Editorial:

¿Guerra a Serbia?

EL CAOS en la antigua Yugoslavia ha alcanzado tales proporciones que amenaza con bloquear hasta los mínimos intentos de solución que una comunidad internacional indecisa intenta arbitrar tímidamente. Los intereses, los orgullos y las necesidades de política interior de cada Gobierno concernido son tales que la ONU, la OTAN o la CE no pueden siquiera emitir un comunicado sin rizar tantos rizos que o acaba siendo incomprensible o resulta inservible.La penúltima iniciativa fue tomada por la OTAN el viernes pasado: ponerse a disposición de la ONU por si decide intervenir en la antigua Yugos...

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EL CAOS en la antigua Yugoslavia ha alcanzado tales proporciones que amenaza con bloquear hasta los mínimos intentos de solución que una comunidad internacional indecisa intenta arbitrar tímidamente. Los intereses, los orgullos y las necesidades de política interior de cada Gobierno concernido son tales que la ONU, la OTAN o la CE no pueden siquiera emitir un comunicado sin rizar tantos rizos que o acaba siendo incomprensible o resulta inservible.La penúltima iniciativa fue tomada por la OTAN el viernes pasado: ponerse a disposición de la ONU por si decide intervenir en la antigua Yugoslavia con algo más que la pequeña fuerza de cascos azules con la que ahora intenta garantizar la labor humanitaria. No pueden pronunciarse más vaguedades ni dejar más claro que, detrás de la espalda, se tienen los dedos cruzados. Luego, en la cumbre de Edimburgo, los Doce explicaron que la culpa esencial es de Serbia y que es preciso combatirla reforzando y ampliando las sanciones actuales. El número y prestigio de las voces que últimamente se han sumado al pequeño coro de los que piden urgentemente una intervención militar en o, sobre todo, contra Serbia crece de día en día. Si se puede hacer en Somalia, ¿por qué no en Bosnia, en Montenegro, en Kosovo, en Macedonia? Sencillamente, porque no son entidades comparables y porque intervenir en la ex Yugoslavia implicaría entrar en guerra contra una de las facciones, tomar partido exclusivamente contra Serbia y sumarse a unos combates en los que se perderían vidas de soldados que no fueron reclutados o contratados más que para defender el propio suelo patrio. La decisión tomada por el Consejo de Seguridad el pasado fin de semana de enviar a Macedonia a 700 cascos azules es un paso importante, aunque insuficiente, y al que debería acompañar una iniciativa similar para Kosovo.Hay tres acciones relativamente. simples que la comunidad internacional puede adoptar para romper el círculo vicioso de la violencia en la antigua Yugoslavia sin ir a la guerra: primero, permitir a la fuerza aérea de EE UU (o, en vista del ofrecimiento, a la de la OTAN) el aseguramiento de la zona de exclusión de vuelos en el espacio aéreo de Bosnia-Herzegovina. Hay que felicitarse de que las últimas iniciativas de EE UU, el Reino Unido y Francia, unidos a la carta, ayer, del secretario general Butros Gali a su homólogo de la OTAN vayan en esa dirección. Segundo, hacer efectivo el total embargo de petróleo y armamento que ahora llega a Croacia a través de Split y a Serbia por las fronteras búlgara y griega; ello no requiere la invasión de territorio croata o serbio, sino el endurecimiento del bloqueo naval, por un lado, y, por otro, el establecimiento de un bloqueo terrestre similar en las fronteras de Serbia con Bulgaria y Grecia, pero del lado búlgaro y griego. Tercero, el establecimiento de un tribunal de la ONU sobre crímenes de guerra para que sean juzgados implacablemente los protagonistas de las bestialidades que hace meses se cometen en aquella infortunada región.

Esta firmeza tendría varios efectos beneficiosos. Por una parte, los cascos azules de Unprofor I y II se sentirían más arropados por la comunidad internacíonal y menos a merced de las bandas irregulares serbias. Por otra parte, el Gobierno serbio reflexionaría sobre los siguientes pasos que evidentemente quiere dar para controlar Kosovo. Y para anexionarse a una endeble Macedonia por muchos o pocos cascos azules que sean movilizados para defenderla; autoproclamada independiente, no consigue ser reconocida por la CE a causa de la oposición semántica de Grecia. Una máquina represiva -serbia- con el grifo cortado tiene tendencia a encerrarse para la defensa antes que a abrirse para la expansión. Y así, la disciplina que se quiere imponer a Serbia no prejuzgaría su futuro político; sólo coartaría la barbarie.

Finalmente, se produciría al menos una repercusión positiva: las naciones occidentales tendrían suficiente autoridad moral para exigir prudencia al conjunto de las naciones islámicas que, azuzadas por el genocidio musulmán en Bosnia, están buscando la forma de justificar su propia intervención -solapada, claro- en la región. Es de justicia recordarles que, mientras ellas se rasgan las vestiduras, Occidente tiene a cascos azules, observadores, Cruz Roja y acoge a exiliados y ex prisioneros bosnios en sus países.

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