Tribuna:

¿Hacia una teología reaccionaria?

Reflexiona el articulista sobre las probables conclusiones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y señala, como posible, la de una involución teológica relegando la llamada "telogía de la liberación".

Fueron los grandes teólogos centroeuropeos, inspirados en la mejor tradición cristiana que diera vida al progresivamente olvidado Vaticano II, quienes lanzaron la primera piedra: o la teología servía para que el hombre fuera más hombre y la sociedad mejor sociedad y, en cuanto tales, capaces de enfrentarse al misterio último de lo trascendente, o la teología acababa, ...

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Reflexiona el articulista sobre las probables conclusiones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y señala, como posible, la de una involución teológica relegando la llamada "telogía de la liberación".

Fueron los grandes teólogos centroeuropeos, inspirados en la mejor tradición cristiana que diera vida al progresivamente olvidado Vaticano II, quienes lanzaron la primera piedra: o la teología servía para que el hombre fuera más hombre y la sociedad mejor sociedad y, en cuanto tales, capaces de enfrentarse al misterio último de lo trascendente, o la teología acababa, como otras veces, sirviendo, de forma inexorable, a los intereses deshumanizadores y totalitarios de los poderosos. De esta manera, amanecía para la Iglesia Católica el sol de la llamada "teología política", con Metz en cabeza. Poco más tarde, un grupo de teólogos latinoamericanos asentados en estas bases, daría un paso más. El resultado acabaría llamándose teología de la liberación.A lomos de esta concepción teológica, que es casi una cosmovisión, la Iglesia latinoamericana, con todas las imperfecciones que se quiera, fue ganando objetivo terreno en las sociedades civiles donde estaba implantada, hasta convertirse en el instrumento de transformación histórica más amplio y más profundo desde río Grande hasta Tierra del Fuego. Inspirada en la encarnación de Dios, iba interpretando el Evangelio de Jesucristo desde los mismos acontecimientos de la vida cotidiana. Llevada a cabo una esmerada indagación de los "signos de los tiempos", transitando desde una metodología deductiva a otra inductiva, que recuperaba para la Iglesia el "sentir de la base", el flujo misterioso del tiempo y espacio humanos. Se corría el riesgo de un excesivo horizontalismo, como si se dejara de mirar al cielo. Pero insisto en que la encarnación de Dios mandaba en este proceso. Y toda encarnación lleva consigo riesgos. Lo importante es que, desde entonces, el honor de Dios pasaba por el honor del hombre. Y la injusticia contra lo humano se convertía en negación de lo divino. El posible ateísmo recuperaba su auténtica faz.

En la medida que Gutiérrez, Libanio, Sobrino, Segundo y tantos otros avanzaban en sus análisis de la más virulenta realidad "mundana" desde la óptica anterior, la teología perdía evanescencia tranquilizadora para despertar conciencias y hasta revoluciones. Fueron días de vino y rosas. Días de lucha, persecución y muerte. Cuando muchos católicos comprometidos con una fe que se acrisolaba en la defensa de las libertades y de las justicias, señalan desconcertantes caminos para la paz. Monseñor Romero y cualquier anónima tumba perdida en tierra latinoamericana, bien podrían ser signos magníficos de esta liberación integral, nacida, por fin, de la teología católica. En el colmo de la paradoja, tales creyentes latinoamericanos eran capaces de otorgar o quitar credibilidad a las democracias políticas. Ahí está Rigoberta Menchú, último Premio Nobel de La Paz, para corroborar lo escrito: porque Rigoberta Menchú se autodefine como una "católica revolucionaria".

Caza de brujas

Pero mientras tanto, un pálpito neoconservador invadía las Iglesias europeas y norteamericana, auspiciado desde el vértice católico pero también civil. Los años ochenta pasarán a la historia como la sistemática ordenancista. Tal vez sin que se pretendiera, el "nuevo orden internacional" encontraba paralelismo en el "nuevo orden eclesial". Comenzó la caza de brujas. liberacionistas. Las tensiones entre latinoamericanos y romanos alcanzaron grave peligrosidad. El caso de Leonardo Boff, con todo lo que contenga de claroscuro, aparece como emblemático de tal dinámica. Y para colmo, las potencias económicas imponían sus tesis monetarias mediante el FMI: seguramente, surgieron democracias formales, pero, sobre todo, surgió una vergonzosa jungla de bolsas de pobreza y de asesinatos en la sombra. La memoria histórica se olvidaba para que no entorpeciera el proceso con este molesto asunto de los "derechos humanos". Ahí están, para dar testimonio de esta sorda tragedia, las humilladas Madres de la Plaza de Mayo, los desaparecidos guatemaltecos, los limeños pueblos nuevos, todo un mundo marginado.

Y es en el mismísimo corazón de esta larga historia de vida y de muerte, cuando el reciente 12 de octubre se inauguraba la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo. Una larga preparación de la misma presagiaba tormenta eclesial y teológica en profundidad. Juan Pablo II, entre cuyas cualidades está el que se manifiesta sin tapujos, por sutiles que sean o pretendan ser las estructuras de sus discursos, abría la Conferencia con uno de esmerada dialéctica: mientras reivindicaba el rol humanizador del Evangelio para Latinoamérica, inculpaba a determinado pluralismo de relativista y a determinados teólogos como provocadores de un magisterio paralelo (al romano). La teología de la liberación, para todo analista medianamente sagaz, quedaba desautorizada, en beneficio de esa Nueva Evangelización pretendida por el Pontífice, y que todavía queda por saber en qué acabará.

En este momento, no sabemos cuáles serán las conclusiones de la Conferencia, que, en todo caso, deberán ser supervisadas por Roma, colocando a las Conferencias Episcopales latinoamericanas en pobre capacidad representativa y ejecutiva. Lo cierto es que en Santo Domingo la Iglesia latinoamericana se juega mucho, pero también, y quizás sea más relevante, se lo juegan las mismas sociedades civiles de esa gran zona geográfica. Una posibilidad real es que esa venerable teología liberadora sea sustituida por otra reaccionaria, que solamente beneficiaría a los prepotentes de turno. Y sería como retornar al pasado más negro, un tanto auspiciado por el amigo americano. Que desea democracias y libertades. Pero democracias y libertades dominadas, caiga quien caiga. La historia avala esta visión de la realidad. Y ya es hora de perder toda ingenuidad al respecto.

Pesada responsabilidad la de cuantos están reunidos en Santo Domingo. Pensando en ellos y en el juicio que la ferocidad del tiempo emitirá sobre sus decisiones y actitudes, traigo a colación unas palabras de Danielle Mitterrand que acabo de leer: "Si no se tiene el poder de dar el pan, hay que seguir siendo al menos levadura". Levadura de liberación.

es jesuita periodista y profesor universitario.

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