La abundancia llega a Damasco

Kuwaitíes, iraquíes y palestinos conviven en la capital siria inusualmente abastecida

Iraquíes, kuwaitíes, palestinos y kurdos han encontrado cobijo en Damasco y se cruzan en el entresijo de sus calles con las espadas bajadas y tratando de no reconocerse. Esta ciudad, que según sus habitantes es la más vieja del mundo con sus 7.000 años de historia vive hoy un discreto renacer. Desde que comenzó la crisis del Golfo, los escaparates de las tiendas se han llenado de productos de importación, de detergentes a radiocasetes, pasando por cigarrillos y vino.

El presidente Hafez el Asad, al contrario que su vecino el rey Hussein de Jordania, ha pasado de ser un radical a convert...

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Iraquíes, kuwaitíes, palestinos y kurdos han encontrado cobijo en Damasco y se cruzan en el entresijo de sus calles con las espadas bajadas y tratando de no reconocerse. Esta ciudad, que según sus habitantes es la más vieja del mundo con sus 7.000 años de historia vive hoy un discreto renacer. Desde que comenzó la crisis del Golfo, los escaparates de las tiendas se han llenado de productos de importación, de detergentes a radiocasetes, pasando por cigarrillos y vino.

El presidente Hafez el Asad, al contrario que su vecino el rey Hussein de Jordania, ha pasado de ser un radical a convertirse en un moderado, de enemigo número tres de Estados Unidos tras Sadam Husein y Muarnnar el Gaddafi a miembro de la coalición antliraquí que lidera la Casa Blanca. Los sirios apenas pueden creerlo, pero una buena muestra de ello es el carribio operado en el abastecimiento de los mercados y en los nuevos habitantes de la capital.En esta ciudad que guarda los capiteles más bellos del arte romano y la gran mezquita de los omeyas, los recién llegados conspiran en las esquinas para acabar con lo que los kuwaitíes llaman la "guerra de liberación nacional" y los iraquíes y kurdos una "guerra injusta". unas 10.000 personas. En su mayoría son shiíes que se han agrupado en el barrio de Seida Zeida. Los escasos sumes han preferido quedarse en los dos hoteles de lujo internacionales de la capital siria. Abdul Jalil Alí, director de la Asociación para la Liberación de Kuwait, que, como más de la mitad de los refugiados en Damasco, se encontraba en Europa en el momento de la invasión iraquí, es quien se encarga de que a sus conciudadanos no les falte de nada.

El salario medio sirio no alcanza las 3.000 libras al mes (24.000 pesetas al cambio oficial y 6.500 pesetas en el mercado negro). De ahí que los kuwaltíes se hayan hecho los amos del barrio: cada familia de tres miembros recibe 25.000 libras, y otras 3.000 más por cada niño. Además, les dan gratis arroz, azúcar, leche y otros alimentos básicos.

Los palestinos forman la colonia extranjera más numerosa de Damasco. Son cerca de 300.000, la mayoría llegados tras la guerra árabe-Israelí de 1967. En estos meses su número apenas se ha incrementado. "Nos encontramos en una situación muy difícil, afirma María, una estudiante universitaria nacida en Damasco, que a sus 21 años no conoce su patria. No comprendo cómo Siria ha enviado tropas a Arabia", añade.

La ciudad de la Rosa Damascena tiene un encanto mágico tal que es fácil perderse en ella. En su barrio judío siguen viviendo 20.000 hijos de Abraham que nunca quisieron saber que a unos centenares de kilómetros se creó en 1948 un país que lleva por nombre Israel y que se encuentra en virtual estado de guerra con Siria. Sorprende, sin embargo, cómo no se produce más de un enfrentamiento entre quienes se han jurado en estos días un odio eterno.

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Escapado del infierno

"Yo he visto a los palestinos cooperar con los iraquíes en la captura y tortura de los kuwaltíes, y juro por lo más sagrado que si vuelvo a ver a uno de ellos en mi país, si es que alguna vez puedo volver, lo mataré", dice congestionado Majid el Bagahí, un ingeniero kuwaití de 27 años que escapó "de ese infierno" a través de Arabía Saudí el pasado 12 de diciembre.

"Sólo la sagacidad de Hafez el Asad es capaz de hilar tan fino", destaca un diplomático occidental al comentar la posición de Siría en el conflicto. El Gobierno sirío ha enviado 19.000 soldados y 300 carros de combate a Arabia Saudí a "defender" ese país. Su promesa de que "nunca entrarán ni atacarán" a Irak le havalido la ruptura del aislamiento con Occidente, por un lado, y por el otro, que nadie en el mundo -árabe, ni el mismo Sadam Husein, haya criticado abiertamente su postura.

"La política sirla tiene un principio básico: el pilar de lacausa árabe es el conflicto árabeisraelí. Todos los esfuerzos deben concentrarse en esta causa y han de evitarse todas las batallas margínales", afirmó el domingo pasado Sulelman Qadá, en la primera reunión del Partido Socialista Árabe Baaz, gobernante enSiria (como en Irak, aunque ambas familias sean encarnizadas rivales), desde que se inició la guerra del Golfo.

Esta declaración es precisamente la que permite a cualquier árabe, sea de la ideología que sea, vivir en Damasco, ya que todos la comparten.

La colonia de iraquíes en Siria asciende a unos 20.000. Son hombres que salieron huyendo hace 10 años de la dictadura de Sad.am o de una guerra contra los religiosos iraníes. Ahora tratan de organizarse. Comparten con kuwaltíes, palestinos y kurdos la incertidumbre de un futuro sombrío y el temor a que Occidente, con esta "guerra del petróleo", haya hipotecado para siempre sus vidas.

A la caída de la tarde los altos alminares de estilo mameluco de la gran mezquita de la ciudad que no pudieron someter los cruzados llaman lastimeros a la oración. La guerra ha traído al laico Damasco los chadores negros de las shííes kuwaltíes que se entremezclan con una decadente ropa occidental y los grandes hábitos de las mujeres sirlas que prefieren continuar vistiéndose a la vieja usanza. Muchos de los cuatro millones de habitantes de Damasco están volviendo la mirada hacia Alá en busca de expl Ica ción y consuelo para esta guerra.

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