacerlo, no sólo le fue necesaria la unanimidad de los cuatro partidos de la coalición gobernante -democristiano, socialista, socialdemócrata y liberal-, sino las ausencias y el apoyo de algunos indisciplinados de una cámara que se encuentra cada vez más confusa y a la defensiva. La ha colocado en esa tesitura la ya célebre investigación Mani pulite (Manos limpias), lanzada por la j...

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EL PRIMER ministro italiano, el socialista Giuliano Amato, superó no sin dificultades la moción de censura que había interpuesto el líder del Partido Democrático de la Izquierda (PDS), Achille Occhetto. Para hacerlo, no sólo le fue necesaria la unanimidad de los cuatro partidos de la coalición gobernante -democristiano, socialista, socialdemócrata y liberal-, sino las ausencias y el apoyo de algunos indisciplinados de una cámara que se encuentra cada vez más confusa y a la defensiva. La ha colocado en esa tesitura la ya célebre investigación Mani pulite (Manos limpias), lanzada por la judicatura italiana para destapar la olla de la corrupción política y empresarial del país.Occhetto hubiera preferido que se discutiera su moción después de resuelta la crisis interna del partido socialista con la presumible marcha de Bettino Craxi (un líder derrotado y que sólo espera a que alguien le dé garantías de que no acabará en la cárcel) tras la asamblea que celebrarán los socialistas el próximo miércoles para buscarle un sustituto. ¿El disidente Claudio Martelli o el veterano radical Marco Panella? Martelli es precisamente la opción por la que apuesta Occhetto, porque le permitiría jugar a una nueva posibilidad de alianza con el PSI.

Pero Amato ha forzado la discusión de la moción de censura de forma inmediata (y ha ofrecido una cartera a Panella), anulando su verdadero alcance de futuro: que la oposición pueda tratar con un partido socialista liberado de servidumbres pasadas.

Occhetto se ha colocado en el bando de quienes piden sin demora un cambio profundo de la República Italiana. El sistema está trufado de corrupción, de inmoralidad y de lazos con la Mafia. Los italianos están escandalizados con la clase política e indignados con el estamento empresarial, gracias a cuyos sobornos y comisiones la vida pública produce escarnio en el mundo entero. El dirigente del PDS pretende liderar el gran movimiento de opinión que pide el cambio y cuyo primer inspirador, atrabiliario y autoritario, fue el Presidente de la República Francesco Cossiga, predecesor de Oscar Luigi Scalfaro. Occhetto juega con fuego porque sus aliados naturales son los antipartidos de las Ligas del Norte y los grupos de la derecha económica, el Partido Republicano y los mismos neofascistas, y, en la extrema izquierda, la Refundación Comunista. Una mezcla explosiva de la que puede salir más fácilmente la desmembración que la regeneración del Estado.

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Mientras tanto, la investigación judicial Mani pulite, habiendo entrado a saco en el Milán de los socialistas (Craxi se enfrenta a su cuarto proceso por corrupción), empieza a bajar hacia la Roma de los democristianos. Y allí el escándalo puede ser total. En los últimos días, las investigaciones de los magistrados se han generalizado y lo que muy bien podría ocurrir es que se multiplicasen los parlamentarios y empresarios en la cárcel. ¿Qué clase de catarsis provocaría esto en la vida pública del país? ¿Y en su imagen y crédito exteriores? La moral exige que sea inevitable, pero nadie se atreve a aventurar las consecuencias políticas y económicas.

Giuseppe Turani, uno de los grandes periodistas económicos de Italia, recordaba hace poco una conversación con un gran empresario: "Si los magistrados se libran del poco pudor que les queda respecto de las empresas, todos, políticos y empresarios, acabaremos en el banquillo de los acusados".

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