Editorial:

Con angustia

EN POCAS ocasiones como ahora el mundo se ha visto conmovido por un mismo sentimiento de angustia, ante la expectativa de una fase de guerra tan aguda como anunciada. Ya se ha cumplido el plazo dado por el presidente Bush para que Irak inicie su retirada de Kuwait. Ello significa que la ofensiva de la fuerza multinacional puede comenzar en cualquier momento, o que quizá esté ya en marcha en el momento en que los lectores tomen conocimiento de estas líneas. Sin embargo, aún es hora de proclamar que, a la luz de todos los datos objetivos de la situación, el desencadenamiento de la ofensiva terre...

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EN POCAS ocasiones como ahora el mundo se ha visto conmovido por un mismo sentimiento de angustia, ante la expectativa de una fase de guerra tan aguda como anunciada. Ya se ha cumplido el plazo dado por el presidente Bush para que Irak inicie su retirada de Kuwait. Ello significa que la ofensiva de la fuerza multinacional puede comenzar en cualquier momento, o que quizá esté ya en marcha en el momento en que los lectores tomen conocimiento de estas líneas. Sin embargo, aún es hora de proclamar que, a la luz de todos los datos objetivos de la situación, el desencadenamiento de la ofensiva terrestre hubiera debido ser evitado. La retirada de las tropas iraquíes de Kuwait aparecía como una operación susceptible de realizarse sin recurrir a una batalla cuyo coste en vidas humanas es difícilmente calculable y cuyas secuelas para el futuro, tanto de la ONU como de las relaciones entre el mundo árabe y Europa, serán calamitosas.Si el ultimátum de Bush encontró cierta justificación ante las imprecisiones del primer compromiso contraído por Sadam sobre la evacuación de Kuwait, en cambio el segundo plan de paz, presentado por Gorbachov -y que Sadam asumió públicamente-, contiene un calendario muy concreto para la retirada de las tropas iraquíes.

Comparando las condiciones planteadas por Bush y los puntos del plan de Gorbachov, toda persona sensata debe constatar que las diferencias no son en modo alguno abismales. Bush exigía una retirada de la capital de Kuwait en dos días, y el plan de Gorbachov preveía cuatro. Para la liberación de los prisioneros, Bush otorgaba 48 horas, y el plan de Gorbachov, 72 horas. Para la evacuación total de las tropas iraquíes -hasta el lugar que ocupaban el 2 de agosto de 1990, lo que supone aceptar las especificaciones de Bush sobre Bubiyan, Warbah y Rumailla-, la diferencía era algo mayor: una semana según Bush, tres en el plan de Gorbachov. De ninguna manera se trata de diferencias de calado suficiente para otorgar a la batalla terrestre y marítima la cualidad de constituir la única forma de lograr la liberación de Kuwait de las tropas invasoras de Sadam Husein.

En todo caso, los propios soviéticos, después de haber hecho grandes esfuerzos por encontrar una vía pacífIca, han declarado que ellos no condenarían la batalla terrestre si los aliados la desencadenasen. Ello parece indicar una voluntad -incluso después del inicial fracaso de la solución protagonizada por la URSS- de no quebrantar el amplísimo frente de la coalición internacional que, en el seno de la ONU, se ha unido para oponerse a la agresión iraqui contra Kuwait y para lograr la liberación de este país.

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La opción que incluye la decisión de la batalla total -sin dar tiempo a las posibilidades muy reales de una retirada pacífica- sitúa desde ahora en primer lugar la cuestión de los objetivos de las tropas de la coalición anti-Sadam. Los sectores más belicistas, en EE UU y en Israel, se han opuesto abiertamente a cualquier eventualidad de una salida pacífica con el argumento de que el principal objetivo es impedir que Sadam siga en el poder y conserve una parte de su poderío militar. El desarrollo lógico de este argumento es que la batalla terrestre no podría en ningún caso limitarse a liberar Kuwait, sino que debería continuarse hasta la eliminación de Sadam y hasta la destrucción del poder de Irak.

Frente a esta actitud -cuyo peso en círculos muy influyentes de EE UU no se puede desconocer- se han venido pronunciando de manera tajante diversos gobernantes europeos, y singularmente, entre los que tienen tropas combatientes en el Golfo, el presidente Mitterrand. Ello significa que el plan de los sectores belicistas ha generado una contestación de alguna envergadura.

Si EE UU cometiese el gravísimo error de desbordar el marco definido por la ONU, y no ya en aspectos de procedimiento, sino en cuanto al objetivo mismo de la batalla, las Naciones Unidas recibirían un golpe quizá definitivo. Se rompería el frente de los países que han votado juntos frente a.la agresión iraquí. Europa tendría que revisar sus relaciones con Estados Unidos. Para éste sería tirar piedras contra su tejado: sufriría su capacidad de liderazgo político. No bastan las armas para poder ejercer influencia en el mundo de hoy.

Para que se reafirme sin lugar a dudas el carácter de la actual batalla es absolutamente necesario que el Consejo de Seguridad de la ONU, reunido ayer, tome enérgicamente,las riendas del conflicto. Su marginación en los últimos tiempos ha sido nefasta. Lo sería aún más si se prolongase en la fase trágica y pesimista en que entra el conflicto.

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