EL CRIMEN DE ALCÀSSER

30.000 personas despiden a las 'niñas de Alcàsser' entre aplausos y muestras de dolor

J. M. AHRENS / S. BELAUSTEGUIGOITIA "¡Devolvedme a las niñas!", gritó la madre de Desirée, mientras el pequeño ataúd de su hija era introducido en el nicho número 18 del cementerio municipal de Alcàsser. Los féretros de Toñi, Mirian y Desirée habían atravesado a hombros de sus familiares las calles del pueblo en medio de un silencio salpicado de aplausos y alaridos de dolor. "¡No hay derecho!", chilló una anciana. Era el final de trayecto de una comitiva fúnebre en la que participaron, en una impresionante muestra de consternación, 30.000 personas [Miles de personas corearon gritos de "¡asesin...

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J. M. AHRENS / S. BELAUSTEGUIGOITIA "¡Devolvedme a las niñas!", gritó la madre de Desirée, mientras el pequeño ataúd de su hija era introducido en el nicho número 18 del cementerio municipal de Alcàsser. Los féretros de Toñi, Mirian y Desirée habían atravesado a hombros de sus familiares las calles del pueblo en medio de un silencio salpicado de aplausos y alaridos de dolor. "¡No hay derecho!", chilló una anciana. Era el final de trayecto de una comitiva fúnebre en la que participaron, en una impresionante muestra de consternación, 30.000 personas [Miles de personas corearon gritos de "¡asesinos, asesinos!" tras guardarse anoche un minuto de silencio en el estadio Santiago Bernabéu, de Madrid, en los prolegómenos del partido Real Madrid-Barcelona].

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Durante el entierro se sucedieron las escenas de histeria y los desmayos. El depósito de cada ataúd en el nicho desataba una espiral de gritos horrorizados. Los padres, familiares y amigos se abrazaban unos a otros para mantenerse en pie. "¡Toñi, no! ¡Por favor!", gemían las amigas de las adolescentes asesinadas, al ver corno la grúa izaba hacia su último destino la caja de madera que contenía el cadáver de Antonia Gómez, de 15 años.Bajo un cielo encapotado, los miles de vecinos congregados ante el cementerio contenían a duras penas el llanto. Cruz Roja, los médicos y los servicios de apoyo psicológico tuvieron que emplearse a fondo durante la mañana: cinco familiares de las niñas de Alcàsser sufrieron lipotimías. "¡Te llevas todo. Te llevas mi corazón!", exclamó el hermano de Mirian. Compulsivamente aferrada al ataúd, la madre de Desirée sollozaba: "Xiqueta meua, qué mala sort tingeres ("Chiquilla mia, que mala suerte tuviste"). Era una imagen de un patetismo tan difícil de eludir que muchas de las autoridades también lloraban.

La capilla ardiente fue instalada a las nueve de la mañana en el interior del Ayuntamiento. Los restos mortales habían llegado a Alcàsser a las tres de la madrugada, tras la segunda autopsia. Largas filas de personas -que se perdían por el pueblo esperaban pacientemente para entrar. En la capilla ardiente estaban los tres ataúdes de las asesinadas. Los de Toñi y Desirée tenían una foto suya, mientras que en el de Mirian se prendió una banda fallera. Los familiares, enlutados, gemían volcados sobre los féretros. La gente, que acudía de todos los pueblos de la comarca, subía por grupos las escaleras que daban a la capilla. Salían con el rostro descompuesto. En los corrillos se barruntaba un odio contenido. "No los perdonamos", decía Santi, un agricultor de 25 años. "¿Por qué existen bestias así?", se interrogaba otro vecino.

Vicente, un estudiante de empresariales de 20 años, pidió la cadena perpetua para los asesinos. "No deberían salir nunca de la cárcel. Me parece injusto que la sociedad mantenga a personas que no se pueden recuperar y que han cometido un crimen como este", afirmaba Vicente.

Minutos antes de iniciarse la misa de difuntos acudieron a la capilla ardiente el presidente de la Generalitat valenciana, Joan Lerma; el delegado del Gobierno, Francisco Granados; la alcadesa de Valencia, Rita Barberá, así como los líderes autonómicos del Partido Popular, de Esquerra Unida y de Unión Valenciana. Todos ellos se quedaron a las exequias.

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Al filo del mediodía, los féretros fueron trasladados desde el Ayuntamiento a la Iglesia de San Martín Obispo, situada en la misma plaza. Un pequeño lugar inundado de silencio, en el que no cabía un alfiler: la gente se desparramaba por las calles. Su número cudruplicaba al de los habitantes de la localidad (7.500).

Marcha fúnebre

Las campanas empezaron. a doblar. Cuando el primer ataúd -el de Desirée- apareció a hombros de sus familiares, los sones de una marcha fúnebre -la Quinta Angustia, de Mariano Puig- rasgaron el aire -y un estruendoso aplauso emergió de la multitud. "¡Que los cuelgen!, ¡Que los maten! ¡Justicia!", fueron algunos de los gritos que se oyeron. No fueron secundados. "Los familiares nos han pedido serenidad", explicó una anciana.

El pasillo formado por la Policía Local y la Guardia Civil -unos 100 agentes se desplazaron ayer a Alcàsser- facilitó el tránsito de los féretros hasta la iglesia. Las exequias fueron oficiadas por el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco. "Por este crimen a todos se nos ha roto el corazón y eso ha creado un conflicto de sentimientos, que tiene explicación pero no justificación", dijo García Gasco. Sus palabras se oían en todo el pueblo gracias a unos potentes altavoces instalados la víspera. El arzobispo leyó un mensaje de pésame enviado por la Secretaría de Estado de la Santa Sede en nombre del Papa. El comunicado calificaba de "bárbaro" el asesinato de las jóvenes.

A la salida de la iglesia, algunas personas recibieron a la comitiva fúnebre lanzando gritos en favor de la pena de muerte.

El cortejo iba precedido por la banda musical -que tocaba una marcha fúnebre- y un grupo de amigas de las fallecidas. Por detrás, discurría, con paso lento, todo el pueblo. Los balcones están repletos de gente. El siencio y la emoción eran la nota dominante. Rodeada de gente por ambos lados, la comitiva recorría las callejuelas y los huertos de naranjos de Alcàsser entre escenas de dolor.

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