Tribuna:

Chundarata

Aquello que cierto tiempo atrás fue en los bares música ambiental se ha convertido en estruendo. Es la moda, que obedece a motivaciones sociológicas profundas: a la gente no le gusta escuchar y, en cambio, necesita contar su vida. Esta situación, evidentemente contradictoria, crearía graves problemas de convivencia si no fuera por la moda del ruido. En efecto, gracias al estruendo, cada cual puede desahogarse contando su vida a gritos, sin que nadie haya de pasar por el molesto trance de escucharla. Uno chilla: "¡Mi mujer se gasta el dinero en el bingooo!"; otro responde: "¡Donde hacen bien la...

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Aquello que cierto tiempo atrás fue en los bares música ambiental se ha convertido en estruendo. Es la moda, que obedece a motivaciones sociológicas profundas: a la gente no le gusta escuchar y, en cambio, necesita contar su vida. Esta situación, evidentemente contradictoria, crearía graves problemas de convivencia si no fuera por la moda del ruido. En efecto, gracias al estruendo, cada cual puede desahogarse contando su vida a gritos, sin que nadie haya de pasar por el molesto trance de escucharla. Uno chilla: "¡Mi mujer se gasta el dinero en el bingooo!"; otro responde: "¡Donde hacen bien la paella es en Valenciaaa!", y lo que ambos oyen es: "¡Tachunda, tachunda chundarata!".Hace poco, servidor pasó por una aldeíca pirenaica y sentóse en la plazuela para disfrutar del silencioso atardecer. Plaban gorriones, susurró el aleteo bajo de un águila. Aquellos minutos mágicos debieron ser similares a los que vivió el abad Virlla mientras meditaba sobre la eternidad escuchando a un ruiseñor. Luego pasaron vacas guiadas por hermosas vaqueras, voltearon melancólicas las campanas de la iglesia, salvé a una vieja de perecer ahogada en el río, la mesonera me sirvio opipara cena por la que me cobró 70 pesetas, lugareflos relataban historias de brujas al amor de la lumbre, ligué a la mesonera...

De regreso le conté a un amigo las aventuras de mi viaje; sospecho que él aprovechó para contarme las suyas, y ninguno de los dos nos enteramos de nada por culpa del ruido. Ocurre siempre: cuando alguien siente la irrefrenable necesidad de contar su veraneo, lo único que se oye es: " ¡Tachunda, tachunda chundarata!". Lo cual es una bendición cuando te dan la paliza, pero, si eres tú quien la da, pues resulta una gaita, ¡francamente!

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