Editorial:

La ayuda a la CEI

LA CONFERENCIA celebrada en Washington sobre la ayuda de la comunidad internacional a las repúblicas de la desaparecida Unión Soviética ha sido un acontecimiento internacional. En él han tomado parte 47 países, representados por sus ministros de Exteriores o personalidades de alto rango, y siete organizaciones internacionales como la ONU, la OTAN, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Europeo para la Ayuda y el Desarrollo.Sin embargo, desde que el presidente Bush lanzó -sin consultas previas- las convocatorias para la conferencia, se manifestaron recelos, sobre todo en Europa. Surgió, in...

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LA CONFERENCIA celebrada en Washington sobre la ayuda de la comunidad internacional a las repúblicas de la desaparecida Unión Soviética ha sido un acontecimiento internacional. En él han tomado parte 47 países, representados por sus ministros de Exteriores o personalidades de alto rango, y siete organizaciones internacionales como la ONU, la OTAN, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Europeo para la Ayuda y el Desarrollo.Sin embargo, desde que el presidente Bush lanzó -sin consultas previas- las convocatorias para la conferencia, se manifestaron recelos, sobre todo en Europa. Surgió, insistente, la pregunta: ¿por qué EE UU, que hasta ahora ha prestado una ayuda considerablemente inferior a la de Europa, asume de pronto el protagonismo en esa cuestión? Ello determinó que la conferencia se reuniese sin preparación previa y que la rodease un clima de confusión. No obstante, de ella pueden derivarse ciertos efectos positivos, sobre todo en el terreno político.

Su principal mérito es haber puesto de relieve que la ayuda a las repúblicas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) adquiere desde ahora el rango de tarea prioritaria de la comunidad internacional. Y no sólo por motivos morales o humanitarios: es un objetivo de interés general evitar que el caos, el hambre y la miseria se instalen en extensas zonas de Europa y Asia, con las imprevisibles consecuencias que ello podría acarrear. Como dijo el secretario de Estado norteamericano, James Baker, se trataba de lanzar un "mensaje de esperanza" a los demócratas y reformistas de las repúblicas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Sobre el diagnóstico de la situación -absolutamente catastrófica- no hubo discrepancia. Y ante esa realidad trágica y amenazante, la conferencia ha reflejado una voluntad general de prestar ayudas importantes.

Pero ¿a quién ayudar?, ¿cómo ayudar? A estas preguntas, esenciales, una reunión de dos días como la de Washington no podía contestar. La decisión de celebrar en junio una nueva reunión en Lisboa (capital de la CE en este semestre) para hacer el seguimiento de la ayuda responde a una visión realista: la tarea es tan compleja que será inevitable revisar sobre la marcha los métodos aplicados en las fases iniciales para adaptarse a una situación imprecisa y cambiante. La dificultad primordial se debe a que la CEI es un nombre, no una realidad definida. Se sabe que no es una federación, y para ser confederación le falta definir qué instancias comunes establece. A lo sumo sirve de marco para las discusiones entre repúblicas, cada vez más enconadas, como lo demuestra el agudo conflicto entre Rusia y Ucrania.

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No hay, pues, más opción que dirigir la ayuda a las diversas repúblicas, que, por otra parte, tampoco tienen una organización adecuada para distribuirla. Es más: la existencia de verdaderas mafias, en parte surgidas de la antigua nomenklatura, obligan a los occidentales a establecer un control lo más estricto posible para garantizar que las ayudas no sean desviadas -como ha ocurrido en numerosos casos- y lleguen a los ciudadanos.

Por ello, la coordinación de las ayudas fue punto central de la conferencia de Washington. En torno a él se produjo el enfrentamiento más duro entre EE UU y los europeos. Los norteamericanos desean que la OTAN -con su estructura logística- asuma el papel principal en el envío y distribución de la ayuda. La Comunidad Europea (CE) no acepta tal propuesta. Tiene ya su propio método, con equipos relativamente numerosos en Moscú y San Petersburgo, encargados de vigilar que la distribución se hace correctamente. Los donantes quieren que su ayuda sirva para conquistar simpatías entre la población soviética, y por eso mismo la CE no acepta que en nombre de una mejor coordinación se difumine el mayor esfuerzo que ella realiza. Así pues, seguirán existiendo, por ahora, varios mecanismos de ayuda. Por ello, la reunión de Washington debe apreciarse no por lo que pueda aportar en la organización de la ayuda, sino por el estímulo que ha dado para ampliar las ayudas ya en marcha y para suscitar nuevas iniciativas.

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