Editorial:

Sobre la paz y el pacifismo

EL AMPLIO rechazo popular a la guerra del golfo Pérsico, puesto de manifesto en multitud de manifestaciones en España y en el mundo entero, es un dato social y político que los Gobiernos y los estados mayores no pueden minimizar ni mucho menos contemplar con desprecio. Hacerlo sería tan demagógico como la postura de quienes, siendo muy minoritarios en el Parlamento, pretenden erigirse en adalides de la opinión, manipulando el sentido común y la sensibilidad por la paz en defensa de sus intereses políticos concretos.En esta ocasión la movilización por la paz en la calle no responde sólo al natu...

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EL AMPLIO rechazo popular a la guerra del golfo Pérsico, puesto de manifesto en multitud de manifestaciones en España y en el mundo entero, es un dato social y político que los Gobiernos y los estados mayores no pueden minimizar ni mucho menos contemplar con desprecio. Hacerlo sería tan demagógico como la postura de quienes, siendo muy minoritarios en el Parlamento, pretenden erigirse en adalides de la opinión, manipulando el sentido común y la sensibilidad por la paz en defensa de sus intereses políticos concretos.En esta ocasión la movilización por la paz en la calle no responde sólo al natural repudio del ser humano por el horror de la guerra, que se manifiesta cada vez más en formas de destrucción masiva con riesgo para la humanidad entera. Expresa también un juicio político crítico a una solución -la respuesta militar- que se percibe que no era inevitable, al menos en este momento del desarrollo de la crisis.

Pero aunque lo fuera, están en su derecho y defienden una opción respetable quienes en medio de la apoteosis bélica rechazan el discurso de la guerra y señalan sus insuperables contradicciones. Su discurso es tan legítimo como el que se erige sobre la fácilmente manipulable teoría de la guerra justa, y debe contar al menos con iguales posibilidades de expresión en el seno de la sociedad. Las manifestaciones que se suceden en estos días a favor de la paz son un signo de salud moral. Y el hecho de que sean en su gran mayoría personas jóvenes quienes las nutren constituye la mejor caución para un futuro menos inquietante de la humanidad.

Muchos de quienes se manifiestan estos días en toda España contra la guerra comparten la repulsa mundial a la agresión iraquí de Kuwait y creen que el claro aislamiento político a que se ha sometido a Sadam Husein y el bloqueo comercial decidido por el Consejo de Seguridad de la ONU. contra Irak han sido pruebas inequívocas de la firme decisión de. la comunidad de naciones de no transigir ante la violación del derecho internacional, y que a su debido tiempo hubieran debido hacer reflexionar al líder iraquí sobre la inviabilidad de su agresión. Simplemente creen que el recurso a la guerra poco podía añadir a la decidida voluntad de la comunidad internacional, puesta de manifiesto desde el mismo instante de la invasión de Kuwait, de no mostrar ningún signo de apaciguamiento ante tamaño desprecio a las reglas de convivencia pacífica entre los pueblos.

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Decidida ya la guerra, sería de todo punto inaceptable que con ocasión de ella se desencadenase una especie de caza de brujas o de campaña de desprestigio contra quienes legítimanente reclaman su cese o siguen apostando por la paz. Desgraciadamente existen signos de que esto puede ocurrir en muchos de: los países implicados en el conflicto. Conviene recordar que España no está en guerra y que no puede ser considerada como tal la ayuda que presta, en el marco de la Resolución 678 del Consejo de Seguridad de la ONU, a los países aliados protagonistas del enfrentamiento.

Por eso resulta aún más extraño que en la circular del Ministerio del Interior en la que se ordena la puesta en marcha de toda una serie de medidas, por lo general apropiadas y sensatas, para prevenir posibles ataques terroristas contra instalaciones y empresas consideradas estratégicas, se incluya como objetivo que vigilar, en pie de igualdad con los terroristas, a. los grupos pacifistas.

Tal mezcolanza no sólo es desafortunada, sino que pone de manifiesto una preocupante confusión en la mente de sus autores. Representa una afrenta para las personas que han hecho del rechazo a la guerra tarea principal de su activismo social y político, por más que sus formulaciones concretas puedan ser discutibles e incluso oportunistas en ocasiones. También puede contribuir a coaccionar la libre voluntad de los cientos de miles de ciudadanos que, come ha ocurrido en estos días, salen a la calle -dentro y Fuera de España- para manifestarse en apoyo de la paz y en contra de la guerra.

La especial vigilancia policial sobre las iniciativas de corte pacifista y la insólita equivalencia que se hace en un documento oficial entre terrorismo y pacifismo pueden convertirse, aunque no fuera ésa la intención, en un freno a los movimientos por la paz en el seno de la sociedad. Tan injustificada prevención ante los grupos pacifistas también podría ayudar a reforzar las actitudes sociales de aceptación o de resignación ante la opción militar.

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