Tribuna:

La precariedad de la sociedad civil

La sociedad civil puede entenderse en un sentido restringido o en un sentido amplio. Hay una acepción amplia de la sociedad civil que recoge el sentido original de esa expresión del siglo XVIII. Se refiere a un conjunto de instituciones sociopolíticas (que incluye tanto a la sociedad misma como al Estado), que pretende un equilibrio entre. la atención a los intereses públicos y la atención a los intereses privados, y cuyos principios fundamentales son el respeto a la libertad individual y la práctica de la discusión racional. Entre esas instituciones se cuentan: un gobierno limitado; ...

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La sociedad civil puede entenderse en un sentido restringido o en un sentido amplio. Hay una acepción amplia de la sociedad civil que recoge el sentido original de esa expresión del siglo XVIII. Se refiere a un conjunto de instituciones sociopolíticas (que incluye tanto a la sociedad misma como al Estado), que pretende un equilibrio entre. la atención a los intereses públicos y la atención a los intereses privados, y cuyos principios fundamentales son el respeto a la libertad individual y la práctica de la discusión racional. Entre esas instituciones se cuentan: un gobierno limitado; the rule of law, o la sumisión de los ciudadanos a reglas universales, formales y abstractas, cuya función es asegurar la mayor libertad posible de cada uno compatible con la libertad de los demás; una esfera pública, e instituciones de autocoordinación social, tales como merca dos y asociaciones voluntarias.Ahora bien, hablar de una sociedad civil, en cualquiera de aquellas acepciones, es hablar no sólo de un modelo ideal, o una lucubración racional, sino también de una experiencia histórica relativamente frágil y precaria. Sus instituciones son el resultado de unos procesos de construcción de tradiciones que se han desarrollado a lo largo del tiempo venciendo resistencias y gracias al concurso de numerosos y prolongados esfuerzos: tradiciones de respeto a la libertad individual y de debate racional, tradiciones de gobiernos limitados, de mercados y de asociaciones voluntarias.

Y ocurre que donde tales tradiciones son débiles, como por ejemplo en España, la sociedad civil es frágil y vive en precario. En esas sociedades hay que empezar por establecer esas tradiciones, cuidarlas y darles tiempo. No basta con hacer decretos o leyes, ni basta con actas notariales, ni basta con poner dineros encima de una mesa. Como no basta, en política, con organizar unos partidos que pueden convertirse en máquinas electoralistas; ni basta, en economía, con acotar unos cuantos ámbitos de mercado abierto, intercalados en un océano de redes clientelistas. Porque la experiencia muestra que esos marcos formales, o esas inversiones iniciales (en dinero o en esfuerzo), siendo probablemente necesarios, son insuficientes, y pueden acabar siendo compatibles con sociedades amedrentadas, o pasivas, o manipuladas, o corrompidas. No basta, en otras palabras, con lanzar la semilla (incluso imaginando que sea buena), porque hay que preparar el campo y cultivarlo para que dé fruto.

Hay que tener en cuenta que la tarea no es fácil. El humus, por así decirlo, de nuestras sociedades históricas es muy complejo, y contiene materiales poco compatibles con el crecimiento de las tradiciones de la sociedad civil. Por ello los demonios o las tentaciones (por usar de estas metáforas, tan expresivas de nuestra propia tradición cultural) de la servidumbre (es decir, del desprecio a la libertad individual) y del irracionalismo (o del desprecio de la razón) son endémicos en todas las sociedades históricas conocidas.

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Esto es así, en parte porque la experiencia demuestra que no es demasiado frecuente que los individuos mismos quieran ser libres, y respetar unas reglas de juego, que maximicen la libertad de los demás (ya que pueden tener proclividades autoritarias), ni que sean demasiado razonables (bien porque desprecien la razón, bien porque la demesuren). Pero asimismo esto es así, y, según algunos, sobre todo, porque las instituciones con las que tales individuos viven (y de las que, según otros insisten, también son responsables) no son siempre propicias al desarrollo de este tipo de sociedad.

Más aún: no hay garantía alguna de que incluso las instituciones que parecen, y son, más afines con aquella concepción de la sociedad civil, tales como el Estado democrático, la empresa capitalista, los sindicatos y las iglesias cristianas, aseguren a la hora de la verdad su desarrollo. Y de hecho todas estas organizaciones, sin excepción, han demostrado en el pasado hasta qué punto eran compatibles con el desarrollo de tendencias autoritarias y opresivas, tanto en su interior como en el medio donde operaban.

Imaginar, por ejemplo, que en España las gentes de una iglesia, una clase de funcionarios y una clase de empresarios que han vivido a gusto con el franquismo durante veinte o treinta años, y las gentes de una izquierda socialista, comunista o socialcatólica que se han pasado Veinte o treinta años echando pestes del capitalismo y haciendo de menos a las entonces llamadas democracias liberales burguesas (que eran formales, pero no reales, de creer a las divinas, o humanas, escrituras que entonces estaban en vigor)., y soñando con una revolución social y un socialismo planificador; imaginar, digo, que unas y otras gentes no albergan una raíz autoritaria, robusta e inextirpada, en el interior de sí mismas, es engañarse. La albergan, aunque ello coexista, afortunadamente, con otra! raíces, fruto de otras experiencias, gracias a lo cual todos ellos han podido realizar, y realizan, aportaciones útiles a nuestra convivencia. Pero más vale ver las cosas como son, y tomarlas como un punto de partida, cargado de complejidad y de ambigüedad, y arrancar así de una autocomprensión razonable de nosotros mismos (tampoco es para tanto: en la historia ha habido muchísimas generaciones con puntos de partida mucho peores).

Lo que se deduce de todo esto no son, en modo alguno, razones para un pesimismo antropológico o institucional, que serían otra forma más de desvarío, y que estarían refutadas por el hecho histórico de las varias versiones de sociedades civiles que hemos conocido a lo largo de la historia (en algunos momentos de la antigüedad clásica; en algunas islas de la experiencia medieval; sobre todo en la época moderna)., Lo que se deduce de todo esto es que conviene apreciar la fragilidad histórica de la sociedad Civil; y que, por ello, conviene entender esta sociedad civil, sobre todo como una propuesta moral, cuya efectiva realización requiere de una decisión moral, a favor o en contra, por parte de las gentes. Y esta realización será siempre precaria, porque cada nueva generación tendrá que volver a tomar esa, decisión, y podrá tomar una decisión negativa.

Víctor Pérez Díaz es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y director del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March.

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