Editorial:

Paz y 'cascos azules'

LA COMUNIDAD internacional está obligada a adoptar medidas enérgicas contra los culpables de los bombardeos en Bosnia-Herzegovina, auténticos crímenes contra la población civil. El Gobierno serbio tiene una gran responsabilidad, y es necesario aplicar sanciones que señalen lo inviable de su conducta. Al mismo tiempo, parece imprescindible acelerar el envío de los cascos azules de la ONU para que puedan separar a los combatientes no sólo en las zonas de Croacia previstas, sino en Bosnia-Herzegovina.La experiencia demuestra que el envío de cascos azules a zonas conflictivas ha sido una de las fo...

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LA COMUNIDAD internacional está obligada a adoptar medidas enérgicas contra los culpables de los bombardeos en Bosnia-Herzegovina, auténticos crímenes contra la población civil. El Gobierno serbio tiene una gran responsabilidad, y es necesario aplicar sanciones que señalen lo inviable de su conducta. Al mismo tiempo, parece imprescindible acelerar el envío de los cascos azules de la ONU para que puedan separar a los combatientes no sólo en las zonas de Croacia previstas, sino en Bosnia-Herzegovina.La experiencia demuestra que el envío de cascos azules a zonas conflictivas ha sido una de las formas más eficaces de la ONU para evitar que estallen nuevas guerras, o ayudar a que cesen las que ya iniciadas. En la actual situación internacional de posguerra fría hay una necesidad creciente de emplear ese procedimiento ante la multiplicación de los conflictos. A este respecto, los datos siguientes son significativos: de los grupos de cascos azules situados en la actualidad en 14 zonas del mundo, en cinco casos (Jerusalén, India/ Pakistán, Chipre, Siria y Líbano) se trata de operaciones iniciadas antes de 1985. En cambio, entre 1988 y 1991 se han iniciado seis (Afganistán, Irán / Irak, Honduras, Angola, Irak / Kuwait y Sáhara) y tres en 1992: El Salvador, Camboya y Yugoslavia.,

Las últimas operaciones, en Camboya y Yugoslavia, son de una envergadura muy superior a todo lo realizado anteriormente: los efectivos movilizados alcanzan, respectivamente, 22.000 y 14.000 hombres, datos que en dinero significan la necesidad de 3.000 millones de dólares (alrededor de 300.000 millones de pesetas) en 1992, frente a los 400 millones destinados para los cascos azules el año anterior. Pese al incremento, no existe una inversión más rentable que la que contribuye a evitar las guerras.

Si se comparan con los gastos militares que hacen las grandes potencias -y es una comparación legítima porque un conflicto resuelto pacíficamente supone un ahorro en gastos de guerra-, las sumas necesarias para los cascos azules son nimias. Por eso resulta escandaloso que algunos países se muestren tan reacios a cumplir sus compromisos financieros en esta materia. Un método que actualmente se aplica frente a esta dificultad consiste en pedir que asuma la mayor parte de los gastos de una operación el Estado más directamente interesado en ella. Así, Japón pagará la mitad de los gastos ocasionados en Camboya, y Alemania, una gran parte de los que se están produciendo en zonas de la antigua Yugoslavia.

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Por otra parte, la función de los cascos azules se está modificando en cierta forma en la actual coyuntura; si durante la guerra fría bastaba que paralizasen los conflictos (para evitar que pudiesen provocar choques entre las grandes potencias), ahora se plantea una exigencia mayor de lograr soluciones concretas que superen los conflictos. Ello es obvio en el caso de Yugoslavia. De ahí la necesidad -al lado del envío de las fuerzas de la ONU- de intensificar las acciones políticas, de presión, mediación o concertación, en las cuales los Gobiernos más influyentes deben participar de modo activo.

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