Tribuna:

'Zombies'

Acostumbran a entrar en todas partes como si fueran de puntillas abrigando un respeto enigmático a los sanos, a sus reacciones imprevistas, temor a perturbarlos una vez desvelada la mala suerte de tocarles a ellos esa macabra china en el sorteo de aquel maldito VIH de los demonios. Alerta a la actitud de los demás, a sus cubiertos incontaminados, al olfato del jefe, al hospital, a la enfermera que pone el rotulito de "precaución especial" para los despistados que se equivoquen de pasillo en horas de visita; temor al farmacéutico que pudiera sentirse invadido, contagiable, por quienes fueron de...

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Acostumbran a entrar en todas partes como si fueran de puntillas abrigando un respeto enigmático a los sanos, a sus reacciones imprevistas, temor a perturbarlos una vez desvelada la mala suerte de tocarles a ellos esa macabra china en el sorteo de aquel maldito VIH de los demonios. Alerta a la actitud de los demás, a sus cubiertos incontaminados, al olfato del jefe, al hospital, a la enfermera que pone el rotulito de "precaución especial" para los despistados que se equivoquen de pasillo en horas de visita; temor al farmacéutico que pudiera sentirse invadido, contagiable, por quienes fueron definidos inicialmente como promiscuos reincidentes, víctimas de un error o drogadictos sin precaución. Temor, acaso, al compañero al pensar explicarle el resultado positivo de un análisis con la certeza de pertenecer a un grupo que lleva entregados a una muerte millones de años de vida generalmente joven.Unidos por un virus que la casualidad o la obcecación, ha metido en sus cuerpos, muchos de estos enfermos suben las escaleras de sus casas con los ánimos que contados amigos, botellas de agua mineral y chaquetas de flores les proporcionan frente a la deshidratación y el pesimismo. Tararean -como en la infancia la tabla de multiplicar- las situaciones que crean los TH1, los TH2 y los CD4 dentro de su organismo una vez que han, fallado las defensas y, sin conciencia de posteridad, entran en el misterio del mecanismo profundo de ese virus que se agazapa o se adormece y se reactiva caprichosamente; que los exilia de los sanos, de sus escuelas, de las cuestas del barrio, del ajetreo de la ciudad, del puesto de trabajo.

Hubo una época, cuando no eran tan numerosos, durante la cual se atormentaban con una especie de culpa gratuita: por qué estuvieron aquel día concreto, en aquel sitio, con aquella persona (la memoria está habituada a repartirse entre el después y el antes del contagio, un antes imposible de delimitar y un después que no pasa de la década); pero enseguida se dijeron: tampoco es que los íntegros, los vividores de la seguridad, los precavidos de guantes de goma y capucha como norma (incluso cuando no hay -y aun cuando no hubiera- causa que reclame encubrimiento o protección), los promiscuos del bostezo y el tipo de interés, los reyes de la apestada indiferencia, se lo hayan montado tan perfecto. Morir de adulteración de poder, de sobredosis del "yo tengo, tengo, tengo y tú no tienes nada" de la copla infantil, no es, precisamente, una pasión que los merezca, ni los años difíciles que nos vienen con brotes de racismo, de negación del otro, del débil, del distinto, anuncian otra aurora. Por eso quedaron convencidos de que no actuaron mal aquel día, nadie hizo mal porque estuviera en el lugar de un hecho en el que algo no fue bien. Es que, en efecto, algo no fue como se había previsto, algo no resultó, algo llegó torcido, lo cual no lleva a invalidar el impulso que. produjo imprevisiblemente el accidente.

La ciudad, ya se sabe, está tomada por los fuertes. Hace unos pocos años, cuando cayeron los primeros jóvenes de esta cadena, nuestra generación comenzó a decidirse por el "tengo, tengo, tengo..." de la vieja canción o por, frente al alarde del poseer, el respeto al reducto íntimo, la experiencia del cuerpo y la aventura del vivir y del soñar que parecían abiertamente incompatibles con el vértigo del tener. Hoy, bajo el orden de la mediocridad que el presente insolidario, gran cobrador de víctimas, proclama, de los libros de aquéllos, de los sueños de aquéllos, de sus músicas, emergen estos zombies, negación de un mundo autodenominado sano, en verdadera náusea terminal él ante todo y ante todos cuando niega a los otros, al extranjero y al débil, su perfil verdadero, es decir, las razones de una diferencia que por ningún motivo ha de ser allanada. Ese perfil escuálido del enfermo de sida es uno de los que hoy por hoy tiene la libertad del mundo, un mundo encapuchado -con artilugios de la desconfianza y el encubrimiento con los que mata, con los que ama-, tan indeseable como posible, que tenemos encima y que va a resultarnos (sin lo que nuestros zombies representan y sienten, sin lo que el sueño de aquellos zombies disidentes sigue representando) verdaderamente insoportable.

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es escritora.

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