Wiesbaden, escala obligada tras la libertad

EE UU cierra el hospital militar de Alemania donde se atendía a los secuestrados

Terry Anderson, el último de los rehenes estadounidenses secuestrados en Líbano, llegó ayer al Centro Médico de la Estación de las Fuerzas Aéreas Norteamericanas en Lindsay, en la localidad alemana de Wiesbaden. Fue la última vez que este establecimiento se engalanó con banderas y pancartas y saludó la libertad de un compatriota. Posteriormente, como en casos anteriores, se le interrogará, examinará y curará de sus males, antes de devolverle a su patria.El Centro cierra no sólo porque, aparentemente, se haya acabado la clientela, sino también porque Washington abandonará las instalaciones en s...

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Terry Anderson, el último de los rehenes estadounidenses secuestrados en Líbano, llegó ayer al Centro Médico de la Estación de las Fuerzas Aéreas Norteamericanas en Lindsay, en la localidad alemana de Wiesbaden. Fue la última vez que este establecimiento se engalanó con banderas y pancartas y saludó la libertad de un compatriota. Posteriormente, como en casos anteriores, se le interrogará, examinará y curará de sus males, antes de devolverle a su patria.El Centro cierra no sólo porque, aparentemente, se haya acabado la clientela, sino también porque Washington abandonará las instalaciones en septiembre de 1992, como parte de la reducción de su presencia militar en Europa, consecuencia del fin de la guerra fría.

Este edificio de tres plantas, de sólida piedra, construido en 1938 como hospital militar alemán, y luego ocupado por las fuerzas norteamericanas en 1945, se convirtió en 1981 en el centro de acogida de los 52 rehenes de la Embajada estadounidense en Teherán. Desde entonces, sin duda gracias a la experiencia adquirida en aquella contingencia, ha sido la parada obligada de todos los norteamericanos secuestrados en Oriente Próximo.

La rutina empieza cuando el rehén, tras haber pasado por Damasco, aterriza a bordo de un C-141 en la gran base norteamericana de Rin-Meno, cerca de Francfort. Allí le espera habitualmente un helicóptero, aunque en algunas ocasiones el traslado se hace en automóvil, que le lleva hasta el pequeño aeropuerto de Lindsay.

Después de la ya tradicional recepción, con banderas, canciones, vítores y pancartas, son interrogados sin mayor dilación por funcionarios del Departamento de Estado para aprovechar que su memoria aún está fresca. Las técnicas empleadas en lo que las autoridades llaman, eufemísticamente, debriefing, no han trascendido, pero es de suponer que están encaminadas a arrancar detalles que pudieran dar pistas sobre los secuestradores e información sobre los grupos fundamentalistas del Líbano. Luego siguen los exámenes médicos, las pruebas psicológicas y la satisfacción de los antojos. En general, lo primero que piden es un teléfono, pero otros han exigido una hamburguesa con patatas fritas o algún dulce.

La llegada de los familiares ha variado. Algunos, como Anderson, se encontraron con ellos ya en Damasco. A otros les esperaban en Wiesbaden, llegaban más tarde o, simplemente, permanecían en EE UU. Las comodidades son las máximas posibles. En el ala habilitada para los rehenes, Freedom Hall, se construyeron suites de tres habitaciones: un dormitorio, un comedor-sala de estar y una tercera destinada a los exámenes médicos.

Lo más importante, sin embargo, según las autoridades norteamericanas, es proteger al rehén del acoso de los medios de comunicación. Según el comandante John Woodhouse, portavoz del Mando Europeo norteamericano, "se trata de un ambiente tranquilo e íntimo, en el que los ex rehenes pueden decir que no quieren ver a ningún periodista".

Lo habitual es que los ex rehenes permanezcan tres días en Lindsay, aunque algunos han estado hasta una semana, como fue el caso de Alan Steen, al que se le descubrió una úlcera de estómago.

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