Editorial:

'Club humano'

HACE POCOS días, un ministro del Gobierno golpista de Haití afirmaba que el problema de su país es de civilización: "Queremos entrar en el club de los hombres, pero antes tenemos que salir del club de la bestialidad". Tan desgarradora sentencia ilustra perfectamente la naturaleza de las cosas que suceden en el país caribeño. No se trata ya de algo tan mensurable objetivamente como salir de la pobreza que, aunque sea abyecta, padece un país infradesarrollado en un área especialmente visible del mundo; se trata, más bien, de acceder a los baremos mínimos de lo que son condiciones menos que eleme...

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HACE POCOS días, un ministro del Gobierno golpista de Haití afirmaba que el problema de su país es de civilización: "Queremos entrar en el club de los hombres, pero antes tenemos que salir del club de la bestialidad". Tan desgarradora sentencia ilustra perfectamente la naturaleza de las cosas que suceden en el país caribeño. No se trata ya de algo tan mensurable objetivamente como salir de la pobreza que, aunque sea abyecta, padece un país infradesarrollado en un área especialmente visible del mundo; se trata, más bien, de acceder a los baremos mínimos de lo que son condiciones menos que elementales en las que puede sobrevivir una sociedad. Con todo, no parece que un golpe de Estado promovido por los militares contra un poder democráticamente elegido sea el mejor camino para acceder a la civilidad.El 30 de septiembre pasado, el presidente Jean-Bertrand Aristide, elegido democráticamente siete meses antes en los primeros comicios libres celebrados en Haití tras el derrocamiento de la familia Duvalier, fue derrocado a su vez por un grupo de militares. ¿Su pecado? Haber sido el portaestandarte de los votos del 90% de los haitianos, el sector más completamente desprovisto de riqueza, trabajo, educación, sanidad y vivienda. El 10% restante lo constituyen la clase dirigente acomodada y los mandos militares, con cuyos privilegios Aristide fue implacable en sus cortos meses de mandato presidencial. La combinación de populismo redentor y de teología de la liberación (Aristide es sacerdote salesiano, aunque separado de las órdenes por el Vaticano) resultó inaguantable para la minoría privilegiada y sobre todo para el Parlamento que la representa, y que es el verdadero motor del poder político haitiano.

Tras el golpe, Aristide consiguió escapar de la isla e iniciar una serie de viajes en busca de los apoyos más que morales que necesitaba para reconquistar el poder. Los empezó a obtener gracias a la Organización de Estados Americanos (OEA), que, apoyada activamente por Estados Unidos, decretó un embargo que ha sido terrible y que ha dejado al país en la más absoluta indigencia.

Hoy, la presión internacional ha conseguido que los líderes parlamentarios haitianos y Aristide firmen en Washington un acuerdo para su regreso a Puerto Príncipe y reasuma la presidencia. El acuerdo aún no ha sido ratificado por el Parlamento, aunque todo parece indicar que así sucederá. Representa un intento de equilibrio político global que podría contribuir a pacificar al país y a sacarle del marasmo económico en que se encuentra: Aristide recuperará la primera magistratura; René Théodore, un viejo comunista moderado que había conseguido el 3,5% de los votos en las presidenciales, ocupará la jefatura del Gobierno; los militares golpistas, encabezados por el hombre fuerte, general Raúl Cedras, conservarán sus privilegios y su impunidad, y el Parlamento seguirá siendo el árbitro de la situación. Todo ello, si los diputados no deciden continuar boicoteando el acuerdo de Washington por rencor y por ambición de mayor poder. El tiempo y la firmeza de la presión lo dirán.

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