Tribuna:

Posmodernidad a la epañola

¿Qué es posmodernidad?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul; ¡qué es posmodernidad! ¿Y tú me lo preguntas? Posmodernidad... eres tú.La posmodernidad es el fin de la historia, el fin del tiempo homogéneo y vacío, inseparable de la idea del progreso, según Walter Benjamín. Nadie consideraría progreso este magma ahistórico que vivimos, esta era del vacío. El desarrollo de las ciencias y las técnicas ha llegado a un punto perturbador: nadie cree que tal desarrollo favorezca a la humanidad.

Resultado: un tipo de joven que prefiere no preguntar para no arriesgarse al horror de l...

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¿Qué es posmodernidad?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul; ¡qué es posmodernidad! ¿Y tú me lo preguntas? Posmodernidad... eres tú.La posmodernidad es el fin de la historia, el fin del tiempo homogéneo y vacío, inseparable de la idea del progreso, según Walter Benjamín. Nadie consideraría progreso este magma ahistórico que vivimos, esta era del vacío. El desarrollo de las ciencias y las técnicas ha llegado a un punto perturbador: nadie cree que tal desarrollo favorezca a la humanidad.

Resultado: un tipo de joven que prefiere no preguntar para no arriesgarse al horror de las respuestas, un tipo de creador empeñado en demostramos que lo importante es lo no escribible, ni pintable, ni musicable. Las concepciones objetivas y rigurosas, sometidas a cánones, son reemplazadas por la discontinuidad, la diferencia, la deconstrucción, la diseminación.

Durante la travesía de la modernidad, el hecho de ser moderno se consideraba un valor determinante. Pero un buen día nadie quiso ser moderno. La modernidad exhaló su último suspiro. Estaba pasado de moda creer en un pensamiento estructurado, en un progreso constante, en una fatalidad de la historia.

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Lo que define a la sociedad posmoderna es el caos, la falta de transparencia, la preponderancia de los medios de comunicación, la orfandad con respecto a los padres del pensamiento ("cada uno debe ser el padre de sí mismo, construir su autoridad", escribe Lyotard), el pluralismo de las subculturas, la fragmentación de las ideas, la negación de los puntos de referencia, el rabioso holocausto del tiempo presente, y la invasión de la informática, la moda, la publicidad y la mercadotecnia.

En la reunión hispanofrancesa de Albi (la ciudad donde los cátaros recuperaron las doctrinas mazdeístas y maniqueas, y donde vino al mundo Toulouse-Lautrec) Manuel Zaratustra de Lope habló de que la novela posmoderna era una novela light. Probablemente no sólo la novela. Nos envuelve una superficialidad que juega, no con las cosas ligeras, sino con lo serio, con lo trágico. Parece confirmarse el código posmoderno de que el hombre parodia aquello que ama (como muestra, basta el botón de las películas de Pedro Alposmodernidóvar).

Otro posmoderno, Jesús Rimbaud Ferrero, recordaba el dolor cultural de Berlin Alexanderplatz y concluía: la tristeza va unida a todo invento, como el blues va unido a la radio. Javier Weber Tomeo concluyó que con la posmodernidad muere la rosada mentalidad de la riente sucesora del puritanismo: la Ilustración.

La posmodernité (que suena mejor) de Toulouse-Lautrec se vestía de corto en los burdeles reflejados por charcos del color de rascacielos. Toulouse-Lautrec fue el primer posmoderno francés; como don Juan Tenorío (¿otro posmoderno?), a los palacios subió y a las cabañas bajó. Conoció doseles, criados, profesores de equitación, vifiedos y castillos. Pero un golpe del destino dio con sus huesos en el infierno de los desclasados: navajazos, hambre, prostitución, estafa barriobajera. Conoció un amor irritantemente infiel. Pintó y dibujó obras de desecho, en papeles de embalar, en servilletas. Se dedicó a la cartelería andante. Bebió cada noche mucho más alcohol del que cabía en su enanez. Y se murió de haber bebido tanto.

La posmodernidad española la inventa otro pintor -Goya-, y se adelanta incluso en los colores a la modernidad de Rubén (azul, como todo el mundo sabe). Goya fue posmoderno cuando los demás no eran ni siquiera modernos. Después, para encontrar otro posmoderno, hay que llegar hasta Max Estrella, el que inventó a Valle-Inclán, como Luis Álvarez Petreña inventó a Max Aub. Pero Max Aub no era un posmoderno y Valle-Inclán sí. Recordemos que le dijo a Ramón (Gómez de la Serna): "Los siglos no pasan. ¿Alguien los ha visto pasar? Es el mismo siglo que vuelve a usarse". Hace muy pocos días escribía Gilbert Adair: "La posmodernidad representa un momento de pausa antes de que las baterías se recarguen de cara al nuevo milemo". Se ve que los ingleses no han leído a ValleInclán.

Tampoco a Ramón Gómez de la Serna, pues fue él quien trazó los rasgos de la posmodernidad con el humo de su pipa. La definición de posmodernidad como la edad de la inocencia perdida" (Umberto Eco) no sirve para nuestros posmodernos que han vuelto a la in.ocencia de los pastiches, las camisetas estampadas, los cómics, los relatos policíacos, los folletones a la hora de la siesta, la importancia de llamarse yuppy, y el encerrarse a hacer el amor en una habitación llena de juguetes.

Pertenezco a una generación que creyó inútilmente en la pasión del hombre (Sartre), que se angustió al borde de la piscina de la nada y que consideró al hombre más digno de admiración que de desprecio (Camus). Nuestro único éxito a mano ha sido -como para ToulouseLautrec- una copa de algo.

Nos empeñamos en hurgar en la miseria, en la tortura, en la fatalidad, y encontramos la fórmula para salir del basurero en nuestro repudio visceral a las reglas establecidas. El drama de sobrevivir tenía colores, sabores, nombres y apellidos. Ahora todo es light -hasta la muerte- y nadie arriesga una arruga de su cara por el dolor ajeno. Se desliza la gente por la vida como las patinadoras por la pista de hielo del centro Rockefeller. La profesión de fe de nuestra época consiste en "patinar y patinar".

El éx ito, la felicidad, el amor, existen, pero sólo perduran a lo largo de un pestañeo, y sólo el interés de un pestañeo merecen. ¿A quién culpar de que el exotismo haya vuelto a sustituir a la altisonante lucha de clases, revolución y dialéctica de la historia? ¿A la televisión, al consumismo, a los ordenadores, al dinero fácil, el sexo neutro y las drogas difíciles? No, seguramente sólo lo eterno es evitable y lo perecedero nos perpetúa.

Hay que dejarse llevar por un presente certificado. Antes, el futuro estaba en manos de los preceptores y los jefes de Estado; ahora no hay preceptores y losiefes de Estado ignoran dónde se esconden los bombardeables de mañana.

En consecuencia, sólo lo que se apura tiene precio y sólo lo que tiene precio es deseado. En recientes tiempos posrománticos se creía que "lo mejor de la vida es siempre gratuito" (Wasserman). Ahora, lo mejor de la vida es lo más caro. Por eso los jóvenes creadores se preocupan poco de la obra de su vida y mucho de figurar en el pelotón de las Firmas cotizadas.

En Albi, los cátaros ponían su empeño en forjar el Bonhomme y el Perfecto. Este último llevaba una vida de asceta, era vegetariano, se desinteresaba de los bienes materiales y se abstenía de los deseos carnales. Los cátaros no creían en el infierno ni en la resurrección de la carne, proscribían la jerarquía eciesiástica y la posesión de bienes por la Iglesia, negaban los sacramentos, excepto uno que se sacaron de la manga y al que denominaban "el consolamentum". Eran unos precursores de la posmodernidad a la francesa, lo que Metz llama la nouvelle cuisine de la post-histoire".

La posmodernidad a la española, por el contrario, se parece a la espesa cocina de nuestros pueblos, a un potaje en el que se mezclan las alubias de un descreído, el tocino de un patán, la pechuga de una experta en sexología, el azafrán de una virgen, el perejil de un homosexual, el chorizo de un ídem y la morcilla de un pintor neosurrealista. Tal guiso puede resultar suculento, pero, para algunos estómagos, rotundamente indigesto.

El resumen de las jornadas albigenses podría ser que se han escrito muchos tratados sobre la posmodernidad (el último, por ahora, el que acaba de publicar Frederic Jameson, un mamotreto de casi 500 páginas), pero en territorio español su mejor definición se reduciría a estas dos escuetas palabras: "todo vale".

Ramón Nieto es editor y escritor.

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