Tribuna:

El Barça, Induráin y Maastricht

El autor hace una jocosa comparación entre los últimos triunfos de los deportistas españoles y las posibilidades de ganar el Campeonato de Maastricht. A su juicio, el calendario previsto por el Gobierno es demasiado ambicioso.

A través del deporte nos estamos acostumbrando en este país a estar en la cabeza de Europa. El Barcelona ha ganado la Copa de campeones de Europa; Miguel Induráin está a punto de ganar el Giro; Arantxa y Conchita van ganando en el torneo de tenis de Roland Garros. En el deporte nos domina la impresión de que somos los primeros, o de los primeros, en Europa. Imbuid...

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El autor hace una jocosa comparación entre los últimos triunfos de los deportistas españoles y las posibilidades de ganar el Campeonato de Maastricht. A su juicio, el calendario previsto por el Gobierno es demasiado ambicioso.

A través del deporte nos estamos acostumbrando en este país a estar en la cabeza de Europa. El Barcelona ha ganado la Copa de campeones de Europa; Miguel Induráin está a punto de ganar el Giro; Arantxa y Conchita van ganando en el torneo de tenis de Roland Garros. En el deporte nos domina la impresión de que somos los primeros, o de los primeros, en Europa. Imbuidos por estos triunfos deportivos, nos hacemos la ilusión de que el Campeonato de Maastricht, o sea, entrar a formar parte de la unión económica y monetaria el 1 de enero de 1997 (si hay quórum, para ello), va a ser posible; difícil sí, como lo es el escalar el Turmalet o el Izoard, pero completamente dentro de nuestras posibilidades.Pero nuestra estatura en el deporte europeo no corresponde a nuestra estatura económica. En este momento nos estamos alejando de, no acercándonos a, las ya famosas metas macroeconómicas que estableció la cumbre de Maastricht. El 11 de diciembre de 1991 estábamos más cerca de ellas que hoy. El déficit de las administraciones públicas tiene todo el aire de ser tan grande o mayor que el de 1991, que fue del 4,5% del producto interior bruto (un punto y medio por encima del que permiten los acuerdos de esa cumbre). La inflación, si se reduce, no parece que estará muy por debajo de la del año anterior, por lo cual los tipos de interés a largo plazo no pueden bajar. En estas circunstancias, la esperada entrada de la peseta en la banda estrecha del Sistema Monetario Europeo, otro de los requisitos de la unión monetaria, no se podrá llevar a cabo este año.

Se me dirá que todavía tenemos tiempo -cuatro años y medio- para realizar el plan de convergencia que ha propuesto el Gobierno, apuntando un tanto alto para que la trayectoria descendente lleve la flecha al blanco. Creo que cuatro años y medio es demasiado poco tiempo para realizar la dificultosa operación que tiene que hacerse con la economía española para converger con la economía alemana -porque de eso se trata en definitiva- y las más saneadas de la CE. La operación es dificultosa porque, en pocas palabras, tenemos que cambiar de caballo en medio de la corriente. Es decir, tenemos que cambiar de política antiinflacionista cuando estamos más empeñados en el combate contra la inflación. La política monetaria, entendida como política de tipos de interés, no sólo se ha agotado (como muestran los resultados de la inflación), sino que nos obligan a abandonarla, al exigirnos una reducción del tipo de interés y de cambio.

Ahora todo el peso del ajuste recae sobre la política fiscal, que hoy por hoy sólo puede consistir en una drástica reducción del gasto público, porque el aumento de impuestos no parece factible ni deseable. Para llevar a cabo esta reducción del gasto público, que tocará muchos puntos neurálgicos de las áreas sociales, de la cultura y de las artes -y ojalá no toque también a la enseñanza y la salud-, es imprescindible un grado elevado de consenso social. Sin embargo, tal como se están desarrollando las cosas, el consenso brilla por su ausencia y el disenso se abre paso entre los grupos políticos y sociales. No veo cómo se puede pensar seriamente que la convergencia de primera hora es posible.

Plazos de entrada

Aquí no se cuestiona la necesidad de converger con los países más estables de Europa, porque se dan por supuestas la conveniencia y necesidad de formar parte de la unión económica y monetaria. Lo que se cuestiona son los plazos de entrada en la UEM y sobre todo el someter a la sociedad española a la enorme tensión que supone conseguir la convergencia de Maastricht en cuatro años y medio. Esto no es la Copa de Europa ni el Tour de Francia, que son empresas al alcance de nuestras posibilidades. ¿Quién nos ha demostrado que el plazo de entrada óptimo para Alemania, Francia, Holanda o Bélgica es también óptimo para la economía española?.

Nosotros tenemos el mayor desempleo de todos los que serán los primeros convergentes. Estamos en un proceso, lejos de haberse terminado, de reconversión industrial y productiva en general. El mercado único de 1993 va a crear fuertes necesidades de ajuste en las empresas españolas para mantener la competitividad que nos queda. Todos estos problemas, algunos de los cuales no han llegado todavía a su punto álgido, no se podrán solucionar en cuatro años y medio. Aun cuando llegáramos a converger el 1 de enero de 1997 con los campeones macroeconómicos de Europa, pudiéramos encontrarnos con la sociedad española furiosamente dividida, en una situación de agudo descenso de la producción y creciente desempleo. Lo que está sucediendo en la antigua Alemania Oriental nos puede dar una idea; y eso que en la CE no hay un mecanismo redistributivo como existe en el interior del Estado alemán. El entrar en la UEM sin haber completado sustancialmente el ajuste real del aparato productivo es una fórmula para el desastre.

Lo que hay que hacer es analizar el ajuste macroeconómico nominal juntamente con el ajuste real del sistema productivo (industria, servicios, financiero, infraestructura, etcétera). Ambos ajustes son necesarios y ambos se condicionan. Los plazos más convenientes de uno no son independientes de los del otro. Este análisis debe determinar, por lo menos aproximadamente, cuál es el plazo óptimo para que la economía española se integre en la unión económica y monetaria. Una vez fijado el plazo, que previsiblemente no debiera ser mucho más de ocho o diez años, el Gobierno y toda la sociedad española debieran dirigirse a toda máquina hacia la convergencia.

En este esquema de cosas seremos durante algún tiempo de segunda división. Quizá a los seguidores del Madrid y del Barça les parezca que no hay vida fuera de la primera división, pero la mayoría de los españoles -como yo, que soy de Burgos- sabemos que en segunda división también se disfruta del fútbol, también se puede vivir, y cuando no se puede más se vive más cómodamente que en primera. Valga la metáfora deportiva para comprender que no necesitamos machacar al tejido social español para ganar la copa de Maastricht.

Luis de Sebastián es profesor de ESADE.

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