Editorial:

Estado de tolerancia

¿CONVIENE SER tolerante con los intolerantes, o la defensa de la libertad justifica la intolerancia con nuestros enemigos? Los ejemplos más recientes de los peligros que la democracia padece por su propio funcionamiento son, por una parte, la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en las primeras elecciones generales pluripartidistas celebradas, en Argelia, y por otra, el destino de Zviad Gamsajurdia, un día elegido presidente de Georgia por el 87% de los votos y meses más tarde exiliado por su destemplanza política.Desde que en el siglo III antes de Cristo los atenienses estuvieron a...

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¿CONVIENE SER tolerante con los intolerantes, o la defensa de la libertad justifica la intolerancia con nuestros enemigos? Los ejemplos más recientes de los peligros que la democracia padece por su propio funcionamiento son, por una parte, la victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en las primeras elecciones generales pluripartidistas celebradas, en Argelia, y por otra, el destino de Zviad Gamsajurdia, un día elegido presidente de Georgia por el 87% de los votos y meses más tarde exiliado por su destemplanza política.Desde que en el siglo III antes de Cristo los atenienses estuvieron a punto de votar la derogación de la democracia -una contradicción en los términos-, han sido constantes las asechanzas contra ella. Y es que en la esencia de su funcionamiento está que puedan llegar a controlarla quienes son sus enemigos. La gravedad del fenómeno del integrismo islámico, su rigidez doctrinal (de la que es ejemplo la condena a muerte del novelista Salman Rushdie o la insensibilidad ante los derechos de las mujeres) y su rápida extensión por un mundo no democrático parecían descartar hasta ahora el asalto al poder por la vía de las urnas. Pero las consecuencias de la aparición de un bloque de naciones empeñado en redibujar las estructuras políticas conforme a un código que se basa en el ejercicio terrenal de un poder religioso, que a los demás se antoja peligroso, se han multiplicado por la victoria del FIS en Argelia. Allí han ganado las elecciones quienes se proponen subvertir el orden constitucional de la sociedad occidental hacia la que Argelia parecía dirigirse. Se comprende que los restantes partidos se hayan coligado para despojarles de la victoria o derrotarles en la segunda vuelta por cualquier medio. ¿Pero tienen realmente derecho a ello?

El desplazamiento de Gamsajurdia por la fuerza de las armas quizá pueda llegar a justificarse (como el de Hitler) por el uso perverso que hizo del poder conseguido en las elecciones, aunque resulta verdaderamente prodigioso que los usurpadores, en defensa de la libertad, aludan como paradigma en que fijarse la figura de ¡Francisco Franco! La cuestión es si puede o debe impedirse el acceso del FIS al Gobierno porque sus responsables han dicho que van a cambiar las reglas de gobernación. Uno de los argumentos de quienes sostienen que hay que respetar a ultranza las reglas democráticas es que, en ocasiones, ser tolerantes con los intolerantes ha conducido a la integración de éstos en la sociedad que pretendían destruir. No es seguro, sin embargo, que tal proceso sea aplicable a los integristas, que defienden la aplicación de un código abismalmente diferente del de las democracias hasta en sus aspectos formales. ¿Tiene la sociedad democrática, en aplicación d e sus reglas de funcionamiento, la obligación de aceptar el surgimiento de sistemas que acaban produciendo sufrimiento y miseria?

La democracia no es sólo un modo de tomar decisiones, es decir, un método; es también, y sobre todo, una filosofía cuya esencia es poner límites a las decisiones que se toman. Dicho de otro modo, la elección de Hitler como canciller alemán no justifica el exterminio de los judíos. El sistema democrático basado en el respeto a rajatabla de los derechos de los individuos es la única oferta razonable que hoy existe en el mundo; precisamente por esta razón dicho sistema es infinitamente preferible a los que rigen en otros países, sean cuales sean las explicaciones que se den sobre la superioridad de alguna tiranía en la defensa de los mas débiles o en la reivindicación de ideales mesiánicos. No es, sin embargo, la bondad del sistema democrático lo que está en causa, sino la forma de defenderlo y preservarlo.

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