Cartas al director

Drogas, racismo., justicieros...

Con la violencia desatada estos días en diversas ciudades por el miedo a las drogas, España se ha incorporado a la ola de vandalismo que se vive en el resto de Europa: nocturnas disputas barriobajeras en Oxford, rechazo a los emigrantes albaneses en Brindisi, verdaderos problemas raciales y racistas en París, inquietante resurgimiento neonaii en la reunificada Alemania, alentado desde París por el ultra Jean-Marie Le Pen; hechos, estos últimos, verdaderamente preocupantes.Examinados superficialmente, cada acontecimiento tiene sus características personales, pero si los observamos en profundida...

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Con la violencia desatada estos días en diversas ciudades por el miedo a las drogas, España se ha incorporado a la ola de vandalismo que se vive en el resto de Europa: nocturnas disputas barriobajeras en Oxford, rechazo a los emigrantes albaneses en Brindisi, verdaderos problemas raciales y racistas en París, inquietante resurgimiento neonaii en la reunificada Alemania, alentado desde París por el ultra Jean-Marie Le Pen; hechos, estos últimos, verdaderamente preocupantes.Examinados superficialmente, cada acontecimiento tiene sus características personales, pero si los observamos en profundidad, sin limitarnos a los simples problemillas locales, creo que encontraremos en todos una verdadera raíz común: la desconfianza de los ciudadanos de la vieja Europa occidental hacia sus instituciones públicas, que hace que el pueblo decida solucionar por su cuenta sus problemas, de forma equivocada o no.

Desconfianza hacia la policía, el Gobierno, las alcaldías de las ciudades, la judicatura... Desconfianza de los poderes del Estado.

Creo que sería bueno que aquellos que manejan el poder pensaran desde esta perspectiva en el momento de tomar sus decisiones, y no piensen en que son simplemente acontecimientos sueltos, muy limitados en el tiempo y el espacio.

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Efectivamente, el pueblo, furioso y desorganizado, no tardará en volver a su vida cotidiana. Pero no olvidemos que la gente cansada y desengañada sólo necesita un líder fanático y demagogo para seguirle ciegamente.

Hace poco tiempo, el ultra Le Pen era mirado por todos desdeñosamente como una curiosidad extraña, ridícula y, en cierto modo, patética. Ahora, este hombre que se codea en público con antiguos nazis y se jacta de ello representa un verdadero y peligroso problema en pleno corazón de Europa. . .

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