Editorial:

Una herida profunda

EL VIAJE del presidente Bush a Grecia y Turquía es coherente con los propósitos de la recién concluida cumbre londinense de los siete: propiciar la construcción de un mundo más pacífico. El primer mandatario norteamericano acude a la zona a petición del primer ministro griego, Constantino Mitsotakis, para intervenir en otro problema aparentemente irresoluble: el futuro de Chipre. Como dijo Bush el jueves pasado en su alocución al Parlamento ateniense, el periplo obedece al intento de "curar la profunda herida" que separa a Atenas de Ankara. O al menos, de actuar como catalizador en su r...

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EL VIAJE del presidente Bush a Grecia y Turquía es coherente con los propósitos de la recién concluida cumbre londinense de los siete: propiciar la construcción de un mundo más pacífico. El primer mandatario norteamericano acude a la zona a petición del primer ministro griego, Constantino Mitsotakis, para intervenir en otro problema aparentemente irresoluble: el futuro de Chipre. Como dijo Bush el jueves pasado en su alocución al Parlamento ateniense, el periplo obedece al intento de "curar la profunda herida" que separa a Atenas de Ankara. O al menos, de actuar como catalizador en su restañamiento, puesto que, asegura, no quiere "imponer fórmulas" a nadie.Es un hecho que desde que el Ejército turco invadió Chipre en 1974 (con el pretexto de restablecer el orden constitucional alterado por un golpe de Estado en una isla de población griega aplastantemente mayoritaria), las relaciones greco-turcas han sido un punto menos que borrascosas. Pero el conflicto de Chipre no sólo tiene que ver con la invasión de la isla o con la proclamación ilegal de una república turcochipriota que ha exigido el establecimiento de una fuerza de cascos azules de la ONU para evitar enfrentamientos. Tiene que ver, profundamente, con el antagonismo entre dos países que representan a civilizaciones radicalmente distintas y que desde el siglo XIX intentan consolidar personalidades sociales diferentes en el explosivo marco de los Balcanes.

Trasladado al lenguaje contemporáneo, el enfrentamiento se concreta en la dificil convivencia de dos países que comparten el mar Egeo (tan imbricados, que es dificil hasta la definición de las zonas respectivas de soberanía nacional) y que, por ese mismo motivo, han estado en más de una ocasión al borde del conflicto armado. A esta hostilidad se superponen el hecho paradójico de que ambos países constituyen el flanco sur de la OTAN y el irritante de que Grecia es miembro de la CE mientras que Turquía no consigue pasar de la categoría de aspirante.

Aunque la sensatez parece presidir los intentos de resolver el problema chipriota desde que los primeros ministros griego y turco se reunieron en Suiza a principios de 1988, se había avanzado poco desde entonces. Puede que la iniciativa de Bush sirva ahora para desbloquear la situación. Pero, a sus esfuerzos negociadores, el presidente norteamericano va a tener que añadir el cuidado de no irritar a unos y a otros. Importa la permanente insatisfacción de las comunidades griega y chipriota de EE UU, que verán con malos ojos todo lo que les parezca que favorece a los turcos. Frente al deseo de Atenas de comprar armamento estadounidense -a lo que Bush accede-, el presidente debe preocuparse de no estimular los temores de Ankara. Frente al agradecimiento que Estados Unidos expresará a Turquía por su cooperación en la crisis del Golfo, Atenas pretende que Ankara no obtenga ventajas desestabilizadoras. Y si Turquía resultara más favorecida por el líder del mundo occidental, no se puede olvidar que Grecia es, por su pertenencia a la CE, un miembro de ese mundo a tiempo completo, cosa que Ankara está lejos de conseguir.

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Ése es el sembrado de minas políticas en el que se ha metido el presidente Bush para pasar el fin de semana. En Atenas le recibieron con tradicionales, irreflexivas y añorantes manifestaciones: carteles de "Yankee go home", cócteles Mólotov, barricadas y carreras ante un sólido despliegue policial acogieron al primer presidente de Estados Unidos que visita Grecia desde que lo hiciera Einsehower en 1959. Pero lo que va a exigir más que diplomacia a George Bush no es la violencia en las calles, sino el juego malabar de equilibrios políticos que tendrá que conseguir establecer entre Atenas y Ankara.

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