Tribuna:

EMMANUEL SIVAN Mesianismo, miedo, y esperanza,

Las elecciones en Israel del 23 de junio no sólo supusieron una redistribución de los escaños en la Kneset, sino que también nos proporcionaron . una fidedigna imagen en rayos X de la sociedad israelí y de los cambios que está experimentando. Examinemos detenidamente esta imagen en la que se aprecian dos esquemas sólidamente establecidos.En primer lugar, las elecciones subrayan el continuo declive de la retórica bíblico-mesiánica en la política israelí. Esta retórica se originó en un momento de entusiasmo colectivo, en respuesta a la rápida victoria (aparentemente milagrosa) en la guerra de 19...

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Las elecciones en Israel del 23 de junio no sólo supusieron una redistribución de los escaños en la Kneset, sino que también nos proporcionaron . una fidedigna imagen en rayos X de la sociedad israelí y de los cambios que está experimentando. Examinemos detenidamente esta imagen en la que se aprecian dos esquemas sólidamente establecidos.En primer lugar, las elecciones subrayan el continuo declive de la retórica bíblico-mesiánica en la política israelí. Esta retórica se originó en un momento de entusiasmo colectivo, en respuesta a la rápida victoria (aparentemente milagrosa) en la guerra de 1967, una victoria cuyo arquitecto, por irónico que resulte, fue aquel sensato general no mesiánico Isaac Rabin. Aquella victoria dio un enorme empuje a lo que hasta entonces había sido una rama menor del sionismo, es decir, la noción de que el regreso a Palestina no era únicamente un medio para resolver el problema del pueblo judío disperso y perseguido; era, además, un medio de redimir una tierra sagrada y acelerar la llegada del Mesías. De ello se deduce que la tierra de Israel -la totalidad de la tierra, al menos al oeste del río Jordán debe conservarse, -sin hacer concesiones de ningún tipo al respecto. La tierra es valiosa en sí misma, no es una mera base territorial para el pueblo.

El impulso dado por esta ideología revigorizada, que se puso de manifiesto sobre todo en la campaña de asentamiento de Gush Emunin, fue un factor importante en el derrocamiento, en 1977, del Partido Laborista, modelo del viejo concepto secularista sionista que coloca al pueblo por delante de la tierra. El Likud de Menájem, Beguin -respaldado por Gush Emunin y la extrema derecha- se hizo primero con la hegemonía cultural por su punto de vista mesiánico y luego con el poder político.

El creciente consumismo y hedonismo de los israelíes a comienzos de los años ochenta suponía un reto implícito a este planteamiento mesiánico. e idealista. No obstante, a medida que la economía florecia aunque la futura ayuda norteamericana y las reservas nacionales durarían poco, se podían tener ambas cosas a la vez. Se podía tener (la derecha nunca habló de ocupar) la totalidad del territorio prometido a los judíos en la Biblia y mantener un nivel de vida y unos hábitos de ocio casi europeos.

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La Intifada, que estalló hace casi cinco años, destruyó este equilibrio. El servicio militar de los reservistas se prolongó y se hizo más desagradable, desafiante desde el punto de vistá moral; la violencia y la insegudad traspasaron poco a poco las fronteras del Israel de antes de 1967; los costes de la ocupación se dispararon, mientras que la inversión en los asentamientos acabó con las exiguas reservas que quedaban para la seguridad social, la educación y la sanidad. Por último, el hecho de que Shamir diera largas a la, idea de congelar los asentamientos trajo consigo, hace nueve meses, la decisión del presidente Bush de no conceder a Israel las garantías de préstamo que se necesitaban urgentemente para absorber a los inmigrantes judíos de la antigua Unión Soviética. El precio de la ocupación continuada de la franja occidental [Cisjordanial y de Gaza estaba llegando a ser manifiestamente alto, o, mejor dicho, exorbitante y bastante preocupante para el estilo de vida consumista. El reto de Bush planteó a Israel una elección: o absorbía a los recién llegados o se quedaba con el territorio; es decir, -habría de elegir entre su misión de refugio para los judíos o la de guardián de la Tierra Santa. La retórica bíblico-mesiánica perdía cada vez más atractivo.

La campaña electoral dio claras indicaciones de que la caídá del mesianismo se había acelerado. El Partido Renacen tista (Tehiya), que representaba a la extrema derecha ideológica más radical, fue barrido y perdió todos sus escaños en la Kneset. El propio Likud dejó a un lado las reivindicaciones bíblicas, con la impresión de que no atraían al electorado, y presentó a la franja occidental (Judea y Samaria, como las llama), así como a Gaza, casi únicamente en términos de su importancia vital para la seguridad de Israel. El único partido de derechas que salió bien parado fue el Tsomet, encabezado por el ex general Eitan, que desprende el aire de un fuerte (y, a diferencia del Likud, honrado e incorruptible) guardián de la seguridad, y no un modelo de la ideología bíblica. Además, los, laboristas se dirigieron a las zonas de clases más bajas y por primera. vez afirmaron ante multitudes simpatizantes -con muy pocas in terrupciones molestas- que el desempleo (y / o la incapacidad para absorber a los inmigrantes) eran el resultado de inversiones innecesarias en los asentamientos que no favorecen lo más mínimo la seguridad.

Sin embargo, al tiempo que el debate sobre el futuro de los territorios se volvía más, racional, menos mesiánico, otro patrón se hizo igualmente evidente -la oscura sombra del miedo, el odio a los árabes, y la creciente inseguridad personal- Éste fue el resultado de la brutalizacion de las relaciones interpersonales entre árabes y judíos durante los años de la Intifada. El apuñalamiento de judíos civiles por fanáticos musulmanes hace unas semanas condujo a los disturbios antiárabes, que sólo logró reprimir una intervención, masiva de la policía. Estos acontecimientos fueron particularmente espectaculares, dado que sucedieron en plena campaña electoral. Sin embargo, no fueron ninguna novedad. Versiones menores se suceden prácticamente todas las semanas. Aquí, el atractivo de los laboristas durante la campaña provenía del hecho de que estaban encabezados por Rabin, conocido por su orden dada a las tropas, cuando era ministro de Defensa, en los primeros días -de la Intifada, de "romperles los huesos" a los alborotadores árabes. Culpó al Likud, de ser negligente y, por tanto, responsable de la creciente sensación de inseguridad personal. El argumento resultó persuasivo. Viene al caso el ejemplo de Bat Yam, una ciudad dormitorio en las afueras de Tel Aviv de clase trabajadora y clase media-baja. Fue escenario de desagradables disturbios contra los "trabajadores invitados" árabes tras el apuñalamiento de una niña de 15 años, aunque el Likud sufrió allí graves pérdidas. Los laboristas y el Tsomet, encabezados por generales que no se andaban con tonterías, ampliaron su porción del voto. Los votantes entrevistados en las calles repetían, en un tono de voz más calmado, lo que habían gritado durante los disturbios: que los trabajadores árabes se queden en Gaza, "ese agujero infernal"; renunciemos a, Gaza y construyamos una alambrada eléctrica a su alrededor. Era, en la mayoría de los casos, gente que había votado al Likud en elecciones anteriores. Pero ya no. Ahora votan a Rabin, "Mr. Paz y Seguridad".

Una hábil fórmula, "Mr. Paz y Seguridad". Pero puede considerarse un intento de combinar los dos esquemas tratados en este artículo. Puesto que el pueblo israelí está empezando a cansarse del precio (o las penalizaciones) en que incurren por tener los territorios y se prepara para una especie de separación de fuerzas el aflojar las riendas en los territorios ya no se considera sagrado. Ya no está interesado en absoluto en intervenir en la vida cotidiana árabe ni en controlarla. Lo que no quiere decir que judíos y árabes se aprecien. El odio hacia los árabes hierve a fuego lento, aproximándose en ocasiones al punto de ebullición. Los enfrentamientos en las calles y en los mercados se hacen cada vez más desagradables. Y este odio, en el lado judío de la alambrada, aparece en el centro e incluso en la izquierda; no sólo entre la derecha. La propia Intifada, que acabó con el mesianismo, cataliza los miedos y las animosidades.

Los laboristas, al mando de Rabin, se beneficiaron de ambos esquemas. Ahora que han llegado al poder, encuentran ciertas limitaciones de maniobras. Y es que el pueblo, israelí dijo "no" al sueño de la "gran tierra de Israel", pero también dijo "no" a un Estado palestino, que, en su opinión, sería dar libertad a esos árabes palestinos a los que odian y temen para controlar (y tal vez emplear contra Israel) las herramientas estatales para el crimen organizado. La solución propuesta por los laboristas es perseguir sinceramente -a diferencia de Shamir- el objetivo de la autonomía para Gaza y la franja occidental durante un periodo transitorio. En las circunstancias actuales, éste es un compromiso pragmático: toma en consideración los dos esquemas contradictorios que aquí se discuten. También ofrece una esperanza razonable de invertir la tendencia hacia la "anexión progresiva" acelerada por el Likud, y de conceder a los palestinos un control sustancial de sus propios destinos, al tiempo que pone a prueba sus intenciones pacifistas. En el sombrío Medio Oriente, tales esperanzas y posibilidades no son de despreciar.

es orientalista, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

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