LA REVOLUCIÓN DE AGOSTO

La vida continúa

Moscú intenta recuperar la normalidad tras unas jornadas históricas

Una semana después del golpe militar frustrado, Moscú intenta recuperar la normalidad. Ayer, mientras el Parlamento de la URSS se reunía por primera vez tras la intentona golpista, los ciudadanos de la capital soviética volvían a sus trabajos o se movían por las calles, olvidando los días pasados. El tráfico era intenso en el centro, las colas hacían su aparición nuevamente y los grupos de turistas paseaban por los monumentos históricos. Todos, sin embargo, seguían pendientes de las noticias que llegaban de los centros del poder del Estado y las principales repúblicas soviéticas.

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Una semana después del golpe militar frustrado, Moscú intenta recuperar la normalidad. Ayer, mientras el Parlamento de la URSS se reunía por primera vez tras la intentona golpista, los ciudadanos de la capital soviética volvían a sus trabajos o se movían por las calles, olvidando los días pasados. El tráfico era intenso en el centro, las colas hacían su aparición nuevamente y los grupos de turistas paseaban por los monumentos históricos. Todos, sin embargo, seguían pendientes de las noticias que llegaban de los centros del poder del Estado y las principales repúblicas soviéticas.

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Las vendedoras de flores, tan típicas en las calles de Moscú, están haciendo su agosto (nunca mejor dicho) estos días. Apostadas en las bocas del metro o en las grandes plazas de la capital, no dan abasto. Los moscovitas quieren mostrar su satisfacción tras el susto de la semana pasada y se regalan flores, las ponen en los lugares públicos o en su puesto de trabajo. El apuro ha pasado y hay que recuperar la normalidad lo antes posible. A las 8.30, en la entrada de la estación de metro de VDNK, a 10 kilómetros del centro de Moscú, una veintena de mujeres preparan el celofán de los ramos de gladiolos, claveles o crisantemos para entregarlas a sus compradores. Todos parecen contentos y saludan a los turistas que salen en autobuses del hotel Cosmos, propiedad de la empresa estatal Inturist.En los túneles del grandioso metro moscovita, la situación es similar. Parece que no hubiera pasado nada, y tan sólo hace una semana estuvo a punto de frustrarse todo el proceso de cambio iniciado hace ahora seis años. Hombres y mujeres bajan a grandes saltos las larguísimas escaleras mecánicas y entran en los vagones repletos para dirigirse a su trabajo. Es difícil encontrar un hueco entre tanta gente, que aprovecha el largo trayecto hasta su trabajo para leer el periódico o echar una cabezada para recuperar el sueño acumulado en estos días de tensión.

Tampoco parece que hubiera sucedido nada en el mercado central de Rijskala, en donde los cooperativistas del campo venden sus productos. Son cerca de las diez de la mañana, y todos los puestos están llenos de alimentos. Hay carne, frutas, hortalizas y hasta huevos, que habían escaseado en los últimos días. Eso sí, a precios astronómicos para los rusos. Desde hace algún tiempo, estos mercados libres venden sus productos muy por encima del precio de las tiendas estatales. Un kilo de carne de cerdo, cuyo precio oficial es de 7 rubios (el salarlo medio es de aproximadamente 400 rubios), cuesta aquí 60 rubios; nueve veces más. Lo mismo sucede con las patatas, los tomates o el pollo. A lo mejor por eso ayer por la mañana no había muchos clientes en Rijskala.

De compras al GUM

Donde sí había una multitud de moscovitas era en los famosos grandes almacenes GUM. Un enorme edificio situado en plena Plaza Roja, frente al mausoleo de Lenin y a escasos 100 metros del congreso de los Diputados de la URSS, en donde Mijaíl Gorbachov intervenía ayer por primera vez tras el golpe de Estado frustrado. Mientras el líder soviético anunciaba públicamente que todas las repúblicas que quisieran ser independientes podrían serio y, mientras la guardia del mausoleo de Lenin era relevada cada hora en punto, centenares de ciudadanos buscaban qué comprar en el GUM. Allí acuden los moscovistas en busca de la novedad. Todos ellos con una bolsa de plástico en la mano que muy pronto estaría llena de compras.Una larga cola en el ala norte del segundo piso indica que alguna de las tiendas de allí tiene algo interesante. Cerca de un centenar de mujeres y algunos hombres aguardan ordenadamente a que les llegue su turno para poder entrar en el pequeño comercio. La espera puede durar casi una hora, pero al parecer merece la pena. Por la otra puerta salen satisfechas las señoras con un traje (todos del mismo modelo) que se asemeja al estilo occidental. Además, a buen precio. De vez en cuando se producen altercados, porque algún jovencito pretende aprovechar un descuido para colarse. Pero allí están los policías municipales para poner orden.

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En la Plaza Roja, los turistas esperan a que suenen las 12 campanadas en el reloj de la torre Spasskaia (una de las 20 que existen en la muralla del Kremlin) para que se produzca el relevo de los dos guardias que custodian día y noche el mausoleo de Lenin. También hay turistas soviéticos, llegados de las distintas repúblicas. Muchos de ellos probablemente dejarán de ser súbditos de la URSS muy pronto. Mientras suenan las campanadas, los soldados hacen el relevo con las bayonetas caladas en el fusil y la mirada perdida. Se mueven como el carillón de un viejo reloj. Algunos moscovitas se acercan estos días hasta aquí porque creen que el mausoleo será saqueado pronto, igual que ya han caído otros monumentos de prohombres soviéticos en los últimos días. "No es posible que eso suceda", comenta algo indignado un hombre de mediana edad; "una cosa es que tiren abajo las estatuas de Lenin y otra muy distinta que acaben con su momia. Sería una barbaridad".

En una esquina de la plaza, al otro lado de la catedral de San Basilio, una pareja ya mayor lee un escrito colocado junto a un icono ortodoxo, y varlosjóvenes escuchan con la radio pegada a la oreja lo que está diciendo Gorbachov. De vez en cuando comentan algo, se ríen o se enfadan ante lo que dice su presidente. Pero se muestran tranquilos, porque piensan que lo peor ya ha pasado y que, por lo menos, el golpe ha servido para que se cambien de un día para otro muchas cosas que llevaban años inamovibles.

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