Tribuna:

Cadáveres

Dijeron en la radio que un sujeto que vivía solo se asomó a la ventana para contemplar la calle y se murió de un infarto. Lo curioso es que el cuerpo desprovisto de vida continuó mirando el tráfico como si nada hubiera sucedido. El cadáver, que habitaba en un primer piso, permaneció allí tres días y tres noches sin que nadie advirtiera que se trataba de un difunto.Leí en el per" ódico que un joven de 26 años fue encontrado muerto en el autobús con una jeringuilla clavada en el brazo. Cuando llegaron a fin de trayecto, el conductor se acercó a él creyéndole dormido y se encontró con unos restos...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Dijeron en la radio que un sujeto que vivía solo se asomó a la ventana para contemplar la calle y se murió de un infarto. Lo curioso es que el cuerpo desprovisto de vida continuó mirando el tráfico como si nada hubiera sucedido. El cadáver, que habitaba en un primer piso, permaneció allí tres días y tres noches sin que nadie advirtiera que se trataba de un difunto.Leí en el per" ódico que un joven de 26 años fue encontrado muerto en el autobús con una jeringuilla clavada en el brazo. Cuando llegaron a fin de trayecto, el conductor se acercó a él creyéndole dormido y se encontró con unos restos mortales. Y es que el rigor mortis engaña mucho. Además, algunos cadáveres, sometidos a la inercia de la vida, continúan haciendo rutinariamente durante algún tiempo las mismas tonterías que cuando estaban vivos.

Está la cosa del olor, porque los muertos despiden un olor diferente al de los vivos. Pero con el olfato sucede lo mismo que con la muela del juicio, que lo estamos perdiendo. Se trata de una mutación, de un cambio, que tiene por objeto facilitar la adaptación al medio. Son tantas las cosas que huelen mal que la naturaleza, tan sabia ella, ha decidido aminorar la inteligencia de las fosas nasales para hacernos la existencia más grata. Como contrapartida tenemos que aceptar la posibilidad de que en las ventanas haya cadáveres que nos contemplan con los ojos abiertos y cara de estupor.

Borrell acaba de pedir a los grandes constructores que no paguen comisiones a los partidos para obtener contratas. Eso, dicho por un ministro, habría despedido en otro tiempo un olor insoportable. Ahora, como no tenemos olfato, nos da igual. O a lo mejor es que estamos muertos y seguimos, por inercia, asomados a las ventanas de una ciudad fantasma construida con 400.000 viviendas fantasmales.

Sobre la firma

Archivado En