Vecinos de San Cristóbal de los Angeles patrullan para echar a los 'camellos'

Angelines no podía tender la ropa: "Como vivo en el primero, me la robaban". Desde su ventana, Manolita llegó a contar, "47 yonquis". Hoy hace un mes que las dos se echaron a la calle con otros vecinos de San Cristóbal de los Ángeles para expulsar a los camellos y disuadir a los heroinómanos. Los niños han vuelto a jugar en la plaza, pero Raquel Vela, ex toxicómana de 20 años, ha denunciado por agresión -cinco puntos de sutura en la cabeza- a una patrulla. Angelines ya no tiene que quedarse vigilando su ropa tendida.

El cura Enrique Peñalver tiene una costumbre dolorosa: decir funerales...

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Angelines no podía tender la ropa: "Como vivo en el primero, me la robaban". Desde su ventana, Manolita llegó a contar, "47 yonquis". Hoy hace un mes que las dos se echaron a la calle con otros vecinos de San Cristóbal de los Ángeles para expulsar a los camellos y disuadir a los heroinómanos. Los niños han vuelto a jugar en la plaza, pero Raquel Vela, ex toxicómana de 20 años, ha denunciado por agresión -cinco puntos de sutura en la cabeza- a una patrulla. Angelines ya no tiene que quedarse vigilando su ropa tendida.

El cura Enrique Peñalver tiene una costumbre dolorosa: decir funerales por jóvenes drogadictos. En San Cristóbal de los Ángeles, una barriada obrera de 16.000 almas que limita con la carretera de Andalucía, la vía del tren y los cuarteles militares, la heroína forma parte de la vida cotidiana. "Es una maldición", dice Angelita al borde las lágrimas. Sus dos hijos están enganchados.Es un problema de años, pero el pasado 23 de septiembre saltó la chispa. Fue por el robo con destrozos en un piso de la calle de Moncada, atribuido a los heroinómanos. Los vecinos de esta zona, conocida como las torres rojas, decidieron salir a la calle y apostarse en ella desde las seis de la tarde hasta las dos o las tres de la madrugada. Ahora miran a los niños jugar. "Antes, la plaza estaba llena de drogadictos, que incluso se pinchaban en sus partes a la vista de todos", coinciden.

"No somos violentos"

"Les decimos por las buenas que se vayan. No somos violentos", afirma Manoli. "Vamos en plan de amistad. No es realmente una patrulla", añade Juana, aterida de frío junto a las torres rojas. Insisten en que sus armas son sólo los silbatos. Un abuelo justifica el único palo a la vista, su garrota: "Sin ella no puedo andar, señorita".

Raquel Vela no piensa lo mismo. El pasado martes, a las 22.30, tuvo un altercado con los vecinos. "Mi novio y un amigo suyo me acompañaban a casa. Nada más dejarme en el portal los vecinos se tiraron a por él. Salí y me dieron con un bate en la cabeza", explica. Un esparadrapo tapa los cinco puntos de sutura en la cabeza. Ha presentado denuncia en la comisaría. En medios vecinales se asegura que los presuntos agresores han respondido con otra por difamación. El comisario de policía de Usera no quiso confirmar la presentación de las mismas.

Durante la charla se acercan algunos vecinos de vigilia. A pesar de la tensión es posible el diálogo. "Yo antes me ponía, fumaba chinos [cigarrillos de heroína], pero llevo seis meses curada", afirma Raquel. "Tienes que entender que el barrio no puede ser un supermercado", le dice María. José Antonio, uno de los jóvenes que la acompañaban el martes, clama venganza

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Los vecinos de patrulla en la calle de Moncada, como Juana y Tomás, aseguran que la joven se hirió al caerse. "No venía muy bien y se cayó sola al tropezar con un escalón. Se les llamó la atención a los que venían con ella porque están metidos en la droga", afirman. Tomás añade que, después, los jóvenes amenazaron con que iban a cargarse todos los coches. "Ya han aparecido dos con las cuatro ruedas pinchadas", asegura.

Huir al parque

La actitud de los vecinos de la calle de Moncada logró limpiar la calle. Camellos y yonquis bajaron entonces a la plaza de los Pinazos. Los habitantes de esta zona siguieron el ejemplo anterior y se concentran en ella cada tarde desde hace casi dos semanas. Los comerciantes, habituados a los robos, miran la decisión con simpatía. Los patrulletos -algunos critican "la ineficacia" policial- creen que su actitud ha servido también para que los agentes incrementen las rondas.

Rosa abuchea al heroinómano que se acerca a lavar la jeringuilla a la fuente de la plaza. "Hay que salvar el barrio. Además, el instituto está aquí al lado", afirma. "Los de Pinazos no le hemos tocado un pelo a nadie", tercia Antonio Platero, uno de los pocos que acceden a dar su apellido. Anoche, Rubén, adolescente, se unía a la patrulla con un palo. Su madre le ordenó que lo tirara.

Aunque se escuchan muchas voces a favor de la vigilancia vecinal, hay alguna discordante, como la de Carlos. "El problema no se soluciona con patrullas, que sólo sirven para romper cabezas. Hacen falta infraestructuras. El barrio sólo tiene bares y un parque", dice.

Precisamente hacia el parque deambulan los drogadictos. Huidizos, prefieren no hablar. Las cosas se han puesto difíciles. Cada tanto, la policía les pide los papeles. "Los vecinos se están pasando un montón. Te preguntan adónde vas y no te dejan parar", afirma un joven que dice no ser drogadicto. Otros dos, con aspecto de yonquis, prefieren no hablar.

El cura Enrique contempla la escena. "Quizá el problema no se solucione con las patrullas, pero es que la gente está harta". Por eso, para esta noche preparan una cacerolada antidroga.

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