Habla, memoria

La memoria no es una virtud de los acusados. Parecen estar dotados de todos los atributos del raciocinio, aceptan de grado las recomendaciones judiciales sobre el comportamiento adecuado en la sala del juicio, y de hecho se manifiestan con pudor y arrepentimiento cuando el presidente les reconviene. Pero no se acuerdan de nada.Un capitán se olvida de quién le dio la orden urgente del traslado de un preso a Madrid, y además no recuerda cuántos vehículos fueron con él en ese viaje. Otro guardia no recuerda si vio la cara del presunto torturado al detenerlo. Otro -Masa, justamente- reconoce que l...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La memoria no es una virtud de los acusados. Parecen estar dotados de todos los atributos del raciocinio, aceptan de grado las recomendaciones judiciales sobre el comportamiento adecuado en la sala del juicio, y de hecho se manifiestan con pudor y arrepentimiento cuando el presidente les reconviene. Pero no se acuerdan de nada.Un capitán se olvida de quién le dio la orden urgente del traslado de un preso a Madrid, y además no recuerda cuántos vehículos fueron con él en ese viaje. Otro guardia no recuerda si vio la cara del presunto torturado al detenerlo. Otro -Masa, justamente- reconoce que lo vio exactamente un segundo por una mirilla de la celda y asevera que lo hizo para atestiguar luego que aquel y no otro era Linaza.

Más información

A veces, para recordar mejor, los acusados piden a la acusación particular, o al fiscal, que repitan la pregunta o que reiteren párrafos de declaraciones anteriores, de modo que ratifican sólo cuando les refrescan la memoria. Hubo un momento en que el presidente de la sala debió cansarse como cualquier mortal, y les pidió que abreviaran ese juego. El fiscal, que actúa en contra de su nombre porque parece suave y paternal, como un cura de antes, lleva, sin embargo, a los acusados a memorizar mejor, hasta el punto que fue él quien llevó a uno de ellos a decir que el traslado del preso se hizo de madrugada y no antes del anochecer, como parecía deducirse de lo que había dicho el jefe de todos.

El más preciso fue un guardia llamado Caballero, que vio que el detenido, al que vigilaba, babeaba pero insistió en que nunca le había visto vómitos. Para recordarlo le tuvieron que releer algunas veces sus propias declaraciones, que él las hizo, dijo, presa del nerviosismo: "Ante la juez Huertas yo estaba como un flan".

Y el que ya lo recordaba todo -el comandante Martín Llevot- llegó hasta tal punto en el ejercicio de su memoria que el defensor consideró que merecía un descanso. Ese descanso no sirvió para avivarle la memoria, porque después, como los otros, no respondió ni una palabra.

Llevot había explicado la confusión de la memoria de los otros: "De aquello ha pasado tiempo, tiempo y tiempo". Y, además, mientras ocurría todo aquello, el llamado día de autos, él era un hombre muy ocupado y no tenía lugar para menudencias. Ninguno de ellos, además, está interesado por ejercer la famosa habilidad de Nabokov, que para convocar los más recónditos espacios de su fértil recuerdo se bastaba con una orden: "Habla, memoria"

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En