Editorial:

Falsos 'gudaris'

LOS QUE el lunes 30 de septiembre, festividad de San Andrés, hicieron estallar un coche bomba en un barrio de Madrid, reventando a un hombre, mutilando a otro e hiriendo a dos personas más, ignoraban seguramente que ese día se cumplía un siglo de la fecha que señala el nacimiento de la ideología en nombre de la cual aseguran actuar. El fundador, Sabino Arana, un tradicionalista intransigente, pero también un hombre pacífico que siempre rechazó el empleo de la violencia, se hubiera avergonzado de estos falsos gudaris. Pero los gudaris verdaderos se avergonzaría n también de quienes, sin manchar...

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LOS QUE el lunes 30 de septiembre, festividad de San Andrés, hicieron estallar un coche bomba en un barrio de Madrid, reventando a un hombre, mutilando a otro e hiriendo a dos personas más, ignoraban seguramente que ese día se cumplía un siglo de la fecha que señala el nacimiento de la ideología en nombre de la cual aseguran actuar. El fundador, Sabino Arana, un tradicionalista intransigente, pero también un hombre pacífico que siempre rechazó el empleo de la violencia, se hubiera avergonzado de estos falsos gudaris. Pero los gudaris verdaderos se avergonzaría n también de quienes, sin mancharse directamente las manos de sangre, tratan de obtener beneficio de la que vierten los criminales: extremando sus exigencias o inventando otras nuevas. Y si la eficacia policial sigue siendo la medida pacificadora por excelencia, la responsabilidad fundamental de los partidos democráticos consiste en evitar confundir a la opinión pública suscitando problemas imaginarios que luego utilizan como coartada los falsos gudaris.El pronóstico expresado hace 100 años por Arana -"esto se va antes de que acabe el siglo"- no se ha verificado. Los problemas de entonces tienen poco que ver con los de la sociedad vasca actual, ninguno de los cuales justifica su planteamiento en términos de vida o muerte. Pero si ese agonismo dominguero que desafía y amenaza en nada hace avanzar causa alguna, resulta en cambio eficaz para desacreditar la autonomía y crear las condiciones de inestabilidad que necesitan los violentos para mantenerse en candelero.

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