Reclusas domésticas

Seis presas cumplen condena con sus hijos en un piso del centro de Madrid

Mañana toca cocido. Los garbanzos reposan en la cocina mientras en el salón seis niños pequeños devoran los dibujos animados bajo la mirada de Cristina, una de las seis mamás que comparten piso con sus hijos en el centro de Madrid. No es ésta, sin embargo, una casa convencional. Nueve funcionarias de prisiones se turnan para vigilar las idas y venidas de estas madres y comprobar que todas, presas de tercer grado, duermen en casa tras su jornada laboral fuera del domicilio.

Se sienten las seis reclusas más afortunadas de Madrid. En un abanico de tiempo que va desde los dos años de María,...

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Mañana toca cocido. Los garbanzos reposan en la cocina mientras en el salón seis niños pequeños devoran los dibujos animados bajo la mirada de Cristina, una de las seis mamás que comparten piso con sus hijos en el centro de Madrid. No es ésta, sin embargo, una casa convencional. Nueve funcionarias de prisiones se turnan para vigilar las idas y venidas de estas madres y comprobar que todas, presas de tercer grado, duermen en casa tras su jornada laboral fuera del domicilio.

Se sienten las seis reclusas más afortunadas de Madrid. En un abanico de tiempo que va desde los dos años de María, la veterana del grupo, a los seis meses de Cristina, la última en llegar, han cambiado los barrotes, cerrojos y horizonte limitado de la prisión de Yeserías por las cortinas, balcones y ventanas de un enorme piso antiguo en una de las zonas más nobles de la ciudad. Pero el cambio más apreciado por estas mujeres no estriba en el traslado de residencia, sino en la revolución que ha experimentado su régimen de vida y el de sus hijos.Nacidos casi todos ellos en un hospital concertado con la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, para volver inmediatamente con sus madres a las celdas de la vetusta prisión del distrito de Arganzuela, estos pequeños han compartido con su madre la vida carcelaria. A pesar de poder abandonar el recinto penitenciario para ir a la guardería o para salir con familiares o personas autorizadas durante los fines de semana, estos pequeños conocen, a su tierna edad, el acre sonido de los cerrojos al cerrarse detrás de ellos, las peleas entre presas y los exiguos e infranquebles confines del patio de la prisión.

Estos niños viven ahora con sus madres en un espacioso piso del centro de la ciudad, ofrecido por la Asociación Nuevo Furturo y bajo la gestión conjunta de este colectivo y la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.

Prohibido drogarse

Para ello, las presas tuvieron que ser seleccionadas por la dirección de la prisión de Yeserías. Dos condiciones son indispensables para poder acceder al régimen de prisión abierta fuera de la cárcel que disfrutan estas madres. Primero, haber cumplido ya las dos terceras partes de la condena y, en segundo lugar, no tener ninguna vinculación con el consumo de drogas.

"Aquí podemos salir a trabajar en un puesto que nos ha buscado Nuevo Futuro, volvemos a la hora de recoger a los niños en la guardería y podemos estar con ellos en la casa o sacarlos a pasear al parque o de compras hasta las ocho y medía de la tarde, hora tope para llegar a casa, preparar a los niños para cenar y dormir. No tiene comparación con la vida que llevábamos en Yeserías". Cristina, de 54 años y madre de Nerea, de cuatro, dice sentirse muy aliviada por su hija cuando, hace dos años, le comuInicaron que iba a cumplir los últimos seis años de su condena fuera de la prisión.

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"Nerea estaba traumatizada en la cárcel, lloraba cuando tenía que volver a las celdas después del colegio y se volvió muy agresiva, ahora puedo sacarla al parque, y tiene la ilusión de que estamos libres", dice Cristina que, como su hija, está recibiendo tratamiento psicológico sufragado por Nuevo Futuro.

Falta de intimidad

A pesar de que reconocen ser unas privilegiadas, estas mujeres, que no tardan en enzarzarse en una agria discusión al menor roce entre sus traviesos hijos, echan de menos una mayor intimidad en su peculiar domicilio.

Desde el comienzo de esta experiencia, no se ha registrado ninguna evasión de presas. Ninguna ha aprovechado un permiso de fin de semana o una salida al parque con su pequeño para no volver más a su carcel doméstica.

"Lo que tenemos aquí es demasiado valioso para echarlo a perder ahora que nos queda poco tiempo para ser libres", dice Isabel, otra de las presas. Otras tienen razones bastante más prosaicas para cumplir con las normas: "No tengo otro sitio donde ir. Si no estoy aquí, estoy en Yeserías", concluye María.

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