LA REVOLUCIÓN DE AGOSTO

Falsa alarma en la 'Casa Blanca'

Al grito de "¡vuelven los tanques!", los moscovitas volvieron a montar barricadas

El golpe ha pasado, pero la psicosis continúa. Ayer mismo, en una soleada mañana moscovita, una multitud de hombres y mujeres revivió una vez más las escenas de pánico de hace menos de una semana y, en menos de 20 minutos, rehizo las barricadas que rodeaban el Parlamento. Al grito de "¡vuelven los tanques!", jóvenes y viejos formaron cadenas humanas, cruzaron trolebuses en la calzada, reconstruyeron murallas de hierro y escombros... Al final, no fue más que una falsa alarma y la normalidad volvió a las calles.

El sol que brillaba en la capital soviética era como un símbolo de que la tor...

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El golpe ha pasado, pero la psicosis continúa. Ayer mismo, en una soleada mañana moscovita, una multitud de hombres y mujeres revivió una vez más las escenas de pánico de hace menos de una semana y, en menos de 20 minutos, rehizo las barricadas que rodeaban el Parlamento. Al grito de "¡vuelven los tanques!", jóvenes y viejos formaron cadenas humanas, cruzaron trolebuses en la calzada, reconstruyeron murallas de hierro y escombros... Al final, no fue más que una falsa alarma y la normalidad volvió a las calles.

El sol que brillaba en la capital soviética era como un símbolo de que la tormenta política de los últimos días había acabado. Miles de moscovitas y de turistas recién llegados para vivir la historia en directo, paseaban por los lugares. que hace apenas cinco o seis días habían mantenido en vilo a todo el mundo. El ambiente era de tranquilidad. Apacible. Sin embargo, los restos de la batalla permanecían todavía en las calles de Moscú, como recordando a sus ciudadanos que la pesadilla no había terminado.En el llamado Anillo de los Jardines, una gran avenida que rodea el centro de la capital, una infinidad de curiosos visitaba los lugares donde se desencadenó la parte más trágica del golpe militar. Allí murieron los tres jóvenes mártires de la revolución de agosto, bajo las cadenas de los tanques golpistas o a tiros de sus ocupantes. La calle permanece todavía cortada al tráfico rodado, custodiada por grupos de muchachos que, con cara de resaca, siguen allí día y noche junto al fuego, o montados en trolebuses incendiados por los tanques. Es como una gran ceremonia popular, un monumento viviente a la libertad recién lograda y a un futuro ajeno al Partido Comunista, al Ejército y a las viejas costumbres del aparato del poder soviético.

Los lugares donde murieron los tres mártires (enterrados el sábado en olor de multitud) se pueden reconocer fácilmente. Cada uno está marcado por una cruz de madera artesanal y cientos de ramos de flores colocados ordenadamente bajo velas encendidas, cigarrillos apilados, vasos o botellas de vodka, panecillos, manzanas, viejos iconos y fotografías de los héroes de agosto. Los moscovitas acuden allí a venerarles. O, por lo menos, a recordarles. Son familias enteras vestidas de domingo, con unos niños que asisten atónitos a una historia que avanza imparable.

Una joven con pinta de estudiante deja su ramo de claveles y, de pie junto a la foto del joven judío muerto por el Ejército golpista, empieza a escribir algo en un viejo cuaderno de notas. Son versos al héroe inmolado. "Los rusos somos duros, pero románticos", explica Misha, nuestro guía y traductor. Un poco más allá, un viejo con barba blanca y pantalones vaqueros raídos plasma la escena en un gran lienzo.

La gira popular y turística conduce, inevitablemente, al gran edificio del Parlamento ruso; ahora llamado Casa Blanca, desde donde se dirigió la resistencia contra el golpe. El Parlamento es un moderno y blanquísimo edificio, con infinidad de ventanas desde las que se domina prácticamente todo el centro de Moscú. Las imágenes que las televisiones de todo el mundo retransmitieron en días pasados, no muestran toda la grandeza de la Casa Blanca, ni su fea estampa junto al río Moscova.

Aferrados a la resistencia

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Los alrededores del Parlamento siguen prácticamente como los dejó el golpe. No están los líderes rusos, ni los tanques fieles o golpistas. Pero su espíritu continúa. Como permanecen los restos de las barricadas y decenas de jóvenes que participaron en la refriega y que se resisten a abandonar el lugar. Es como si quisieran permanecer allí el resto de sus días, aferrados a la gloria de la resistencia.Son las 11.45 cuando en medio de la tranquilidad de ciento de visitantes, un hombre grita megáfono en mano: "Nos informan que una columna de técnicas militares [así llaman en la URSS al material pesado de guerra] ha sido vista en las afueras de la ciudad. Todavía no sabemos si vienen hacía aquí, pero es mejor prepararse. Los tanques pueden volver".

La noticia cae como un obús. Algunos de los jóvenes resistentes que dormían en improvisadas tiendas de campaña saltan rápidamente y se disponen a organizar la defensa. "Puede ser una falsa alarma", dice el hombre del megáfono, "pero es mejor estar preparados. Formemos barreras humanas para impedir que lleguen hasta nuestro Parlamento. Reconstruyamos las barricadas".

Dicho y hecho. No han pasado ni cinco minutos cuando todos se ponen en acción. Resistentes y visitantes. Hombres, mujeres y niños juntan sus manos formando una gran cadena alrededor de la Casa Blanca. Una, dos... hasta cinco barreras humanas esperan con rostro tranquilo ante lo que pueda suceder.

Algunos ya vivieron la experiencia hace pocos días, otros lo vieron por televisión, pero todos están convencidos de que cumplen con su obligación, jugando su papel histórico. Pronto aparecen otros megáfonos, que se apresuran a organizar la resistencia. Un hombre de unos 40 años, con la calva morena, que se presenta como diputado ruso, se pone al frente del movimiento. Bajo sus órdenes, varias docenas de jóvenes paran varios trolebuses que circulaban tranquilamente por el puente Kalininski, hacen bajar a sus ocupantes que obedecen de inmediato, y los cruzan a este lado del río. Ésa es la entrada por donde, supuestamente, llegarán los tanques.

Mientras tanto, otros grupos mueven ya automóviles, camiones y bloques de acero y de cemento y reconstruyen las barricadas que impidieron el golpe. En menos de 20 minutos, el decorado ha vuelto a ser el mismo del martes pasado. La multitud espera órdenes, acontecimientos, noticias.

Columna del KGB

A las 12.20, el diputado del megáfono informa que se podría tratar de una falsa alarma. Que la columna se ha desviado hacia las afueras de la ciudad y que ya no se dirige hacía la Casa Blanca, pero un hombre uniformado le coge el megáfono y afirma que no, que según sus noticias se trata de una columna del KGB (la terrible fuerza de seguridad soviética, que inspiró el golpe), y que podría llegar allí en una hora. Es la ceremonia de la confusión. Pero la multitud que ha formado cadenas humanas no se mueve.Tiene que transcurrir otra media hora para que se aclare la situación. Es el diputado ruso el que, a eso de las 12.45, da la buena noticia de que todo ha sido un malentendido. "Es una columna del Ejército que vuelve a su acuartelamiento después de unas maniobras. No hay peligro". Una vez más, todo se hace con orden. Mientras varios grupos vuelven a colocar, a mano, los trolebuses bajo el tendido eléctrico, algunos jóvenes con restos de uniformes militares abren las barricadas y varios policías municipales intentan que el tráfico se normalice.

No han pasado ni 10 minutos cuando la gran avenida vuelve a su aspecto anterior. Todo ha terminado. El día transcurre nuevamente con cierta tranquilidad. Varios jóvenes se preguntan "¿cuándo vamos a derribar la estatua de Lenin en la plaza de Octubre?". "Paciencia, todo llegará", les responde otro que ejerce de jefecillo.

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