Tribuna:

Entre el libre cambio y el proteccionismo

Considera el articulista que ha llegado el momento de decir que el GATT no podrá constituir la autoridad que dirija nuestro futuro, pero también hay que inventar una nueva política agrícola auténticamente nueva, coordinada y solidaria.

El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que ha invadido la escena mundial, hasta el punto de convertirse en un reto tanto para la política internacional como para la política comunitaria o nacional, ha sido un instrumento útil. Ha favorecido los intercambios y ha creado una dinámica económica de la que el mundo se ha beneficiado.Es...

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Considera el articulista que ha llegado el momento de decir que el GATT no podrá constituir la autoridad que dirija nuestro futuro, pero también hay que inventar una nueva política agrícola auténticamente nueva, coordinada y solidaria.

El Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), que ha invadido la escena mundial, hasta el punto de convertirse en un reto tanto para la política internacional como para la política comunitaria o nacional, ha sido un instrumento útil. Ha favorecido los intercambios y ha creado una dinámica económica de la que el mundo se ha beneficiado.Es posible que se haya vuelto un elemento molesto y pasado de moda porque ya no se corresponde con la situación del mundo y se ha convertido en el arma de los poderosos. Pero las avenencias a las que conduce constituyen una regla con la que todos los países (y en particular la Comunidad Económica Europea) deben negociar su propia política y su futuro.

El GATT es portador de una ideología librecambista que cada uno interpreta a su manera. Algunos hacen de ella un instrumento de expansión comercial al tiempo que no se privan de implantar medidas restrictivas cuando uno u otro sector de su mercado se ve amenazado. Otros ensalzan sus méritos a la vez que practican un proteccionismo riguroso: por ejemplo, Japón y Suiza, cuya agricultura se las vería muy mal si sus fronteras se abrieran en efecto. En realidad, cada uno defiende la libertad de intercambio en los sectores en que se siente estorbado o amenazado por las prácticas o la dinámica de los otros.

En el debate entre Bruselas y Washington no se habla más que de agricultura, tema en el que Estados Unidos es demandante, y no se habla del sector servicios, en el que es la parte demandada. La mecánica de las negociaciones es contraria a toda razón y a toda equidad, pero parece que la aceptamos. La ideología librecambista hace caso omiso de la situación de muchos países en busca o en vías de desarrollo. La agricultura no podría pretender asegurar a estos países la autosuficiencia alimentaría necesaria si, por falta de protección, se encontrara en competencia con los mercados mundiales donde se implantan unos precios artificialmente bajos. Como tampoco ciertas industrias, cuya estructura social y retraso tecnológico constituyen obstáculos que es necesario superar con el tiempo.

Organización obsoleta

Hoy parece que el libre cambio es un objetivo deseable que hay que perseguir, y no una regla de la que se pretendiera que podrá ni, menos todavía, que puede imponerse a todos los bienes y a todos los servicios, a todos los países.

Además, hay algo de obsoleto en esta organización que finge creer que la economía mundial no persigue un neokeynesianismo internacional organizado a escala de las grandes regiones del mundo y arbitrado a escala del planeta. Los defensores ideológicos del libre cambio tienen la habilidad de creer que la crisis internacional no es más que el resultado de los obstáculos puestos al libre comercio. El debate que el acuerdo alcanzado en Washington suscita en Francia y, en menor grado, en los demás países de la Comunidad Europea, y cuyos términos exactos no se conocen todavía, se debe al hecho de que las medidas que defiende vienen a añadirse a las puestas en práctica por la reciente reforma de la política agrícola común (PAC). Esta reforma se ha presentado a los campesinos como un cambio destinado a la vez a disminuir las cargas con que la agricultura grava el presupuesto comunitario y a tener en cuenta las exigencias del acuerdo que deberá alcanzarse en el marco del GATT.

Así que, se añaden nuevas restricciones a la producción, cuando aún no se ha entendido ni aceptado la nueva PAC! Es imposible no comprender el mal humor y, lo que es peor, el desconcierto de los agricultores. Pero hay que señalar que, en las filas de los que se manifiestan, hay más productores a los que los acuerdos de Washington no ocasionan ningún perjuicio, que responsables de grandes explotaciones de las llanuras, que han sido los beneficiarios abusivos de la primera PAC y a los que, en efecto, el acuerdo acarrea ciertos trastornos. Aquí, una vez más, la infantería es la reina de esas batallas cuyos frutos cosecha la caballería. La falta de información provoca movilizaciones en sentido contrario. Cuando la crisis ya se ha iniciado, es demasiado tarde para dar explicaciones.

Tras haber creído, equivocadamente, que podían conformarse con defender paso a paso sus intereses en la negociación de la PAC sin preocuparse por la Ronda Uruguay, los franceses se han mostrado deficientes y torpes. Hoy no pueden sino protestar. Lo hacen con, vehemencia. porque las circunstancias políticas les invitan a ello. Conseguirán algunas enmiendas marginales del acuerdo y algunas compensaciones europeas. No pararán el acuerdo; en general, no les interesará paralizarlo; porque, además, desestabilizarían la Comunidad Europea, de la que depende el futuro de su agricultura.

Pero lo que llama la atención tanto en Bruselas como en París es el planteamiento exclusivamente cuantitativo y comercial del debate que se ha entablado y del problema que plantean los días venideros de la agricultura y de las regiones rurales. Lo que llama la atención, tanto en el campo como entre la opinión pública, es el hecho de que, sorprendentemente, siga sin respuesta la cuestión de saber cuál es el futuro de la agricultura y de las zonas rurales en los países desarrollados.

Campos hostiles

En 1961 inventamos una política que correspondía a una comunidad incipiente, a una Europa todavía traumatizada por la guerra, a un mundo dividido en dos campos hostiles, a un Tercer Mundo más impotente que silencioso, a un grave déficit de nuestras exportaciones alimentarías. Esta política ha salido bien, a pesar de los desequilibrios que comportaba por los objetivos de política general que se le habían asignado. Además, el mundo ha cambiado. Y ahora llevamos 20 años remendando, envileciendo la política agrícola común, en lugar de definir otra que esté basada en realidades nuevas y que defina nuevos objetivos.

La agricultura tiene un futuro que no puede definir sola, que no puede construir sola. Europa tiene el derecho de ayudarla a ello por razones legítimas de seguridad, de estrategia económica y de medio ambiente-ajuste: una política agrícola está constituida por el conjunto de orientaciones y medidas que un país o un grupo de países adoptan, en nombre de sus intereses superiores, para negociar ajustes a la ley del mercado.

Ha llegado el momento de decir que el GATT no podrá constituir la autoridad que dirija nuestro futuro, pero también que hay que inventar una política agrícola auténticamente nueva.

Estos dos problemas ponen a prueba la unidad política y la solidaridad concreta de los países de Europa. Pero, ¿de qué serviría construir la unión si esta unidad de cara al exterior y esta solidaridad interna no se vuelven evidentes hasta el punto de que nada pueda pretender ponerlas en cuestión?

De manera que se plantean dos cuestiones, tanto más cuanto que la presidencia británica, en estas circunstancias, no ha sido necesariamente neutral:

- ¿Somos capaces de hacer que Washington reconozca que nosotros, Europa, constituimos una entidad tan solidaria, tan indivisible, como Estados Unidos, aunque no sea federal?

- Una vez afirmado esto, ¿somos capaces de negarle a Estados Unidos una negociación por separado sobre agricultura y los otros sectores en los que es demandante, teniendo en cuenta que, de no ser así, no hay ni auténtica negociación ni auténtico GATT?

Pero, también, ¿no demuestra el debate entablado en el marco del GATT la necesidad que tenemos de progresar hacia la unión y de prever un adelantamiento de Maastricht? A menos que elijamos otra vía. Pero, ¿cuál?

Edgar Pisani es presidente del Instituto del Mundo Árabe de París y de la revista L'Événement européen.

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