Tribuna:

¿Agonía de la "teología de la liberación"?

Tres noticias importantes han ocurrido sobre la teología de la liberación: el apartamiento voluntario de Leonardo Boff de la orden franciscana y del sacerdocio; las jornadas Los pobres nos evangelizan, ejemplarmente organizadas por los hermanos de san Juan de Dios en Madrid; y el oportuno encuentro internacional organizado en El Escorial por los jesuitas, para conmemorar los 20 años del que se celebró allí al inicio de la teología de la liberación. En ellos han participado algunos de los más conocidos teólogos americanos de la liberación, casi todos ellos clérigos, porque ...

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Tres noticias importantes han ocurrido sobre la teología de la liberación: el apartamiento voluntario de Leonardo Boff de la orden franciscana y del sacerdocio; las jornadas Los pobres nos evangelizan, ejemplarmente organizadas por los hermanos de san Juan de Dios en Madrid; y el oportuno encuentro internacional organizado en El Escorial por los jesuitas, para conmemorar los 20 años del que se celebró allí al inicio de la teología de la liberación. En ellos han participado algunos de los más conocidos teólogos americanos de la liberación, casi todos ellos clérigos, porque desgraciadamente abundan poco los seglares dedicados a este menester. Nuestra Iglesia latina, a diferencia de la oriental, escasea en teólogos laicos y, sin embargo, en el Oriente cristiano han sido los más numerosos. En un periodo de 150 años recientes hubo en Oriente 53 teólogos seglares de primera línea, y, en cambio, en el Occidente católico sólo tres o cuatro podemos contar.¿Por qué será esto, sino por el dominio clerical abusivo de nuestra Iglesia en el Oeste, con gran perjuicio de su desarrollo positivo?

Y hará de abogado del diablo para superar la alabanza ciega de lo que atrae al crítico social, como es todo el que huele a liberación.

Y ¿qué mejor para ello que plantear cuestiones? ¿La filosofía, culmen del pensar, no consiste más en plantear preguntas que en contestarlas? Gran mal de la teología es que no haya aprendido todavía a ejercer esta autócrítica de modo suficiente. Cada uno se adscribe a una corriente, y allí se queda anclado, considerando que ha alcanzado ya la verdad, cuando ésta sólo se va alcanzando progresivamente, y en forma de hélice que avanza y retrocede, aunque acaba por subir, como decía Husserl.

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El pasado año oí a otro teólogo de la liberación: Pablo Richard. Me llamó mucho la atención, por su nueva postura. En vez de esa lucubración encerrada en sí misma, que suele ser la propia de los teólogos, no procedía sólo desde su laboratorio mental eclesiástico, sino con la colaboración de economistas, politólogos y sociólogos, con el fin de partir de una realidad conocida seriamente, ya que la revelación religiosa parece que poco puede dar de sí para cambiar el mundo. Siglos han pasado sin que el maravilloso descubrimiento, sólo actual, del libro sagrado del Éxodo haya influido lo más mínimo en el cambio social, hasta que se produjo en el siglo pasado el comienzo de la revolución social por una serie de pensadores no creyentes.

¿Qué nos puede enseñar socialmente -preguntaría entonces un agnóstico- gran parte del tan primitivo Antiguo Testamento, cuyos autores eran duros de cerviz, como llamaba Jesús a los hebreos de su tiempo?. En la Biblia leemos crueldades sin cuento, violencias contra los enemigos, moralidad bien poco desarrollada, exclusivismo religioso por lo regular, que hacen de él un libro propio de una civilización poco desarrollada.

Y ¿es así justo idealizarlo de tal manera que no resista la más mínima crítica racional?

La mejor teología de la liberación parte de la interrogación que hace Jesús a los judíos cuando le piden, un signo del cielo, con el fin de creer en él: "Sois listos para acertar en el conocimiento del clima que va a hacer mirando el color del cielo; pero sois incapaces de leer otras señales de los tiempos". Eso es lo que un papa enraizado en la tierra, Juan XXIII, pedía a los católicos; y eso es lo que pretende hoy la más acertada teología de la liberación, basada en las ciencias sociales y económicas o. políticas objetivas, que analizan sin apasionamiento la realidad. Los signos de los tiempos son el lugar teológico de toda nueva teología como la de la liberación: la injusticia social creciente de la mayoría en el Tercer Mundo (hambre, sed, higiene); el tercio de marginados del mundo del desarrollo (desamparados, drogadictos, alcohólicos, discriminados).

Ejemplar me ha parecido, por tanto, Xavier Gorostiaga, más economista que teólogo lucubrante. Alguno ha hablado también de la misericordia, como clave teológica del liberador. Pero algunos se preguntarán: ¿qué hay de específicamente cristiano en ella? ¿No se parece extrañamente a las primitivas virtudes budistas de metta y karuna, de amistad y compasión simpatética? ¿No fue el emperador indio Asoka, coronado el año 270 antes de Cristo, un ejemplo del cambio social revolucionario que, dio al país al convertirse al budismo? Se conservan datos de la labor increíble que llevó a cabo al hacerse seguidor de Buda: construyó paradores para los caminantes, pozos en los caminos, vías de comunicación, desarrollo de la vegetación y repoblación forestal, ayuda médica, obras de beneficencia y tantas cosas más en favor del pueblo. Y en sus Edictos ni siquiera hace alusión al budismo, porque así puede dirigirse a cualquier religión allí presente, para que los seguidores de cualquiera de ellas puedan aceptarlas (L. Alsdorf). Y, sin embargo, me decía un agnóstico: ¿qué hay de comparable actualmente a la labor de los hermanos hospitalarios de san Juan de Dios por el mundo, o a la madre Teresa en la India, o a los desamparados desechados de Don Orione o del Cottolengo?

Debía uno preguntarse igualmente por las razones que le movían al padre Llanos a desconfiar de la teología de la liberación que él conoció. ¿No sería por lo mismo que sacaron a relucir algunos en estas reuniones que comento? Un intelectualismo religioso excesivo, que hoy está cambiando; un idealismo que aparta de la realidad, y se está replanteando; un olvido de la fuerza del espíritu, de la que se ha aprovechado la floración de sectas con sencillas doctrinas, que se han arraigado allí en el pueblo concreto y han fomentado su participación, y desarrollado unas celebraciones más populares, que Roma se resiste a aceptar. No busquemos razones simplistas -como la ayuda del dinero norteamericano- que sólo explican una parte de esta inflación acelerada de pequeños grupos de origen protestante, en un país de tanta tradición católica.

Y, por último, ¿puede existir una teología de las realidades terrenas, que cambie la sociedad latinoamericana y sus injusticias sociales? O más bien, ¿será ésta un apoyo a los cambios que el análisis científico de la realidad debe propiciar? ¿No tiene que ser sólo un aliciente motivador para los cristianos, pero no una solución, ni siquiera una vía de orientación que la religión no puede por sí misma dar? Ayudemos sin pretensiones, los creyentes, al cambio social aceptando más los análisis de la ciencia que los idealismos basados en textos religiosos que no dan para tanto. Debíamos reconocer que nosotros no somos el ombligo del mundo. La liberación -sea teológica o no- no ha acabado; pero conseguirla es difícil. Por eso la lucha agónica que yo he palpado estos días, que es una batalla con esperanza, y no el fin de la historia, porque no haya, como quiere Fukuyama, nuevas alternativas.

es teólogo.

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