Editorial:

Hace un año

HA TRANSCURRIDO un año desde que, el 2 de agosto de 1990, el Ejército de Irak cruzara la frontera de Kuwait en una expedición punitiva, que poco después convertiría en anexión. El pretexto era doble. Por una parte, la disputa existente entre ambos países en tomo a la explotación de los pozos de petróleo que ambos comparten en la frontera (en el fondo se trataba de un contencioso nacido de las diferentes políticas sustentadas por Irak y Kuwait en el seno de la OPEP); por otra, el deseo -más oculto- de Bagdad de conseguir una salida al mar ocupando las islas kuwaitíes de Warba y Bubiyán, ...

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HA TRANSCURRIDO un año desde que, el 2 de agosto de 1990, el Ejército de Irak cruzara la frontera de Kuwait en una expedición punitiva, que poco después convertiría en anexión. El pretexto era doble. Por una parte, la disputa existente entre ambos países en tomo a la explotación de los pozos de petróleo que ambos comparten en la frontera (en el fondo se trataba de un contencioso nacido de las diferentes políticas sustentadas por Irak y Kuwait en el seno de la OPEP); por otra, el deseo -más oculto- de Bagdad de conseguir una salida al mar ocupando las islas kuwaitíes de Warba y Bubiyán, que cierran el paso a la salida del Chat el Arab al Golfo. Poco después, Sadam Husein, tras anunciar en la primera de sus muchas engañifias que empezaba a retirarse del emirato ocupado, invocaba razones históricas y decretaba la anexión de Kuwait como decimonovena provincia de Irak. Su peculiar forma de entender el concepto de anexión le llevó al pillaje del emirato, primero, y al incendio suicida de todos los pozos kuwaitíes, después.Un acto de piratería internacional que el líder de Bagdad estaba convencido de poder llevar a cabo con bien y sin mayores consecuencias. Esto da idea de lo poco que conoce el mundo exterior a sus fronteras, pero, sobre todo, de cómo un hombre decidido puede embarcarse en aventuras suicidas a base de bravatas. En el fondo, el año transcurrido ha sido la historia de cómo Sadam -y mucha gente más- estaba convencido de que nadie llegaría a la guerra por Kuwait y decómo la máquina' militar iraquí se derrumbó como un castillo de naipes en lo que, lejos de ser 1a madre de todas las batallas", anunciada por el dictador iraquí, no pasó de ser "la madre de todas las derrotas".

La invasión fue también la señal para la aparición de un concepto inédito llamado nuevo orden mundial. Caídos los muros, desaparecidos los regímenes del socialismo real, anulado el enfrentamiento de ideologías que había provocado la guerra fría, se hacía posible un nuevo entendimiento a escala global. La concertación apareció y se trasformó pronto,en una alianza anti-Sadam, cuyo objetivo declarado era el desalojo de sus tropas de Kuwait. Las Naciones Unidas fueron llamadas a poner en marcha su mecanismo de sanciones y boicoteo previo a las acciones militares, y funcionaron con extraordinaria eficacia y unanimidad, aunque reaparecieran luego antiguas desconfianzas, de forma que llegado el momento de lanzar la ofensiva se encargaron de ella EE UU y algunos de sus aliados, restando así fortaleza a una ONU que se había pretendido revitalizar. El nuevo orden parecía, en todo caso, estar en marcha; incluso le fue dado un espaldarazo en la cumbre que celebraron George Bush y Mijaíl Gorbachov en Helsinki.

1 Pronto se vio, sin embargo, que, sin desmerecer la justicia de la causa anti-Irak, la buena voluntad que había hecho pensar en un nuevo orden estaba en realidad teñida, como no podía menos de ser, de egoísmos nacionales y reticencias internacionales que la invalidaban. En efecto, la crisis del Golfo había hecho concebir ciertas esperanzas de arreglo de Oriente Próximo, cuando menos en tres frentes. La derrota de Sadam Husein abriría la puerta a la solución de los siguientes problemas: la cuestión palestina en Israel (si se aplicaban las resoluciones de la ONU en el Golfo parecía evidente que se aplicarían también en Israel); la pacificación de Líbano (por las n-úsmas razones) y el avance de la democracia en los países regidos por monarquías conservadoras en la zona (más por razón de su alineamiento con Occidente que por su voluntad manifiesta de reformar sus códigos políticois de tiranía).

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¿Qué queda de todo ello después de un año? El desalojo de Sadam no ha producido el nacimiento de la democracia en lugar alguno del Golfo; ha estimulado, por otra parte, venganzas y persecuciones de palestinos, víctimas inocentes de la revancha árabe contra la ceguera de un Yasir Arafat aliado de Bagdad. Siria, gracias al apoyo que prestó'a los aliados, ha obtenido manos libres para establecer su hegemonía sobre Líbano. Irak sufre, con el mismo líder a su frente, por los pecados de su clase dirigente.

Pese a todo, la prueba de que el año transcurrido ha servido de algo está en la aceptación israelí de la conferencia internacional anunciada anteayer en la cumbre de Moscú. Aceptadas todas sus tesis, el Gobierno de Tel Aviv debe sentarse por fin a una mesa y negociar con los árabes con seriedad y honradez. El acuerdo entre EE UU y la URSS sobre la conferencia de paz árabe-israelí es, sin duda, una excelente consecuencia de la guerra del Golfo. Tras su encuentro con el primer ministro Isaac Shamir, ayer, jueves, el secretario de Estado norteamericano, James Baker, declaró esperanzado que la respuesta del Ejecutivo israelí era el tan anhelado sí.

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