Tribuna:

Fallecidos ayer en Madrid

Si te pones a pensarlo, es increíble la cantidad de sitios en los que puedes entrar gratis y sin que te pregunten adónde vas o qué deseas. Están, por ejemplo, las iglesias, los bancos, las cajas de ahorro, los vestíbulos de los hoteles, los sanatorios privados, las- estaciones de autobuses y trenes, los aeropuertos, los grandes almacenes, las oficinas de Correos, el Ministerio de Hacienda y los ambulatorios de la Seguridad Social. El Ministerio de Hacienda es muy entretenido: parece un hormiguero de esos que están en una caja de cristal con las galerías a la vista.Lo más parecido a una hormiga...

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Si te pones a pensarlo, es increíble la cantidad de sitios en los que puedes entrar gratis y sin que te pregunten adónde vas o qué deseas. Están, por ejemplo, las iglesias, los bancos, las cajas de ahorro, los vestíbulos de los hoteles, los sanatorios privados, las- estaciones de autobuses y trenes, los aeropuertos, los grandes almacenes, las oficinas de Correos, el Ministerio de Hacienda y los ambulatorios de la Seguridad Social. El Ministerio de Hacienda es muy entretenido: parece un hormiguero de esos que están en una caja de cristal con las galerías a la vista.Lo más parecido a una hormiga es un contribuyente en el acto de contribuir. Te paras en un pasillo y los ves ir de un túnel a otro con la boca llena de papeles que introducen por agujeros de cristal con los movimientos compulsivos de un insecto.

Lo malo del ministerio es que tiene pocos sitios para sentarse a escuchar conversaciones. Para las conversaciones, lo mejor son los ambulatorios grandes de la Seguridad Social. A mí me gusta ir a uno antiguo que tiene algo de cuartel y al que acuden enfermos muy especializados. Hace poco, en la antesala del otorrino, le decía un enfermo a otro:

-Lo malo de los madrileños es que no creemos en la sequía del mismo modo que no creemos en Dios.

-Pues el día que nos falte Dios nos vamos a acordar del agua.

-Lo malo va a ser el día que nos falte el agua.

-Entonces sí que nos vamos a acordar de Dios.

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Dejé de escuchar esta conversación circular, que me daba un poco de vértigo, y presté atención a dos señoras del banco de atrás:

-Ahora los callicidas los tienes que pagar.

-Y los emolientes, con la cantidad de emolientes que usa mi marido.

-¿Para qué son los emolientes?

-Para atenuar los efectos secundanos de los anabolizantes.

-¿Tu marido toma anabolizantes?

-Claro.

-Oye, y por qué han prohibido los colagogos y los coleréticos.

-No los han prohibido, los han retirado de la lista.

-A mí los que más me gustan son los antiflogísticos, por el nombre.

-Pues ésos también los han quitado.

-¿Y los revulsivos?

-Los revulsivos también.

Me levanté y subí andando al piso de arriba. En la antesala del psiquiatra había una mujer que va todas las se manas a coger la baja por depresión, y con la que me tomo un café de vez en cuando. Tenía muy mala cara y me explicó que a lo mejor se moría. Acababa de leer en el periódico la sección de Fallecidos ayer en Madrid y, según su costumbre, había sumado las edades del primer y último muerto de la lista para obtener la media. Por lo visto llevaba años haciéndolo, con la superstición de que el día que la media de esos dos muertos coincidiera con su edad, se moriría ella también. El caso es que le había tocado morirse como a otros les toca el cupón de los ciegos, que me parece que sale en la misma página. Traté de animarla, pero la verdad es que, como creo mucho en estas loterías negativas, no se me veía muy convencido.

Ahora he cogido yo también la manía de leer esa sección para sacar la media y vivo aterrorizado, porque he vuelto dos o tres veces al ambulatorio y no estaba la mujer. A lo mejor le han dado el alta, pero quién me asegura a mí que no se ha muerto.

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